Capítulo 15.
Bienvenido de vuelta
La enorme impresión en los rostros de Kazuha y Ayaka era imposible de ignorar. Incluso Kazuha, que se había hecho a la idea de que tal vez ella estaría ahí y por ello se había lanzado sin demora, debía admitir que el tenerla frente a frente simplemente lo dejaba sin palabras.
De cerca era incluso más hermosa de lo que había percibido el día anterior a la distancia. Sus ojos grandes fijos sólo en él, sus mejillas sonrosadas, su largo y brillante cabello, y su figura delgada y elegante… Kazuha sentía que ni siquiera debería tener permitido verla tan directamente como lo estaba haciendo en ese momento.
—Kazuha… —murmuró Ayaka despacio, y escuchar su nombre pronunciado con su voz provocó que el chico se sobresaltara un poco, y se sintiera casi avergonzado—. Yo… te estaba…
Kazuha guardó silencio, expectante de escuchar lo que fuera que ella quisiera decirle. Así fuera un reclamo, un grito o un insulto; cualquier cosa estaría bien para él en esos momentos, si venía de ella. Pero Ayaka no fue capaz de completar su enunciado, pues en ese momento ambos se percataron de que los ronin afectados por su choque de energías comenzaban lentamente a ponerse de pie una vez más; incluyendo también a Katsumoto.
Sin que ninguno tuviera que decirlo, ambos reaccionaron a la vez tomando sus espadas, y virándose hacia direcciones contrarias en posición defensiva. Sus espaldas se pegaron una contra la otra por mero instinto, como lo harían con cualquier compañero de combate para cubrir mejor terreno. Al sentir el roce del otro detrás, ambos reaccionaron con un respingo, y se voltearon a ver apenados; el sonrojo en las mejillas del otro los tomó un poco por sorpresa.
De nuevo no había tiempo para decir nada, pues cada vez más enemigos se reponían, así que sólo volvieron a pegar sus espaldas, fijar sus miradas al frente y sostener sus espadas delante de ellos.
—¿Tienes una visión? —susurró Kazuha despacio, a lo que Ayaka asintió.
—¿Tú también? —murmuró Ayaka justo después, a lo que Kazuha respondió del mismo modo.
Eso era una curiosa coincidencia, o tal vez no. Era aún misterioso para muchos cómo los Arcontes decidían a quién darle su bendición y a quién no. Como fuera, a ninguno le preocupó demasiado eso. En su lugar, por algún motivo saber este punto común entre ambos les provocó una inusual… alegría.
Thoma igualmente comenzó a levantarse en ese momento. Se había golpeado un poco, pero nada grave. Aunque al mirar a su lado, notó a Ouji en el suelo, inmóvil; al parecer el golpe había sido mucho mayor para él. Pero de momento no podía preocuparse por el espadachín caído, pues tenía que averiguar qué había ocurrido, y en especial ver si Ayaka se encontraba bien. No tardó mucho en visualizarla justo en el centro del dojo; y no sólo estaba bien, sino que estaba acompañada de alguien que Thoma reconoció de inmediato.
«No puede ser, es él…» pensó sorprendido, y bastante confundido.
Thoma no fue el único que igualmente reconoció a Kazuha en cuanto lo vio.
—Es el maldito niño Kaedehara —espetó uno de los ronin con cólera—. ¡Vamos a…!
Una estela de luz morada cruzó justo encima de sus cabezas en ese momento, a toda velocidad como un relámpago. Y, de hecho, bien parecía literalmente ser un relámpago…
El rayo cayó justo delante de los ronin, quemando un poco el suelo de madera. La silueta de una persona se formó en un parpadeo justo en ese punto, colocándose de pie entre Kazuha y los ladrones.
—¡¿Qué…?! —exclamaron estos, atónitos, retrocediendo instintivamente un paso.
Cuando el destello y el humo se disiparon, todo lo que quedó en su lugar fue la figura del samurái errante, Tomo; su cabeza agachada, y su mano derecha firme en el mango de su espada.
—Será mejor que se queden en el suelo, amigos míos —murmuró el samurái rubio con seriedad, y lentamente comenzó a sacar su arma de la funda—. Que en esta ocasión ya no estoy de humor para sutilezas…
Al alzar su mirada hacia ellos, los ojos de Tomo reflejaban una profunda y agresiva frialdad, misma que no resultaba ajena para algunos de ellos, pero que sólo habían visto en verdaderos asesinos. Hombres que miraban a los otros como si ante ellos no hubiera personas, sino simples cosas que daría igual destajarlos con sus espadas a la menor provocación.
Ese sujeto… no era como los demás.
Tomo jaló de golpe su espada hacia un lado, y el brillo púrpura de la electricidad que la envolvía dibujó una estela en el aire justo delante de él. Pequeños rayos saltaron de la hoja en todas direcciones, y los ronin tuvieron que moverse para no ser tocados por ellos.
—Tú eres el de anoche… —murmuró nervioso uno de los ronin al reconocerlo—. ¿También tienes una visión…?
—Ahora son cuatro con visión —comentó otro de ellos, dubitativo.
—Quizás esto no fue tan buena idea…
Los ronin comenzaron a verse entre ellos, dudosos de qué hacer. Algunos instintivamente se hicieron para atrás y bajaron sus armas. Evidentemente el combate ya no les parecía tan parejo dados los dos nuevos contendientes.
«¿Y éste quién es» pensó Thoma por su parte, contemplando desde su posición un poco confundido el cambio tan abrupto de situación.