Tal y como ha estado haciendo desde su coronación, Cosette pasa sus últimos días como monarca sentada en el trono, indiferente y con el semblante serio. No abandonará su porte y glamour. Mucho menos permitirá que las amenazas de sus enemigos la intimiden y abandone su orgullo. Tampoco se irá del Palacio de Versalles ni aunque el verdugo vaya tras ella arrastrando su filosa y ensangrentada espada.
Las risas, la música, el pisar de los tacones en el mármol y los murmullos entre los miembros de la Corte han callado con el pasar de los días en las salas de la residencia. Sobre todo, en la deslumbrante, lujosa y vacía Galería de los Espejos; de estilo barroco, con diecisiete ventanas que permiten el paso y reflejo de los rayos de sol en los trescientos cincuenta y siete espejos de gran tamaño; que fue utilizada para recibir a los invitados, o para llevar a cabo fantásticas fiestas o bailes de máscaras, o para festejar importantes acontecimientos de la historia de Sangnnaire como podía ser el nacimiento de un nuevo rey o la boda del Delfín. Cumplía incluso el papel de la Audiencia, ignorando el estatus de la persona que desease hablar con Su Majestad, reuniones que Cosette había cerrado por tiempo indefinido, siendo una de las causas principales por las que bajó su reputación.
Ni el molesto aleteo de la mosca suena por los alrededores de la Sala del Trono.
Tampoco resuena la voz de un dulce e inocente niño correteando por los amplios pasillos del Palacio, rebosando de alegría…
─¡Majestad! ─Ingresa con temor y rapidez su consejero a la sala, irrumpiendo los pensamientos de su Señora─. Han tomado la Bastilla y se dirigen hacia aquí. Debemos sacarla del palacio cuanto antes.
─No ─responde ella, rápido y firme.
─¿No entiende que su vida corre un grave peligro? ¡La desean a usted!
─Permite el paso ─replica con indiferencia.
La reina se levanta del sillón y camina a pasos leves hacia una de las ventanas, por donde puede contemplar la belleza vegetal del gran invernadero. Respira con profundidad y exhala despacio.
─Oh hermano mío ─agrega, conservando la calma en un tono sosiego y sin temor a dejar en evidencia la decepción que siente─. He cometido errores en esta vida que no merezco el perdón. Si el pueblo está respondiendo con el estómago vacío, algo hice mal durante estos años. Es más... ─musita, apoyando su mano derecha en el frío cristal de la ventana─, dudo mucho que me reclamen pensando solamente en la comida. «¡Queremos justicia! ¡Que viva la revolución!» ─cita─. Eso es lo único que desean. Mi sangre no es más que la tinta con la que mojarán la punta de la pluma para darle cierre a esta etapa de la historia y con la que comenzarán una nueva.
─Hermana mía, tienes que irte ahora. Nuestro padre te está esperando; nuestros hermanos te están esperando; tu amado te está esperando; tu hijo te está esperando ─menciona, intentando en vano convencerla.
─Deberías marcharte lo antes posible ─sugiere, ignorando las palabras de su hermano y consejero─. Lo ideal sería hacerlo ya mismo. Estarán aquí mañana.
─¿Acaso no me escuchas?
─Querido hermano, estoy agradecida por permanecer a mi lado durante estos años, más ahora. Confío en que nos volveremos a encontrar muy pronto. Tal vez siglos más tarde. Esperaré ansiosa el reencuentro. ─Dedica una última mirada y sonrisa a su familiar y añade, conteniendo las lágrimas y aproximándose a él─: El carruaje está listo. Procuré que no tuviera accesorios llamativos. Hasta pronto.
Las palabras se atoran en la garganta de Allard ante esta cruel despedida. «¿Las palabras han demostrado algo, acaso?», piensa intranquilo. Y libera su dolor y miedo rodeando en sus brazos a su pequeña hermana, creyendo falsamente que así podrá protegerla de todo aquel que desea dañarla. Como hacía cuando él era un niño y ella una bebé, salvo que en aquellos tiempos sí podía ser su caballero de armadura plateada. Ahora se siente inútil al no poder sacarla del aprieto en el que sus enemigos, maestros del engaño, la han involucrado. Las lágrimas brotan de sus ojos esmeraldas como una cascada y empapan sus mejillas, y solloza ocultando su rostro en el hombro de la reina.
Ambos saben que esta será la última vez que intercambiarán palabras, que se mirarán y se abrazarán.
Cosette corresponde a la protección de su hermano rodeándolo con sus brazos y acariciándole la cabeza cariñosamente, el mismo gesto que su madre hacía con sus hijos para tranquilizarlos y con el que decía:
─Todo está bien.
«Extraño aquellos tiempos», piensan melancólicos al mismo tiempo.
§
A la mañana siguiente, a las siete menos cuarto horas, la reina amanece por un escalofriante clamor y fuertes golpes en la residencia que recorren su espina dorsal. Objetos pesados destruyen los vidrios y violentos movimientos forcejeando algunas de las puertas es lo que alcanza a oír.
El corazón le palpita con fuerza y en un frenesí que le provoca dolores en el pecho. Intenta relajarse respirando lentamente... pero es un acto inútil. ¿Quién puede mantener la calma en un momento así? Es normal sentir mucho miedo y a punto de romper en llantos. Si en verdad hay tanto escándalo, ahora mismo sus guardias están teniendo dificultades para impedir el paso, a pesar de que ella en persona les ordenó no interferir en el cometido de los revolucionarios. Les agradece en lo más profundo de su ser haber ignorado su petición. No está lista, como creyó días atrás, para bailar su pañuelo blanco delante de la multitud y ser arrestada.
─¡Mi reina! ─exclama una de sus sirvientes, abriendo con violencia las puertas de la alcoba, alterando por unos segundos a su señora─. ¡Vienen hacia aquí! Tiene que irse. Saben dónde duerme.
Pero conocer lo último fue peor para ella. ¿Cómo obtuvieron esa información?
Prefiere restarle importancia a eso. No puede perder un solo segundo.