Viviendo Con El Enemigo

CAPITULO XXXVIII

MARK.

Odio esta mierda. En serio lo hago, pero si no era yo quien arreglaba esta situación, estoy seguro de que me sentiría peor.

Vuelvo a reír sin humor. Esto apesta como el infierno, me he vuelto patético, pero de cierto modo siento que todo lo que me está pasando es algo que me merezco ¿Karma? Quizás.

 Aunque, esto es lo mínimo que me merezco por haber sido un hijo de perra con Mel toda su vida.  Después de haberle fastidiado la vida entera con mis bromas de mal gusto, estoy seguro de que esto no es nada con lo que ella ha sufrido todo estos años, estoy seguro de ello.

Hablé con mi madre, la cual, por cierto, no apareció después de años, esa madre que no me llamó ni siquiera para mis cumpleaños, quien nunca mostró un indicio de querer verme. Hasta ahora, y si me preguntas, creo que esto si es motivo para reír, reír por lo irónico que es.

Me levanto de la cama y camino hacia mi closet, busco en la parte superior hasta que encuentro un bolso. Lo tiro sobre mi cama y luego saco la ropa que más uso. Definitivamente después de la mierda que dejé en esta casa, debo desaparecer. Mi papá por mucho que me quiera no me va a perdonar por haber herido y engañado a Mel, y créanme, lo sé porque ni siquiera yo me lo me lo perdonaría.

Tomo lo esencial. Un par de poleras, unos cuantos jeans, ropa interior y una que otras cosas.

Cuando hablé con Celia, la señora que se hace llamar mi madre, quedamos en vernos al frente de la que fue nuestra casa, allí me va a estar esperando en su coche para irnos a su actual casa. Termino de hacer mi bolso y me lo echo al hombro.

Ya no escucho ruidos, por lo que supongo se han ido a dormir. Como ladrón, salgo despacio de mi habitación y bajo las escaleras. No hay nadie, perfecto. No voy a tener que dar explicaciones de a dónde voy, pero tampoco voy a desaparecer y preocuparlos, en caso de que se preocupen por mí decido dejarles una nota. Busco en el interior de mi mochila y saco un cuaderno y un lápiz, garabateo unas cuantas rayas y arranco la hoja. Debo dejarles claro que no me busquen, no lo necesito.

Dejo la hoja en el sofá y salgo de la casa.

Está oscuro y hace frio, pero no me importa. Meto mis manos en mis bolsillos y camino a mi paso.

De alguna forma mi pecho duele como nunca ha dolido al darme cuenta de que no voy a ver a Mel. Ya no pienso ir más a clases, aunque no lo crean, tengo buenas notas y ya están acabando las clases, no es necesaria mi presencia, solo estaba asistiendo a esas aburridas clases porque Mel lo hacía, y ahora ya no era necesario.

¿Por qué mierda me enamoré de ella? Y, sobre todo, ¿Por qué tengo que ser tan correcto si nunca lo he sido? Mel y yo no somos familia de sangre, podemos estar juntos, pero sé que ella ama demasiado a su madre como para anteponer su felicidad a la de ella y en cierto modo, amo eso de ella.

Mira en lo que te has convertido.

Niego con la cabeza. Esto es pasajero, como Mel, también soy joven, me voy a enamorar de nuevo, solo que algo dentro de mi sabe que eso va a ser difícil. Pero prefiero engañarme a mí mismo, es lo único que me mantiene en pie.

Cuando despejo mis pensamientos, me doy cuenta de que ya he llegado al punto de encuentro que acordé con mamá. Bufo, esa palabra no me deja un buen sabor de boca, pero de todos modos ignoro la sensación de vacío que me deja.

Me detengo frente a la que fue mi casa, allí hay un pequeño auto estacionado. Me acerco a paso lento y la ventanilla del lado del conductor comienza a bajar, revelando un rostro joven que me sonríe.

—Llegas antes—dice con una sonrisa que me da escalofrío.

Trato de corresponder a su sonrisa. —No tengo nada más que hacer en esa casa—quiero creer que el tono de mi voz suena indiferente.

Ella elevo sus hombros en señal de que le da igual, después hice un movimiento de cabeza invitándome a subir.

Abro la puerta del copiloto y arrojo mi bolso en el asiento trasero. Este sin duda es un momento incómodo, no la he visto o hablado con ella desde hace muchos años, y no me apetece hablar. Solo la estoy usando para poder escapar, necesito escapar.

—Creo que antes de irnos necesitamos hablar—dice ella sin mirarme a la cara.

Genial, justo lo que necesito en estos momentos.

— ¿Tú crees? —pregunto un poco molesto—, han pasado tantos años y tu recién quieres hablar ahora.

Ella gira su rostro y por un segundo veo una mirada de dolor.

 Ve a mirar así a alguien que no te conozca.

De pronto me dan ganas de salir del auto y gritar, gritar por todo. Odio no poder estar con Mel, odio que ella crea que yo soy un hijo de perra que jugó con sus sentimientos.



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En el texto hay: juventud, amorodio, amistad

Editado: 28.12.2019

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