Capítulo 16.
Ocho años después
Hace 8 años…
Thoma se mantuvo completamente callado mientras encaminaba a Ayaka al despacho de Ayato. La niña de diez años intentaba por todos sus medios mantenerse calmada, pero toda esa situación le resultaba demasiado irregular. Thoma no solía comportarse de esa forma tan seria con ella, y la última vez había sido… el día en que su madre falleció. Y ese recuerdo no hacía más que ponerla aún más ansiosa…
Al llegar a su destino, Ayaka se sorprendió un poco al ver las puertas del despacho abiertas, y aún más cuando al asomarse al interior vio que había bastantes personas dentro. En específico notó las espaldas de tres hombres sentados delante de la mesa de trabajo de su hermano, con túnicas negras. A Ayaka le pareció que eran los viejos consejeros de Ayato, los que en algún momento fueron también los de su padre. Pero además de ellos, había al menos cinco o seis de los guardias de la Comisión Yashiro, rodeando la mesa y a los tres hombres, teniendo además sus lanzas en mano. Aquello era casi una repetición de lo ocurrido en el patio hace unos momentos con Kazuha.
—Mi señor… —escuchó a uno de los consejeros pronunciar, su voz casi temblándole—. Le garantizo que todo lo que hemos hecho y aconsejado ha sido siempre por el bien del clan Kamisato…
—Yo así lo quise creer, y una parte de mí aún quiere hacerlo —le respondió la voz de Ayato desde el fondo del cuarto. Ayaka percibió en sus palabras una seriedad aún mayor a la que ella estaba acostumbrada a escuchar en él; incluso parecía… enojado—. Fueron los consejeros de mi padre, después de todo. No harían nada para perjudicarme, ¿cierto?
—¡Por supuesto que no! —respondió otro de los consejeros, sonando aún más nervioso que el anterior.
Antes de que Ayaka sintiera la iniciativa de avanzar, Thoma colocó una mano sobre su hombro, sosteniéndola.
—Aguardemos un poco —murmuró el sirviente despacio, y con cuidado la guio para que ambos se pararan a un lado de la puerta; lo suficientemente alejados para no ser parte de esa tensa conversación, pero sí lo suficientemente cerca para ser espectadores silenciosos.
Ayato se paró en ese momento, sobresaliendo por encima de las cabezas de los consejeros aún de rodillas en el suelo. En aquel momento ya había cumplido los diecisiete años; se había vuelto bastante alto desde la perspectiva de Ayaka, y su presencia incluso más imponente de lo que ya era. Aunque su rostro en general parecía tranquilo como siempre, en ese momento no sonreía como siempre solía hacerlo. Y algo en su mirada era diferente; Ayaka lo percibió con tan sólo verlo.
—Y aun así fueron ustedes lo que insistieron en este asunto, y me convencieron de que era lo mejor para mí y para mi hermana —declaró Ayato con sequedad, contemplando a los tres hombres delante de él—. O deliberadamente omitieron lo que no querían que supiera, o eran totalmente ignorantes de todo esto. Cualquiera de las dos que haya sido, demuestra que no puedo confiar más en ninguno de ustedes….
Aquella declaración final hizo que los tres hombres se sobresaltaran por igual, alarmados. Uno de ellos intentó decir algo para defenderse, pero Ayato lo interrumpió antes de que pudiera siquiera comenzar.
—El Clan Kamisato agradece todos sus años de servicio, caballeros —pronunció rápidamente, tomando asiento de nuevo y comenzando, al parecer, a firmar tres documentos que estaban sobre su escritorio—. Es momento de que los tres se retiren, con una pequeña pensión como gratitud por todo el apoyo que le dieron a mi padre en vida, y a mí durante este par de años.
Mientras hablaba, terminó de firmar los tres documentos y enrollarlos. Le pasó luego estos al guardia que tenía más cerca, y éste se encargó de tomarlos y pasárselos a los tres hombres en el suelo. Estos no tuvieron más remedio que aceptarlos.
—Disfruten su retiro —pronunció Ayato sin mirarlos, virándose hacia otro lado—. Escolten a los señores fuera de la Hacienda, por favor.
Tres guardias rápidamente rompieron la formación y se pararon uno detrás de cada consejero. Estos los voltearon a ver hacia atrás, claramente nerviosos. En sus miradas duras pudieron percibir que si no iban con ellos por las buenas, los sacarían por las malas.
Los consejeros, o al parecer ex consejeros para ese momento, se pusieron de pie y comenzaron a andar hacia la puerta, cada uno seguido de cerca por uno de los guardias. Antes de salir, sin embargo, uno de los hombres ancianos se viró de golpe de regreso a Ayato, y comenzó a gritarle repentinamente con fuerza:
—¡Te arrepentirás de esto, mocoso impertinente!
Ayaka saltó asustada por el súbito grito. Thoma rápidamente la tomó de los hombros y la hizo retroceder un poco, alejándola del hombre iracundo.
—Kato, guarda silencio… —le murmuró despacio otro de los hombres de túnica negra, pero a éste al parecer no le importó.
—Te crees muy listo y hábil, pero no sabes nada. Sin nosotros para limpiar tus desastres, llevarás este clan a la ruina. ¡¿Me oíste?!
Uno de los guardias lo tomó rápidamente de los brazos, y sin medirse en su brusquedad comenzó a jalarlo hacia afuera del cuarto junto con los otros dos. El hombre siguió soltando algunas cosas más, incluso estando ya en el pasillo. Ayato, sin embargo, ni siquiera se molestó en mirarlo.