Logré entrar a la casa de Cáceres, la cual había sido cerrada y clausurada. No había amanecido, todos dormían. Revisé la casa una y diez veces, pero no había nada. Todo rastro o huella de algo relevante había sido borrado por completo.
Frustrado, me senté en la mesa de la cocina.
―Maldita sea ―me quejé en voz alta dando un golpe fuerte sobre la mesa. Luego puse mis manos sobre la nuca, mirando fijo hacia la heladera de la casa. Me di cuenta de algo extraño en ella; en un imán que tenía pegado, el único que había. Me levanté sobresaltado―. ¿Qué esto? ―dije―. ¿Sushi?
En ese momento recordé cuanto Cáceres odiaba el sushi. En la comisaria siempre pedíamos en un local llamado “SushiClub”. Él siempre pedía su delivery aparte, o en ocasiones, se llevaba su propio almuerzo, pero nunca pedía sushi, lo detestaba más que a nada, incluso el olor le era repugnante, y no los hacia saber siempre que lo veía.
Revisé bien el imán. Poseía todos los datos del restaurante; número de teléfono, comidas, dirección. Y justo en esta última, estaba subrayado de forma leve, intencionalmente a mi entender. Parecía una idiotez estar pensando en eso, sacar conclusiones de un simple papel. Pero ¿Y si no era un simple papel? ¿Y si había toda una historia oculta detrás del el? Gaspar era un hombre muy astuto, habrá pensado que me daría cuenta.
Sin pensarlo de nuevo, me fui al local. Al entrar me dirigí hacia la caja registradora, en la que atendía un chico joven, de cabello oscuro y lentes.
―Buen día, señor, ¿Cuál es su pedido? ―dijo de forma amable.
―Vengo por otros asuntos ―respondí. De inmediato su rostro se tensó, haciéndolo verse nervioso.
―¿Qué asuntos? ―titubeó―. Estoy trabajando. Si no va ordenar nada es mejor que se vaya.
El chico ocultaba algo, y al parecer no era bueno para ocultar cosas. Me di cuenta de que se me había olvidado presentarme.
―Lo siento, no me he presentado. Soy el comisario Mateo Villareal. ―Saqué de mi bolsillo la placa de comisario para demostrarle que estaba en lo cierto. Pareció aliviado al saber que era un policía―. ¿Podemos hablar en privado?
Asintió con la cabeza. Me llevó hasta detrás del local, donde no había nadie. Parecía una sala.
―Quizá te hagas una idea del motivo de mi visita… ―dije― ¿Ha concurrido aquí un policía llamado Gaspar Cáceres?
―Por favor, comisario, no quiero tener problemas. Me enteré de que a ese tipo lo mataron, no quiero terminar igual que él ―Estaba muy asustado, las piernas le temblaban.
―No tienes por qué temer, vas a estar bien. Es importante que me digas todo lo que sepas.
―Está bien. Hace dos días vino este tipo, pero juro que yo no sabía que lo matarían, ¡no tengo nada que ver!
―Lo sé, cálmate. Sigue contando, hombre.
―Me entregó una carta…
―¿Una carta?
―Si, me dijo que no la abriera y que la guardase hasta que la vengan a buscar. Era policía, por eso acepté.
―¿Tienes la carta aquí? Dámela.
―Sí, déjame que la busco, la habré dejado por aquí ―Se levantó de su asiento para buscar en los muebles de la habitación.
―¿Te dijo algo más? ¿Cómo estaba ese día que vino? Cualquier detalle puede ser importante.
―No, no me dio ninguna explicación. Fue todo demasiado rápido. Pero se lo notaba nervioso y preocupado. Miraba para todos los lados como si lo estuvieran siguiendo.
Fue la noche en la que volvía por la ruta, en la que también a mí me estaban siguiendo. Debió de sospechar algo como para escribir esa carta.
Después de unos minutos buscando, al fin encontró la carta.
―Tome, aquí tiene. ―Me entregó la carta en la mano.
―Has sido muy amable y valiente, gracias
No podía creer que por fin había encontrado algo después de horas buscando.
Me fui a mi auto para leer la carta a solas. Y una vez ya sentado, empecé a leer:
“No sé si alguien leerá esta carta, tal vez sea en vano escribirla. Espero que quien la encuentre sea Mateo. He descubierto cosas y documentos que incriminan al señor Agustín Castillo: encontré un registro de llamadas que dice que, en los días del secuestro de Micaela Mancilla, Agustín hizo varias llamadas a un número, a la localidad de Ramallo, lugar donde se mantuvo prisionera a la niña. No solo eso; también encontré algunos números de transferencias bancarias de grandes sumas de dinero el mismo día de la partida del faraón hacia Uruguay, hacia ese mismo lugar. Está todo más que claro, de su participación en el secuestro, y seguramente en otros actos delictivos en los que participa. Esos datos que tenía, los han hurtado de mi casa esta mañana. Y creo que me han estado siguiendo, ese es el motivo de que ahora esté escribiendo esta carta. No puedo comunicarme con Mateo estando tan lejos, y no confió en nadie más para entregarle esta información, por eso decidí dejar esta nota en manos de alguien que no conociera, ni los que me persiguen tampoco. Tengo fe en que la mantendrá a salvo”.
Lo dijo él, todo estaba más que claro, lo de la participación de Agustín en el secuestro. ¿Pero cómo lo demostraría si las evidencias habían sido borradas? Esta carta me servía para entender lo que pasaba, pero era insuficiente para mandar a Agustín Castillo a prisión.