Eran cerca de las cuatro de la tarde, seguiríamos nuestro rumbo al este, porque en este punto se ubica la ciudad de Chilechico, siempre estará al este porque en ese lugar y solo en esa localidad nace el mayor de los astros, de ahí su apelativo de ciudad del sol. Desde la banca que estaba en la única calle adoquinada de Mallin grande alguien me miraba, me espanté... _¡yo no soy un adolescente para que me miren así!... aparte nunca me han gustado las personas de sombrero, aunque debo reconocer que le quedaba elegante, le daba un tinte de atractivo y misterio, en tanto el sombrero cubría con su ala sus expresivos ojos negros y por algún lugar cerca de su frente caían cabellos del mismo color, que el impertinente viento se encargaba de darles vida.
Continuamos no había horizonte, los árboles lo llenaban todo, el transporte se habría paso en la espesura, de vez en cuando un río nos salía al encuentro, esos gigantes inmóviles nos saludan igual que soldados rompiendo filas, de pronto en un recodo todo se había convertido en piedra y desde el suelo árido brotaban los coirones y duraznillos. A la izquierda, y siempre a la izquierda, el lago ejercía su autoridad desde un azul intenso. Del otro lado Puerto cristal o lo que queda de el . La cordillera nos enseñaba sus cumbres como agujas, mientras los ventisqueros parecían pedir clemencia al sol que los consume, desde el paso de Las Llaves, mirábamos... Debimos dejar el lugar a un vehículo para luego pasar nosotros, lo que me hizo recordar a Óscar Castro y su memorable cuento Lucero, todos parecíamos perdidos en nuestros propios sueño. El lago y su masa azul golpeaba coordinadamente las piedras negras...