El día estaba hermoso, el cielo despejado, el sol me pegaba muy fuerte en la cara, el sonido del mar me calmaba esa ansiedad que no sabia por qué la tenía. Los pájaros que volaban alrededor entonaban juntos una hermosa canción. Me encontraba caminando en la arena, y a lo lejos, había gente reunida, era una boda, me había dado cuenta por el camino de pétalos de rosas que concluían en un hermoso altar decorado con hermosas flores de todo tipo y las sillas que estaban agrupadas en distintas filas para los invitados. Ese plano en la playa, quedaba perfecto para un cuadro. Aun así, no entendía nada de lo que estaba viendo.
—Pero, ¿De quién es la boda? —me preguntaba a mismo mientras avanzaba hacia el lugar.
Rápidamente me di cuenta que yo no era un espectador, era el protagonista. Estaba vestido de traje y me dirigía hacia el altar. Me sudaban las manos. Todas las personas tenían su atención en la llegada del novio, en mí. Pero lo que faltaba saber era quien era la novia, con quién me estaba casando.
Y Ahí llegaba la novia, con su vestido perfecto y ese velo que me impedía ver con claridad su rostro. Cuando llego se sacó el velo pude ver que no me estaba por casar con una novia cualquiera. Era Alma, no lo podía creer, aun no entraba en razón de lo que sucedía, era todo demasiado extraño.
Estaba asombrado de ver a Alma aquí, tomándonos de la mano derecha y escuchar al sacerdote decir:
—Queridos hermanos: Estamos aquí junto al altar, para que Dios garantice con su gracia vuestra voluntad de contraer Matrimonio ante el Ministro de la Iglesia y la comunidad cristiana ahora reunida.
Él seguía hablando todo ese bla bla bla que se dicen en las bodas, yo no podía despegar mis ojos de Alma y su hermosura que me encerraba en un laberinto sin salida.
—Mateo Villareal, ¿quieres recibir a Alma Mancilla, como esposa, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y, así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?
—Si quiero. —Salió de mí de forma espontanea, no pude pensar en otra cosa, cómo preguntar por ejemplo si esto era real.
—Alma Mancilla ¿quieres recibir a Mateo Villareal, como esposo, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y, así, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?
Alma estaba a punto de dar su respuesta cuando de pronto escuché un estruendo acompañado de una música inoportuna, pero conocida, que me alejaba del altar a la velocidad de la luz. Era el despertador del celular que anunciaba que ya había amanecido, ya eran las siete de la mañana. Todo había sido un maldito sueño, cruel pero hermoso. Cruel porque en el fondo sabía que nunca pasaría y hermoso porque era mi deseo que pasara. Quise intentar volver a cerrar los ojos y dormirme, para introducirme en ese mismo sueño y regresar a esa parte en la que Alma dice “Si, quiero”, en esa vida paralela en la que si soy feliz y todos mis deseos se cumplen. Quise volver a entrar en ese sueño y cerrar su puerta para siempre, para ir y jamás volver, quedarme en esa irrealidad, aunque solo sea repetitiva, en la que me despierto en la playa y camino hacia el altar para casarme con el amor de mi vida en presencia de familia y amigos. No me importaría que esa secuencia sea la misma, que se repita una y otra vez, que jamás termine y jamás me despierte y se me parta el corazón de enfrentarme a la dura realidad, en la que Alma es un sueño, pero inalcanzable. Tal vez no lo merezca, tal vez no fui bueno en esta vida y estoy pagando todos mis errores.
Por más que intenté volver al sueño, no logré hacerlo. Me había vuelto a dormir, pero no recordaba si había vuelto al sueño, ni siquiera recordaba si había soñado esta vez.