Aclaración antes de empezar: Este capitulo posee escenas +18. Si decides leerlo, lo harás bajo tu propia responsabilidad
No es fácil dejar de fumar, sobrevivir a la abstinencia al tabaco y los síntomas que eso contrae. Pero con el paso de los días y la ayuda de Alma y Ana lo pude controlar más bien. Aunque por momento la ansiedad, el dolor de cabeza volvían con frecuencia. Pero ya llevaba dos semanas sin fumar, y eso me hizo sentirme mejor. Las chicas me habían cuidado genial, y no tenían por que hacerlo. Se conocieron un poco más y se llevaron bien entre ellas.
No había tenido noticias del hombre que ejecutó la orden de matar a mi madre, ni de Agustín, y mucho menos del Faraón, pero si algunos rastros de Francisco, el traidor, aunque nada concreto. Cámaras de seguridad lo habían atestiguado en Chubut, y esta misma noche partiría a la provincia. Me había despedido de Ana ya, tuve una conversación bastante larga con ella en el que tocamos todo tipo de temas.
―Lo del beso... ―le había dicho. Pero no me dejó terminar.
―No tienes nada que aclarar sobre aquella vez, Mateo ―respondió―. Fui yo quien confundió las cosas. ¿Crees que no me he dado cuenta como la miras a ella, a Alma?
Hice una mueca de sorpresa por lo que había dicho.
―¿Soy demasiado obvio?
―No. Yo soy bruja, lo sé todo ―Volví a mirarla con los ojos bien abiertos―. Es mentira, tontin. No te preocupes, ella no se da cuenta.
Sentí alivio por sus palabras, se lo había tomado mejor de lo que pensaba.
―De todas maneras, se lo diré esta noche antes de irme ―comenté―. Ya no ocultaré nada. Solo quiero que se quede aquí, ¿puedes hacerme el favor de cuidarse entre ustedes? De todas maneras, les pedí a unos conocidos que enviaran refuerzos para vigilar la zona. Los malos no vendrán hasta aquí, es un pueblo pequeño, llamarían mucho la atención, y más ahora estará bien vigilado.
Me abrazó de repente, que duró unos dos minutos Yo necesitaba que durase más, me sentía seguro en sus brazos, me hacía acordar a los de mi madre. Después de todo, hasta lo más minimice hacia recordarla.
Nos separamos después del abrazo.
―Cuídate mucho por favor ―le dije―. Volveré para fin de año si termino con los asuntos pendientes. ―Le guiñe un ojo.
―Estas loco. Sé que nada va a hacer que te quedes, así que también te me cuidas. Te quiero mucho.
―Y yo a ti.
Por la noche iba a ver a Alma. La cité en uno de los restaurantes de la zona, era el más recomendado de Cerro Castor, y quedaba en el centro. Habíamos estado viviendo juntos, cada uno en habitación distinta. Me cuidó mucho luego de que Salí del hospital, al igual que Ana.
Ya eran las siete de la tarde. Había oscurecido por completo y varias estrellas iluminaban el cielo despejado. Alma se había vestido para la ocasión, creo que ambos sabíamos que era una cita. Miradas por acá, coqueteos por allá, nos demostrábamos cariño y cuidado, pero no quería confundir las cosas, no sabría si ella sentía lo mismo, o al menos no de la misma manera. Yo la amaba de hace años, y ella solo me quiere hasta donde yo sé.
―¿Lista?
―Claro, vamos.
Fuimos en mi auto. Estaba un poco nervioso por lo que iba a confesarle. Ya era el momento de hacerlo.
Llegamos al restaurante. Tenía buena climatización adentro, ventanales de cristales que daban con una hermosa vista al mar y un muelle extenso para que las personas caminaran. El lugar era acogedor, tenía muy buena atención. Ella estaba esplendida, se lo había dicho antes de salir. Nos sentamos, uno enfrente del otro. Yo miraba sus hermosos ojos color esmeralda y su cabello rubio. Tenía una cara de perfecta.
―¿Qué quieres de comer, Alma?
―Lo que pidas vos está bien ―Sonrió
―Como gustes. ―Llamé al mozo―. ¿Cuál es el menú de esta noche?
―Milanesas de pollo con papas fritas, señor.
―Tráiganos eso, por favor. ―El mozo se fue. Pensaba en mi cabeza como empezar a decirle que estoy enamorado de ella: «'Alma, hace tiempo que me encantas... '. No, muy arrebatado. 'Alma, estoy enamorado de ti '. No, eso tampoco, muy directo. Dios, debí haber ensayado esto antes». Opte por empezar a hablar de otra cosa...―. Luego de que volvamos a casa, me iré, a Chubut. He recibido información de que Pereyra se encuentra ahí. Tengo que atraparlo, no volveré a tener una oportunidad así.
―Mateo, es peligroso. La última vez que quisiste hacer las cosas solo, todo salió mal. Y lamento que lo recuerde, pero sabes que es así. No estoy dispuesta a perderte, no quiero no saber de ti viviendo con la posibilidad de que te pase algo.
―A mí tampoco me gusta esto. Pero después de lo que le hicieron a mi madre... Necesito que me entiendas, por favor, necesito tu apoyo aunque creas que no es lo correcto, es fundamental para mí.
―Eres terco ―Bajó la mirada, como si sintiera lastima por mí o no quisiera perderme―. Está bien.
―Te lo agradezco. Vos debes quedarte con Ana acá, es lo mejor y estarás bien a salvo, quédate en su casa.
―Llevame con vos.
―No pue...
―Aquí está su comida, señor, buen provecho ―interrumpió el mozo. Dejó la comida.
Agradecimos, y el tema quedo ahí, por un momento hubo un silencio incomodo, pero luego seguimos hablando de otros temas.
Ya habíamos terminado de cenar y aun no le decía lo que debía decirle. No podía, me mataba la vergüenza y el miedo al rechazo. Fue que nos levantamos, pagamos, y salimos a caminar por el muelle, sería la última vez que no veríamos, y quería pasar todo el tiempo que pudiese con ella antes de irme.
A la vuelta, nos subimos al coche. Y en mitad del camino, cuando pasábamos por la carretera que atravesaba un bosque helado, pensamientos fuertes vinieron a mi cabeza: «Mateo ―me decía a mi mismo―, será la última vez que la veas hasta quien sabe cuando. Ni siquiera sabes si la volverás a ver. Tu vida correrá peligro a partir de mañana y, ¿no le dirás lo que sientes? ¿En serio? Hazlo, quizá te rechace, pero al menos te sentirás aliviado por decirle de una vez por todas lo que sientes». Fue ahí que detuve el auto estacionándolo dentro del bosque, para no impedir el paso en la carretera.