Había pasado más de un mes desde que Emiliano y yo habíamos estado juntos, como una pareja oficial. Cuando salíamos de paseo, muchas chicas se le insinuaban pidiéndole que terminara conmigo porque era un fenómeno, también le decían que deberían estar con ellas que eran hermosas; aunque yo había pensado lo mismo, él les había dejado muy en claro a todos cuánto me amaba, sin importar lo que dijeran los demás.
Me dirigía rumbo al pequeño hospital de la Isla para un chequeo médico, Emiliano me dio uno de sus convertibles para desplazarme por el lugar, ya que no podía estar mucho tiempo bajo el sol y lo adecuó especialmente para mí. Cómo decirle que no a un hombre así, aunque apenas empezamos a salir todavía no vivimos juntos, queríamos llevar nuestra relación lo más lento posible.
Volví a ver al Doc. Daniel, un viejo amigo de mis padres, fue él quien acompañó a mamá en sus últimos días. El también la amaba y respetó su decisión cuando ella eligió a mi padre, a pesar de ello se mantuvo cerca, pero eso es otra historia.
Estando con Daniel me sentía en familia, era bueno tener personas como él cerca y aunque jamás tuvo hijos, me consideraba una porque era mi padrino.
Cuando salí del hospital varías señoras me miraban; susurraban cosas, pero traté de no prestar atención y seguí caminando hasta mi transporte, a lo lejos vi correr a Emiliano hacia mí con cara de preocupación.
— Cariño ¿Estás bien? Llegué a tu casa y la vecina dijo que saliste al hospital y…
— Primero cálmate estoy bien, segundo estaba en un chequeo médico, tercero esa vieja si es chismosa y cuarto ¿Qué haces viéndome y por qué no me besas?
— Primero no hables así de doña Chona y segundo venga eche pa' acá.
Después me jaló hacia su pecho, colocando una de sus manos en mi cintura y la otra en mi mejilla mientras me besaba. Dios sus besos me hacían derretir, si seguía así el día menos pensado no podría contenerme y terminaría abriéndole las piernas antes de tener un año de relación.
— Cariño hay personas viéndonos.
— Bien vámonos, allá en casa me darás más besos ¿Dónde parqueaste el carro?
Señalé con mi dedo donde estaba exactamente parqueado y salió corriendo hacia el carro como un niño pequeño, tan infantil como siempre.
Lo seguí y me subí de copiloto; él encendió el motor arrancando rumbo a casa de mis padres, en el camino nadie dijo nada y el silencio no era para nada incómodo.
Cuando llegamos alcancé a notar una chica más o me la de mi edad, con el cabello rubio —teñido— para nada natural y con unas maletas, Emiliano y yo nos miramos la cara, él solo alzó los hombros tomando mi mano para acercarnos juntos, al subir el primer escalón la extraña se dio vuelta.
— ¡Morocha! — gritó ella.
— ¿Qué haces aquí? Y ¿Alex?
— Hola Simona ¿Cómo estás? Yo estoy bien en una hermosa Isla, de la mano de un hermoso hombre —dijo con ironía— Pensé que te ibas a quedar vistiendo santos.
— ¡Mona! —exclamé.
— Ya perdón, solo decía.
Me acerqué a ella para abrazarla, la extrañé, mis mañanas habían sido muy tranquilas sin sus gritos mañaneros de: <<Kai ahí una araña en el baño, abajo son pelos, que tonta>>.
— Cariño… — susurré mirando a Emiliano.
— ¡¿Cómo? Solo ha pasado mes y medio desde la última vez que te vi y ya estás saliendo con alguien! — Soltó mi amiga con sorpresa en su voz.
— ¡Pero si tú misma me dijiste que me consiguiera un novio!
— ¿Ya te quito las telarañas ahí abajo?
— ¡Simona!
Detrás de mí Emiliano solo se reía del vergonzoso momento que me estaba haciendo pasar Simona, en mi mente solo pensamientos de tipo; Dios si me estás escuchando dame paciencia, porque si sigue así la encontrarán ahogada en el mar un día de estos.
— ¿Por qué no entramos? — solté mirando a mi amiga.
Ella me hizo caso, le entregué la llave para que se adelantará y abriera la puerta.
Emiliano me atrajo hacia el y me susurró al oído:
— Ya no habrá besos ¿Verdad?
— ¿Quién dijo que no?
Él solo me sonrió acercándome hacia él para besarme pero el momento fue interrumpido por mi amiga, antes de que probará esos sexys labios.
— ¡No coman delante de los pobres!
— ¡Simona! — exclamé.
Ella solo reía mientras entraba a la casa, Emiliano y yo nos miramos fijamente, él me dio un ligero beso; tomó las maletas de Simona y la siguió al Interior de mi hogar.
Yo solo podía pensar en el tiempo que iba a estar la loca aquí, como me seguiría avergonzado y metiéndose donde no debía.
Solté un suspiro y caminé a la casa, pensando en si debía ir a comprar unos tapones para mis oídos; ya decía yo que había tenido demasiada paz y tranquilidad estos días.