Voces en el cielo

21

Se sentía el ambiente tenso, pude sentir los escalofríos recorriendo mi cuerpo herido, la neblina que sólo veía en sueños empezaba a inundar el pavimento, los gritos que tanto me atormentaban en mis pesadillas se volvían realidad.

El día se había ido, la luz del sol fue sido eclipsada, la oscuridad dominaba por todo el mundo, y los océanos se agitaban con violencia mientras la tierra se acomodaba violentamente.

Las luces artificiales de la tierra se habían apagado, todas al mismo tiempo mientras las nubes grises cubrían el cielo oscuro, tapando los millones de estrellas. Corrió un fuerte viento, el más fuerte que hubiera sentido en toda mi vida. Soplaba del oeste, y se perdía entre las montañas que se lograban ver cuando el cielo lanzaba descargas. El inicio del fin empezaba; la tierra se iluminaba solamente con los relámpagos que caían desde las nubes, con su cegadora luz, uno tras otro cada diez segundos; era imposible saber dónde impactaría el siguiente.

Las personas corrían asustadas por doquier, una a una eran alcanzadas por los rayos, que los dejaban inertes en el suelo con una herida en el abdomen, la electricidad salía por sus pies. Miré a Edson, que estaba atónito observando el panorama, su mirada se posaba atenta, con los ojos totalmente abiertos, su cuerpo estaba paralizado.

Volteé a ver al soldado que me apuntaba a la cabeza con el M-16, y ahora tenía la boca abierta mirando hacia arriba. En su rostro se notaba la expresión de terror que te da después de ver a un fantasma. No me moví ni un centímetro para no llamar su atención, pero era casi imposible no ver lo que lo aterraba.

Sólo estaba ahí, observando las nubes, con el rifle que apuntaba abajo.  Dio un paso hacia atrás, luego otro, empezó a gritar palabras que no logré entender. Se giró con rapidez y empezó a correr. Al hacerlo soltó su arma y se olvidó de todo. Lo vi retirarse a toda velocidad, tropezando de vez en cuando, y cuando menos lo esperaba vimos una flecha envuelta en llamas que lo alcanzaba por atrás, clavándose en su enorme espalda. El soldado se detuvo al instante, dio unos cuantos pasos muy lentamente y cayó de rodillas, con la mirada al frente y escupiendo sangre. Se aferraba a la vida aún con ese artefacto apuñalando su corazón, con la cola de la flecha en llamas y la punta bañada en tejido rojo. Una segunda flecha bajó desde las nubes y perforó en su cabeza, haciendo que cayera muerto al momento.

 

— ¡Santo Dios!  — grité y tomé a Edson por la playera, tirando de él con fuerza para que se levantara.

— ¡Tenemos que irnos, rápido!

 Se puso de pie y me siguió, seguía distraído procesando el terrible acto que acababa de suceder. Al girar para ver qué estuviera bien mientras me seguía, vi cómo una forma de hombre flotaba a varios metros del suelo, agitando cuatro gigantes alas brillantes, cargando un arco en llamas, y se escondió entre el polvo que se levantó del pavimento. Una cara de horror se dibujó en mi, y volví la mirada al frente para seguir avanzando, con Edson a mis espaldas.

 

Corrimos los más rápido que pudimos por la calle llena de niebla, rogando porque no nos alcanzara uno de esos disparos envueltos en fuego o un relámpago. Miré al cielo, y entre las espesas nubes los vi una vez más. Unas criaturas de aspecto brillante y musculosos cuerpos, volando con un arco en llamas en las manos, sus alas blancas se sacudían en el aire, y sus cuerpos viajaban en forma horizontal recorriendo en cielo como balas.

Lanzaban las flechas con fuego hacia abajo y estas se impactaban en el pecho de los soldados, matándolos uno por uno.

Debían ser miles de esas criaturas mitológicas allá arriba, declarando la guerra.

 

Llegamos a una casa vieja descolorida con la estructura dañada, nos dirigimos a la puerta tratando de forzarla, tratando de evitar a la muerte.

— ¡Vamos!, Maldita sea. — La pateé con fuerza, una y otra vez hasta que se abrió violentamente.

Empujé a Edson dentro y luego le seguí hasta una habitación de la casa. Estaba totalmente oscuro, y solo había una pequeña ventana por donde apenas y cabía mi cabeza. Se acurrucó sobre la cama llena de alambres salidos y se llevó las piernas a la cara, como una persona con problemas mentales en un manicomio sin saber qué hacer.

— Tranquilo por favor Eddy — le susurré tratando de que se tranquilizara.

Se mecía bastante, preocupándome.

Asentía, sólo asentía como si hubiese perdido el don del habla.

Miré hacia el exterior por la ventana rota, y lo único que logré ver fue destrucción y dolor. Pozos en la calle provocados por los rayos, los árboles ardiendo, las personas cayendo, y arriba, los ángeles castigando.

 

— Vamos a morir — dijo Edson con palabras entrecortadas, sudando y babeando con ganas.

— Vamos a morir, vamos a morir, vamos a morir — repetía y repetía cada vez más fuerte.

Me apresure a llegar a él para sacudirlo por los antebrazos, haciéndolo entrar en razón, tratando de calmarlo.

— Nadie más va a morir hoy — le dije mientras apretaba la mandíbula por la ansiedad. —¿Me oíste? Nadie más lo hará. Lo solté y me puse de pie nuevamente, con un dolor punzante en mis heridas, con un poco más de sangre manchando la playera.



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En el texto hay: romance, aventura, tercera guerra mundial

Editado: 01.06.2020

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