Voces en el cielo

28

— Ya era hora de que volvieras — me susurró una conocida voz.

Abrí los ojos con suavidad, para que la brillante luz de su cara y del lugar no me dañaran la vista.

— ¿Te conozco? — pregunté confundido.

Se levantó de su sillón de color blanco con dorado, y se cruzó de brazos.

— Que rápido olvidas, Matías — dijo con su simpática voz. — ¿De verdad no me recuerdas?

Hice una mueca tratando de refrescar mi memoria. Me paré entonces y noté que de nuevo estaba desnudo, fue entonces cuando fluyeron los recuerdos nuevamente.

— ¿Conciencia? — pregunté con timidez. Bajé la mirada esperando un regaño de su parte.

— ¡Vaya! — gritó emocionado — si se acordó de mí el jovencito — dijo en casi un susurro. Aplaudió tan fuerte que casi le grité que se detuviera.

Me pregunté si detrás de esa cara brillante existirá alguna sonrisa flamante.

— ¿Por qué estoy aquí de nuevo?

— Porque tienes muchas dudas, ¿no Matías?

Asentí y traté de verlo fijamente, pero su resplandor me lo impidió.

— No sabría por dónde comenzar a explicarte todo exactamente, pero sí sé que estás desesperado por hallar una solución.

Asentí de nuevo.

— Primero que nada, te diré que esas "criaturas" como tú les llamas, son conocidos como los máximos guardianes del mundo, si no es que del universo.

Lo miré con desaire.

— Fueron creados con un sólo propósito en particular; conservar la paz.

— ¡Y vaya que lo hacen bien! — mi tono estaba burlón. — Mira que acabar con la humanidad clavando flechas con fuego en el pecho es la mejor solución seguramente.

— No les dejaron otra opción — me interrumpió de golpe.

— ¿A qué te refieres?

— La humanidad entró en guerra el pasado 29 de septiembre, no lleva ni siquiera un mes y mira las consecuencias; ya hay más muertos que en la segunda guerra mundial.

— Tampoco teníamos opción — le respondí. — El agua se comenzó a agotar y...

— Yo estoy consciente de eso — me dijo interrumpiendo—- pero no era una razón poderosa para armar un conflicto de este tamaño.

Lo miré, me miró (o eso creí) y una pausa incómoda se presentó entonces.

— ¿Y por qué el acabar con los humanos de una forma tan cruel se les hace correcto a ellos?

— Porque de esa forma nadie sufre, las flechas que ellos tienen están diseñadas para no causar dolor, simplemente cuando una te alcanza te quedas dormido, antes de que tu cuerpo explote o se consuma en el pavimento.

— ¿Qué carajos estas diciendo?

— shhh — susurró poniendo su dedo índice en los labios — nada de groserías aquí, no querrás hacerlos enojar.

Señaló con ese mismo dedo hacia arriba, y pude verlos, saltando de nube en nube, agitando sus hermosas alas blancas en el viento que soplaba con delicadeza. Llevaban en sus brazos grandes un enorme arco brillante, y en algún lugar, metido entre sus enormes alas estaban las flechas.

— Así que mejor te comportas, por favor — me dijo Conciencia.

Asentí, con los ojos y la boca abierta por el asombro.

— Vamos, te llevaré a que veas algo — me susurró. — Dame la mano.

Lo dudé un poco, la inseguridad siempre ha sido mi defecto.

<< sólo es un sueño, Matías>> dije en mi mente.

Esto de estar asintiendo solamente no lo hice nunca antes, debió ser por la conmoción. Le di la mano y entonces todo me dio vueltas, como si estuviera cayendo por un tobogán en forma de caracol.

— Listo — me dijo. Soltó mi mano y comenzó a aplaudir.

— ¿Dónde estamos? — le pregunté con curiosidad.

— ¿Por qué no hechas un vistazo abajo?

 Yo sabía que él estaba riendo, lo podía sentir.

Entonces los vellos del cuerpo se me pusieron "chinitos". Seguramente me puse muy pálido. Abajo podía ver los edificios de la ciudad en llamas, veía el suelo seco y los árboles muriendo por la falta de agua.

Debía estar a 30,000 pies de altura. Las casas se notaban grises, y una oscuridad no tan penetrante se podía apreciar.

Siempre le tuve miedo a las alturas y estando allí moría de terror.

— ¿Do... do... dónde estamos? — le pregunté temblando.

No me respondió y empecé a asustarme más. — ¿Hola?, ¿conciencia?

Pasó un largo silencio y después respondió desde atrás.

— En el lugar al que todos quieren ir, pero ningún hombre ha logrado.

— ¿Saturno? — pregunté burlón.

Se rio y después me dio un pequeño golpe en la cabeza, supuse que por hacerme el chistosito.

— Tú sabes bien donde estamos.




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