Había pasado prácticamente una semana desde que volví a la Isla; todo había estado bastante normal a mi parecer, ahora iba de camino a casa de la única amiga que tuvo mamá hasta el día de su muerte: Sra. Beatriz, dueña de uno de los bares de la isla y además era mi madrina, fue la única mujer la cual no me despreció desde que mis padres supieron de que tenía <<Vitíligo>>.
No había terminado de llegar cuando escuché una voz gritar mi nombre:
— ¡Kaira hija!
Después sentí unas manos envolver mi cintura.
— Madrina, que hermosa estás, los años te han sentado muy bien.
— ¡Ay mi niña!, los años y uno que otro retoque, ven tomemos asiento.
La seguí hasta la mesa más cercana y charlamos por un taro de todo un poco, hasta que dijo:
— ¡Ay! Casi lo olvido, una persona de tu infancia te está esperando en la zona VIP del bar.
Luego se levantó y se fue, yo solo la miré hasta que su silueta desapareció de mi vida; con un poco de curiosidad caminé directo al bar exactamente donde me indicó mi madrina y al subir las escaleras lo vi.
— ¿Don Cangrejo?
— ¡Sirenita!
Él corrió un poco emocionado hacia mí, me abrazó; en ese momento se me olvidó todo, cómo respirar, cómo hablar, todo pasó en cámara lenta, el mundo se detuvo a nuestro alrededor y solo importábamos el y yo, viejos recuerdos pasaron por mi memoria, la tensión era palpable.
Al separarnos no me dio tiempo de articular palabra, cuando estampó sus labios en los míos, nos sumergimos en una atmósfera llena de deseo y emociones donde nuestras bocas danzaban al ritmo de viejos sentimientos con Ángeles bailando a nuestro alrededor.
Después de unos minutos nos separamos y el habló:
— No sabes cuántas veces soñé con probar tus labios.
— No, Emiliano esto está mal, tu eres un hombre casado.
— Me divorcié hace cinco meses, iba a buscarte cuando me encontré a Sra. Beatriz y me dijo que al graduarte volverías a la Isla.
Antes de que pudiera contestarle, la voz de una niña me interrumpió:
— ¡Papá!
— ¿Tienes una hija? — pregunté con tristeza en la voz.
Sentí algo romperse dentro de mí y las pocas esperanzas, con las cuales llegué, se habían esfumado. La niña corrió hacia él para que la cargara, simplemente me volteé dándole la espalda dispuesta a irme, cuando sentí una de sus manos girarme hacia él.
— Por favor no te vayas, déjame explicarte todo, nos vemos en la playa a las 8:00 pm debajo de nuestra palmera favorita; allí hablaremos.
— Bien, ahora suéltame tengo cosas que hacer. <<¿Debo ir? No perderé nada con ir ¿o sí? Tal vez un poco la dignidad, pero nada más>>, pensé.
Le di la espalda lo más rápido que pude antes de avergonzarme y bajé rápido de la zona VIP, antes de que llegara al último escalón lo escuche de nuevo diciendo:
— ¡Amar es algo celestial, no lo olvides!
— Tonto… Tonto — susurré mientras me alejaba.
Salí de ese bar como un rayo rumbo a casa de mis padres, para ahogarme con helado hasta que se me congelara el cerebro, parecía colegiala.
Pero tenia miedo; no quería salir lastimada, tener que irme de nuevo de la Isla por culpa de su madre; aunque esta vez no puede amenazarme con nadie, mis padres están en el celo, él por muerte natural y ella debido a un cáncer terminal.
Al llegar la noche dudé un poco si ir o no, cuando me di cuenta había salido de casa sin pensarlo. Caminé lo más lento posible, miré la luna y pude notar: la noche era verdaderamente hermosa.
Llegué a nuestro lugar favorito de la infancia, lo vi de espaldas, tan alto como la torre Eiffel, se notaba que hacia ejercicios.
Antes de acercarme se volteó y alcancé a notar que en sus manos tenía un ramo de flores, luego las estiró para que yo las tomara y me acerqué a él, cuando lo hice, me jaló estrellándome en su pecho. No dudó ni un momento en rodearme con sus manos.
Antes de poder decirle algo, él empezó:
— Antes de que digas algo, quiero recordarte que mi amor por ti no depende del color de tu piel, eso son solo detalles los cuales te hacen lucir más hermosa.
No logré reaccionar porque él unió nuestros labios en un beso lento.