El rostro sombrío del viajante parecía y contagiar todo el interior del minibús. El vehículo en su loca carrera serpenteaba junto al desarrollo del camino, el lago obligaba a la ruta a dibujar una insana vereda, y como si esto fuera poco, la cordillera atosigaba sin descanso al aventurado camino. Más atrás una dama vestida enteramente de negro, aveces su rostros expresaba su sorpresa, ante el colosal paisaje,, su reflejo que generosamente me entregaba uno de los cristales del pequeño bus, presentaba ante mis ojos otra imagen igualmente colosal, la de la dama de negro. Yo observaba como las personas temblaban por los constantes serruchos de la ruta de tierra, era una especie Alzheimer colectivo. El hombre de lente y boina vasca, parecia tener el mapa de Aisén incrustado en su rostro, su arrugas eran como los fiordos del sur, pero sin peces ja, tal vez, como los ríos y bajo esas gafas que solo ellas le permitían ver, entre esos ojos casi inútiles pude detectar un horizonte que se pierde en esta sorprendente geografía del sur.
A medida que que avanzamos no entiendo cómo se llenaron los espacios vacíos de estos lugares, como se venció al frío, como se destronó a la soledad, a la lluvia, al sol, o es que aprendieron a convivir con los elementos hasta hacerlos propios, las eternas soledades nos abrazan y sus manos frías como alito nos sorprenden y recorren nuestra humanidad. El minibús surca la grandiosa tierra del sur como un cometa que viaja entre las estrellas, en ese mismo instante entiendo que este es un viaje cósmico pero totalmente terrenal