Voces en el cielo

7

Me desperté en la madrugada. Estaba temblando, ya que el frío iba en aumento cada día. En las últimas cuarenta y ocho horas la temperatura descendió al menos cinco grados centígrados.  Tomé la sabana con ambas manos y me cubrí hasta la boca, mientras mis dientes no paraban de castañetear.

Tenía fiebre sin saber por qué. Tal vez algún jodido bicho había entrado en mi organismo y tenía un malvado plan para destruirme; o tal vez sólo era una reacción al cambio de clima.

Cómo fuera, estaba enojado por no sentirme bien.

Esa fue una de las noches más largas de mi vida. Despertaba cada cinco minutos creyendo que había dormido diez horas. ¡Dios, eso fue desesperante!

 

Por la tarde fuimos a ese velorio que teníamos pendiente de hacer. El de la tía Gaby. Después de su muerte no se encontraron nada de sus restos, por lo tanto, se le haría uno sólo con sus recuerdos. Fue muy triste, aun así, todos queríamos despedirnos de ella como se debía; ni si quiera recuerdo bien la última vez que la vi, pues yo era muy pequeño cuando se fue a Francia. Me puse de pie y dejé mi flor que tenía entre las manos sobre su foto. Abracé a mamá todo lo que pude y después hice lo mismo con papá y mi hermano.

Después de eso no podía pensar en nada más, una duda me asaltaba: ¿A dónde van las personas que mueren?

 

Tal vez van a un hermoso lugar donde sus penas se desvanecen, son felices por la eternidad. Luego está la opinión de mis padres y también la mía: los muertos no van a un lugar en específico. Simplemente se quedan dormidos profundamente, tan profundamente que no sueñan en absoluto, esperando el día en que se levantaran nuevamente, para abrazar de nuevo a sus seres queridos. Supongo que cada opinión es valiosa, y no debe dejarse de lado; en caso de que sea verdad.

 

Un día después, mi familia y yo decidimos ir a visitar la tumba de mi tía, sólo para comprobar que todo seguía en orden; y eso me trajo recuerdos bellos de cuando todo era paz y tranquilidad, cuando la felicidad era mi todo:

 

CDMX: 14 de febrero del 2027. (Dos años antes)

 

Salimos mis padres mi hermano y yo de casa y fuimos a comer a un restaurante de la ciudad; pero no al que trabajaba yo, ese ya no lo soportaría una vez más en la semana. En realidad, fuimos a uno llamado "La tortuga cucufata", que era elegante y a bajo precio.

Mamá llamaba a sus hermanos y hermanas para felicitarlos por ser San Valentín. Papá tenía un hermoso Ramos de rosas rojas escondido en alguna parte del lugar esperando el momento preciso para entregárselo a la mujer que tenía enfrente. Mi hermano jugaba con un <<game boy>> mientras esperábamos el plato fuerte.

Me sirvieron un poco de ensalada y espagueti estilo italiano. Albóndigas y arroz, y claro no podía faltar un vaso de agua de naranja que siempre me gusta tomar, exageradamente frío.

 

Tomé el tenedor con fuerza y estaba a punto de llevarme un trozo de carne a la boca cuando la vi, llevaba un lindo vestido negro emplumado y su cabello negro caía ondulado sobre sus pequeñas orejas. Sus hermosos ojos verdes dejaban al descubierto su belleza. Tenía una bolsa roja en la silla en la que se encontraba. No podía creerlo, pero me puse feliz, muy feliz de verla y me imaginé que estaba ahí mismo sentado disfrutando la tarde con ella.

Todo iba tan bien que hasta perdí el apetito.

— Por qué no estas comiendo tú, ¿eh?  — me preguntó mi mamá.

— Está viendo a la chica que le gusta mamá, pero ella no lo pela — dijo mi irritante hermano.

— ¡Cállate zopenco! — le grité con fuerza mientras me sonrojaba.

— Si es así pues ve por ella hijo — pronunció mi padre con el bocado a medio masticar.

— Tienes razón papá, pero seguramente viene acompañada de alguien.

Y tenía razón, desde mi triste lugar pude ver como se acercaba un chico que desde la perspectiva de cualquiera de las que conozco era guapo. Nariz afilada, labios gruesos y rojizos, tenía un bronceado increíble, lo admito. Los ojos al parecer eran como dos bolas de chocolate oscuro. Tenía un peinado increíble también, y el cuerpo, ni hablar.

 

Sólo suspiré y seguí con mi plato de comida. Picando con el tenedor los delegados fideos bañados en crema.

Mi hermano se echó a reír y mi madre me dio unas palmadas en el hombro.

—Tranquilo — me susurró — ya vendrá algo bueno para ti — y entonces me sonrió.

 

Pasaron dos horas hasta que mis padres decidieron que era hora de irnos. Mamá llevaba ya el ramo de flores que un mesero le había puesto en una charola grande, y en ella venía escrito con pétalos pequeños las palabras: <<Te amo.>>

Me levante de la mesa, di media vuelta para ver a Florangeli por última vez y tenía la esperanza que me viera también, pero no lo hizo.

Admiré su brillante cabello y luego salí por la gran puerta de ese restaurante para entrar en el auto con mi familia.



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En el texto hay: romance, aventura, tercera guerra mundial

Editado: 01.06.2020

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