Voces en el cielo

31

<< Si tuviera la oportunidad de cambiar algo en la historia, sería el hecho de que los humanos controlen el mundo. No somos dignos, usamos mal la inteligencia que se nos ha otorgado, tan egoístas todos. >>

Una mano fría me tocó el hombro con brusquedad y mi cuerpo se puso en alerta de inmediato. Un temor helado se deslizó por mi piel mientras mis reflejos hacían lo suyo. Me giré rápidamente y con el puño de mi mano golpeé la mandíbula de alguien con tanta fuerza que este cayó al instante. La mano me dolió a tal grado que quería arrancarla.

— ¿Eso es todo lo que tienes? — me preguntó con su clásico acento francés.

Se acomodó la barbilla y la frotó lentamente mientras trataba de incorporarse. Un hilo de sangre caía desde su labio inferior.

— ¡Dios mío! — grité al verlo directamente a la cara. — Lo lamento tanto Émile, no sabía que eras tú.

Le di la mano para que se levantara lo más pronto posible. << Es cuestión de tiempo para que otro muerto viviente nos encuentre >> pensé.

— No te pgueocupes, cgueo que en pagte fue mi culpa pog habeg llegado sin avisag.

Al estar de pie me miró al mismo tiempo que se daba un masaje en donde mi puño lo había impactado.

— Temo decigte que he visto todo — susurró lentamente — y no egues muy bueno escondiéndote de los demás.

Vi que dio un paso atrás y luego me miró con una pequeña sonrisa en la cara.

— Me debes una — dijo débilmente, antes de que su puño me sorprendiera en el momento.

Me golpeó con brusquedad en la nariz y sentí como si me hubieran puesto una manguera de agua a presión en las fosas nasales. Me derrumbó literalmente después de ser atacado.

— Tenía que heceglo — dijo, y me ayudó a incorporarme tal y como también yo lo hice con él.

Las palabras hicieron eco en mis tímpanos, y no pude procesar la idea de que fui un blanco fácil para cualquiera.

— Procuré ser muy discreto — dije.

— ¡Si, clago! — espetó con elegancia — tan discgueto como paga gritag como loco después de quitagle el agma a un muegto.

— ¡No estaba muerto!, bueno, no totalmente.

— ¡Clago que no! Esa cosa se encaggó de eliminaglo.

— ¿El ángel? — le pregunté intrigado. Jugué un poco con mis dedos.

— Esas cosas no son de este mundo, pog lo tanto son una amenaza, y las amenazas deben ser destgüidas.

Se puso su chaleco antibalas ajustado, se echó su rifle al hombro y me arrojó la escuadra a las manos antes de salir corriendo en dirección norte, en dirección a las criaturas aladas. Lo seguí con paso torpe, corriendo más veloz de lo normal para no quedarme de nuevo atrás.

Duque me seguía por detrás, moviendo rápido esas pequeñas patas flacas, con su enorme lengua tocando el viento que soplaba en dirección contraria y sus ojos saltones más abiertos que nunca.

Al llegar a la calle norte de la avenida, nos detuvo una extraña niebla que salía de los alrededores, se dispersaba de manera muy precoz por el suelo y tornaba el ambiente tenebroso. Se escuchó un silbido que bajó de los edificios y unas voces susurraron cosas que no comprendí.

La oscuridad que nos rodeaba lo hacía más terrorífico aún, la luna brillaba roja en el cielo, no era suficiente para iluminar totalmente la retaguardia. Me sentía como en una película de terror, justo en el momento en que algo malo va a pasar y no lo puedes evitar, sólo tienes que lograr escapar y salvarte sin dudar.

Émile se detuvo y con su mirada recorrió los alrededores, alzó los ojos, penetrando a través de los edificios en llamas que gritaban por ayuda.

Me paré junto a él y a su espalda comencé a buscar cualquier señal de peligro, traté de ver entre la penumbra en un intento de encontrar un par de ojos grises corriendo hacia mí, o unos verdes cristalinos viniendo a toda prisa también.

Nuestras espaldas encajaron en determinado momento, y nuestras miradas atentas, con el arma en las manos lo protegía y él a mí, el chico francés tenía una gran espalda.

Entonces lo escuché, un atemorizante aleteo pasó encima de nosotros, su cuerpo grande y brilloso se paseó sobre mi cabeza. Levanté la vista y pude notar que el arco que llevaba en su mano estaba apagado, sus alas se agitaban con fuerza en el aire y se dirigía hacia el horizonte.

Tras él pasó otro grande, pero este tenía cuatro alas, mucho más pequeñas que las del anterior. Llevaba en la mano una trompeta dorada que resaltaba en la oscuridad, su brillo iluminó el camino de en frente y se perdió después de unos segundos. Todo fue muy rápido, segundos nada más. Lo suficiente para agacharnos.

Apuntó su rifle a uno de ellos, pero cuando tocó el gatillo las criaturas se habían marchado. La bala no era más rápida que un ángel.

— ¡Maldita sea! — gritó decepcionado — ¡No puede ser!

Arrojó su rifle al suelo, y se dio la vuelta con una mano en el rostro, parecía que de verdad quería acabar con uno de ellos.



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En el texto hay: romance, aventura, tercera guerra mundial

Editado: 01.06.2020

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