Capítulo 09.
Una pista
Hace 9 años…
Kamisato Kayo falleció durante el invierno siguiente al primer encuentro entre Ayaka y Kazuha. Los doctores y los sirvientes habían mencionado que tuvo una pequeña mejoría a mediados del año. Todos creían que esto había sido gracias a las visitas que su hija pequeña había comenzado a hacerle. En éstas, la joven Kamisato le contaba sobre todas las cosas nuevas que estaba aprendiendo, todo lo que ocurría en su día a día, y lo emocionada y feliz que la ponían las visitas de Kazuha. Ayaka solía sentarse a un lado de su cama a hablar con ella largo y tendido, hasta que el cansancio de su madre la obligara a descansar, aunque ésta no quisiera.
Algunos pensaron que éstas eran buenas señales, e incluso comenzaron a tener esperanzas en una posible recuperación; entre ellos, la propia Ayaka.
Sin embargo, al final la Sra. Kamisato sólo había logrado ganar las fuerzas suficientes para resistir un poco más. Durante el otoño, conforme el clima iba volviéndose más frío, su salud volvió a decaer poco a poco; en ese punto ya no se le permitió a Ayaka importunarla. Y su cuerpo, ya para entonces demasiado agotado y carcomido por la enfermedad, terminó por rendirse.
Personas de todos los rincones de Inazuma se presentaron en la Hacienda Kamisato para ofrecer sus respetos al comisionado y su familia. Asistieron representantes de los clanes vasallos de los Kamisato, los comisionados Hiiragi y Kujou en persona, así como sus hijos, e incluso un grupo de sacerdotisas del Gran Santuario Narukami, en representación de la Suma Sacerdotisa, para ofrecer una solemne plegaria por el descanso de la Sra. Kamisato.
Y entre estos asistentes, por supuesto, se encontraban Kazuha y su tío.
Sin embargo, más que ofrecer consuelo a los dolientes, Kaedehara Naruhito estaba más preocupado por las apariencias, por estar en el lado bueno de Kamisato Ayato, y quizás incluso ver si podía aprovechar de alguna forma estos momentos de posible debilidad en el joven lord. Claro, nunca le dijo a Kazuha abiertamente ninguna de esas cosas, pero aún entonces, el muchacho Kaedehara era bastante consciente de que las intenciones de su tío no eran del todo clementes.
Pero Kazuha tenía en esos momentos algo mucho más importante en mente que los propósitos ocultos de su familia. Así que mientras su tío iba a codearse con los comisionados y demás asistentes prestigiosos en el velorio, Kazuha se escabulló sigilosamente a buscar a Ayaka. Le extrañó, y a la vez preocupó, no verla a lado de su hermano en el salón principal. Entendía de sobra el deseo de no estar rodeada de tantas personas abrumándola en esos momentos tan difíciles. Sin embargo, no estaba seguro si estar sola sería mucho mejor…
La Hacienda Kamisato se había sumido por completo en un aire pesado y triste, pero en especial en un angustioso silencio. Kazuha recorrió los solitarios pasillos de la residencia, escuchando sólo el sonido de sus propios pies contra el suelo de madera, y nada más. Si no supiera que en la otra ala había un gran número de personas reunidas, hubiera llegado a suponer que era el único ahí.
Era un día particularmente frío; el cielo estaba totalmente cerrado, y había comenzado a caer nieve durante la tarde, llenando el patio de una capa blanca casi uniforme. Y fue justo ahí en donde Kazuha al fin la divisó, alejada del salón, sentada en la misma roca en la que un tiempo atrás ella lo había encontrado a él. Pero el escenario era totalmente distinto en esa ocasión. Las ramas de los hermosos árboles de cerezo estaban en esos momentos desnudas, sin ninguna hoja en ellas. Aún faltaban al menos dos meses para que volvieran a cubrirse de hermosas flores rosadas, y quizás entonces ese sitio podría llenarse de esperanza una vez más. Pero, por lo pronto, todo lo que se percibía era mera melancolía y dolor.
Kazuha avanzó lentamente, sus pies resonando un poco al presionar contra la nieve. Ayaka le daba la espalda, y tenía su cabeza agachada. Usaba un atuendo totalmente negro, similar al que él mismo portaba, y su cabello completamente recogido. Cómo solía ocurrir cuando la encontraba estudiando, no pareció percatarse de su presencia mientras avanzaba hacia ella. Pero claro, esa era una situación muy, muy diferente…
—¿Ayaka? —pronunció despacio estando justo detrás de ella.
La pequeña se sobresaltó, asustada por repentinamente darse cuenta de que no estaba sola. Se giró rápidamente a verlo sobre su hombro, pero sólo fue por un instante. En cuanto alcanzó a verlo y a distinguir que se trataba de él, rápidamente se viró de nuevo hacia otro lado, ocultándole el rostro. Aun así, en ese rápido movimiento Kazuha logró captar sus ojos ligeramente enrojecidos…
—Kazuha —murmuró Ayaka despacio mientras le daba la espalda, y discretamente se tallaba los ojos con sus manos—. Gra… gracias por venir a acompañarnos en estos momentos. Discúlpame, por favor. Me estoy sintiendo un poco indispuesta….
—Lo entiendo —murmuró Kazuha, sereno.
Se permitió entonces avanzar un poco más y sentarse en la piedra, justo al lado de Ayaka. Ésta instintivamente se giró más hacia el lado contrario en él se encontraba, para mantener lo más posible su rostro lejos de su vista.
—¿Cómo estás? —le preguntó con un pequeño susurro, pero Ayaka no le respondió nada—. Lo siento… es una pregunta tonta, ¿cierto?