No le devolví la llamada a Anita, sabía que por mas explicación que le diera no entendería. Con Alma hablaría al despertar. Sin hacer nada había ofendido a las dos. El hecho de que no había fumado en todo el día me generaba mal estar y no me dejaba conciliar el sueño. Tardé un largo rato en dormirme.
Al otro día Alma no se levantó, y empecé a preocuparme. Juan ya estaba esperándome en el auto para ir con tiempo de sobra al operativo.
Me acerqué hasta su habitación para tocar la puerta.
―¿Alma? ¿Está todo bien? Ya estamos por irnos.
No se escuchó nada del otro lado de la puerta
―¡Alma! ―volví a repetir, y esta vez en un tono más fuerte porque me había empezado a asustar.
Hasta que abrió la puerta.
―Disculpa, Mateo. No he podido dormir anoche, estaba un poco cansada.
―¿Es por lo que pasó ayer? Es todo un malentendido, déjame explicarte.
―No hay nada que explicar, no tienes por qué hacerlo.
―Quiero hacerlo, pero ya tengo que irme.
―Gracias por hacer esto, por querer atraparlos ―Me dio un abrazo, que sentí que duró una eternidad, pero solo fueron unos segundos.
―Le dije a un oficial de confianza que se quedara afuera de la casa por si las dudas. Si necesitas algo, él te ayudará.
―Eres muy atento, gracias por todo. Cuídense.
―Antes de irme… ―Saqué un papel del bolsillo, que tenía anotado la dirección de la construcción―. Espero que salga todo bien, pero si en dos días no tienes novedades de nosotros, aquí tienes la dirección para que llames a la comisaria. ―Le entregué el papel.
―Todo saldrá bien.
Luego de eso salí afuera para irme con Juan.
―¿Cómo te sientes, amigo? ―pregunté.
―Nervioso, No sé por qué tengo un mal presentimiento. ―Arrancó el motor.
―Todo saldrá bien, no tengas miedo.
Fuimos en el auto a las afuera de Campana, donde nos indicó Francisco Pereyra. Acercándonos al lugar, empezamos a sentir los olores nauseabundo del riachuelo contaminado. Había basura por todos lados. Dejamos el auto bien escondido e hicimos el resto del camino a pie. Aún faltaba una hora para la reunión de Agustín y el Faraón, así que no nos apresuramos tanto.
―Mateo, si no salimos de esta… ―dijo él.
―¿Qué? ¿Por qué piensas esas cosas? ―respondí.
―Conocí a una persona.
―¿A qué te refieres con eso? Nunca me has contado nada.
―Bueno, es que en realidad no somos nada, y no creo que ella quiera que lo seamos. ―Bajó la cabeza.
―¿Por qué no querría? ―pregunté. Quizá tendría novio.
―Es difícil, está enfocada en la universidad y casi no tiene tiempo para mí.
―¿Cómo se llama?
―Luz.
―Lindo nombre.
―El punto es que, si no salgo vivo de esta y tú sí, quiero que le digas que estoy enamorado de ella. ―Se le notaba en el rostro que de verdad sentía algo por esa chica, nunca lo había de esa forma, no era de expresar sus sentimientos.
―No tendré por qué hacerlo, se lo dirás tú mismo, amigo. ―Le di una palmada en la espalda.
―Mateo, prométemelo. ―insistió.
―Lo prometo, lo mismo haz con Alma si soy yo el que no sale vivo.
―Lo haré.
Llegamos a la construcción, se veía a lo lejos, enorme y claramente abandonada. Parecían dos o tres edificios juntos. No tenía ventanas ni puertas. Estaba descolorido y había muchas partes que no tenían una forma contundente debido al abandono. Alrededor estaba todo descampado y había mucha hierba.
En ese momento me puse a pensar en que estaba siendo un completo estúpido. Pensé en lo que me dijo Juan, así que detuve el paso en los últimos 200 metros hacia la construcción y le dije:
―Vete a casa. ―Coloqué mi mano en su hombro―. Déjame hacer esto a mí, no puedo poner más gente en riesgo.
―¿Estás loco? Quiero estar aquí contigo, somos hermanos, no te abandonaré. Vamos, entremos. ―Me dio un empujoncito para terminar el recorrido.
―No entiendes. ―Lo detuve nuevamente―. Yo no tengo nada que perder. ―Recordé todo lo me había pasado un mes atrás sobre la enfermedad.
―Espera, ¿a qué te refieres con “no tengo nada que perder”? ¿Qué me estas ocultando?
Los minutos seguían corriendo, y nosotros nos habíamos puesto a discutir estando afuera de la construcción.
―Te contaré rápido. El mes pasado… ―Empezamos a escuchar ruidos de autos acercándose―. ¿Qué es eso?
―Son ellos ―respondió Juan.
―¡Corre!
Corrimos tan rápido como pudimos al edificio. Intenté llegar rápido, pero me detuve antes de llegar para tomar aire. Me estaba ahogando y ni siquiera había corrido tanto.
―¿Qué tienes? ―preguntó Juan, que ya había entrado―. Entra rápido que te verán.
―Ya voy ―respondí agitado. Terminé los últimos metros y entré con Juan antes de que me vean― Ven, vamos a echar un vistazo.
Dinos una recorrida rápida por el lugar. Había una especie de patio en el centro del edificio, parecía el lugar indicado en el que se reunirían. Nos escondimos entre las columnas que daban ingreso al patio esperando que entren los delincuentes.
En seguida entraron los dos, primero Agustín, que estaba vestido de traje color azul oscuro; y luego el Faraón, que también vestía un traje de color negro. Sus figuras eran bastante intimidantes, y más sabiendo de lo que eran capaces de hacer.
Se pusieron a hablar. Nosotros estábamos tan lejos que no distinguíamos bien lo que decían. Le hice una seña a Juan. Entendió que era el momento de actuar. Yo ya tenía el arma entre las manos, la había dejado sin seguro para no hacer tanto ruido. Conté en mi mente mientras le señalaba a Juan con los dedos de la mano el momento para actuar «1…2…3…», conté, y entramos.
―¡Arribas las manos! Policía ―grité mientras ambos los apuntábamos con las armas.
Se dieron vuelta hacia nosotros. No parecían muy sorprendidos de nuestra llegada, y no levantaron las manos como ordenamos.