Voces en mi Cabeza

Capítulo Ocho: El Disco

Mi corazón late a velocidades increíbles, estoy agitado, pero no por eso voy a detenerme. Jamás imaginé que volvería a bajar al sótano, pero estoy aquí, buscando en cada caja de la vieja oficina de mi padre el maldito lector portátil de CDs. Lo llamé por teléfono, y aunque no le di muchas explicaciones, logró darme una respuesta: "Quizás esté en el sótano".

Solo espero que ese "quizás" sea una realidad y no solo una suposición.

Lanzo la novena caja inútil hacia otro lado y busco en la décima y última que tiene la palabra "trabajo" escrita con marcador.

Quito la cinta negra de la tapa y me zambullo en el lío de objetos inútil de la caja, y ahí está, entre una engrapadora desarmada y un gato chino dorado.

Lo tomo con una sonrisa y cierro la caja, dejando todo desordenado, cuando todo esto termine, bajaré aquí devuelta, sin miedo, y acomodaré este desastre.

Subo las escaleras rápidamente y cierro la puerta detrás de mí, nadie me atrapará hoy. No sé por qué, pero siento muy dentro mío que lo que haya dentro de ese disco me ayudará a acabar de una vez con esta pesadilla.

Llego a mi habitación, volviendo a tener esa extraña sensación de vacío y tristeza. Busco mi computadora, el disco y levanto la tapa.

El escaneo facial no tarda más de un milisegundo en encender mi portátil, conecto el lector y procedo a introducir el objeto circular dentro.

La luz amarilla se enciende y escucho el leve sonido del disco girar a gran velocidad.

Una ventana se abre en mi computadora, muevo el cursor hasta ella y me acerco al único archivo que contiene, le doy clic derecho y lo examino, es un vídeo.

Estoy a punto de abrirlo cuando una voz me hace saltar de mi silla.

—Cielo, ve a ducharte, en treinta minutos debemos estar en el consultorio.

—En un segundo —Respondo acomodándome de nuevo en mi lugar.

—No te estaba preguntando, era una orden —Añade, la observo, su expresión es seria. —Ducha, A H O R A.

Lanzo un gruñido y me pongo de pie, paso junto a ella y entro en el baño, no quiero, pero ese vídeo tendrá que esperar.

Lanzo un gruñido y me pongo de pie, paso junto a ella y entro en el baño, no quiero, pero ese vídeo tendrá que esperar        

—¿Lucas Shay? —La dulce voz de una mujer dice mi nombre, miro a mi madre, quien asiente con una media sonrisa.

—Estaré aquí cuando salgas —Promete acariciando mi rodilla.

Me pongo de pie, respirando profundo y camino hacia el consultorio de la psicóloga, cruzo el umbral de forma tímida, encontrándome con una mujer de unos treinta años, de cabello azabache, ojos marrones y piel morena, ella me sonríe y me mira a través de sus lentes de forma circular.

—Buenas tardes Lucas —Ella me da un beso en la mejilla, luego, cierrea la puerta detrás de mí y procede a sentarse en un sillón de color marrón, muy parecido al del cuaderno. —Siéntate —Sugiere señalando un sillón mucho más largo de un color similar.

Obedezco sin decir una palabra, y al sentarme, el forrado hace un extraño ruido, muy parecido al de un gas.

—Yo no...

—Oh, tranquilo, sucede todo el tiempo —Ríe durante un instante tan corto, que si no lo hubiera estado mirando, no me habría dado cuenta. —Así que Lucas... Tu madre me dijo que has estado experimentando ciertas cosas...

—¿Ciertas cosas? —Arqueo una ceja. —Por favor —Bufo.

—Quizás tu madre no fue muy específica, ¿Quieres hablarme un poco de eso?

Trago saliva, sus ojos intentan conectar con los míos, pero yo lo evito, acostándome sobre el sillón y apoyando la cabeza sobre el barandal.

—Yo he... —Toso nervioso. —He estado viendo cosas.

—¿Cosas? —No la miro, pero su tono de voz expresa confusión.

—Sí, son como, alucinaciones —Explico.

—Según tu registro, no es la primera vez que esto te sucede.

—Estaba... —Mierda, toso aún más fuerte. —Estoy tomando unas medicinas, ¿Otan-Otanza-Otanzapide...?

—¿Olanzapine...? —Completa ella.

—Esa —Digo con una media sonrisa. —Al principio funcionaba pero ahora, mis ataques volvieron.

—Ya veo... —Musita ella, la observo, está escribiendo en su libreta con paciencia. —Muy bien, ¿Qué te parece si jugamos un juego? —Añade tomando una pila blanca de tarjetas de la mini-mesa que nos separa.

—¿Un juego? —Me reincorporo y la miro con curiosidad.

—Si... Te muestro una imagen, y me dices qué es lo que ves. ¿Quieres probar?

—Okey —Me encojo de hombros y observo la primera tarjeta.




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