Capítulo 31
El Héroe de Hanamizaka
La señorita Kuki Shinobu salió esa tarde de su casa en Hanamizaka, ataviada con un discreto kimono rosado; un atuendo más acorde al tipo de ropas que su madre prefería ver en ella. Su madre, de hecho, se había encerrado ese día en su cuarto desde temprano, al parecer realizando sus habituales rondas de rezos, y un poco más. Shinobu no estaba del todo segura de por cuál motivo en específico rezaba y pedía tanto en esos días, pero presentía que quizás tuviera que ver con el deseo de enderezar el rumbo de su “descarriada” hija.
Como fuera, lo que menos deseaba era recibir cuestionamientos de su parte, así que tras vestirse y asegurarse de que su madre estuviera en efecto en su cuarto, se dispuso a encaminarse hacia afuera de la casa con la mayor discreción posible. Y casi cumplió con su cometido. Logró deslizar la puerta principal haciendo el mínimo ruido posible. Logró salir de puntillas, y volver a cerrar la puerta. Ya afuera pudo respirar aliviada, sintiéndose fuera de peligro. Avanzó un par de pasos con completa seguridad, justo antes de escuchar la puerta a sus espaldas abrirse con fuerza.
—¿A dónde vas? —le cuestionó la voz de su madre desde el interior de la casa. La joven respingó un poco, y se viró lentamente sobre sus pies. Su madre la observaba inquisitiva desde el marco de la puerta.
—Madre, buenas tardes —murmuró Shinobu con voz cauta—. Sólo iré a… pasear por ahí.
—No irás a perder el tiempo de nuevo con esa banda de vagos, ¿o sí? —le cuestionó la Sra. Kuki con severidad, con las manos en su cintura.
—No, madre —respondió Shinobu con la mayor firmeza que le fue posible—. Sólo iré a comprar unos libros, y quizás algunos fuegos artificiales antes de que empiece el festival y se acaben todos.
La mirada de la Sra. Kuki se endureció notablemente, dejando en evidencia que no creía del todo las palabras de su hija.
—No sé por qué insistes en juntarte con esos vándalos —soltó con voz belicosa, cruzándose de brazos—. No son más que un grupo de alborotadores, haraganes y buenos para nada. En especial ese oni… como sea que se llame. No sé en serio qué estás esperando para dejar de perder el tiempo y reanudar tus clases en el Santuario Narukami.
—Madre, ya hablamos de eso… —murmuró Shinobu en voz baja, agachando un poco su mirada.
—No lo suficiente, me parece.
La Sra. Kuki parecía más que deseosa de decir algo más, pero en ese momento algo más pareció captar su interés. Alzó su mirada hacia el cielo, haciendo visera con una mano, para así poder ver la posición del sol. Tenía de seguro alguna otra actividad que requería su atención en esos momentos.
—No vuelvas tarde —le indicó su madre, sonando casi como una amenaza—. Quiero que vayamos a ver a la Gran Sacerdotisa para discutir tu futuro.
—De seguro debe estar muy ocupada como para que la molestemos con eso, madre —murmuró Shinobu.
—Yo me encargaré de que nos haga un espacio. Así que no te atrevas a dejarla plantada.
—Sí, madre… —soltó Shinobu en forma de un agudo suspiro.
Dicho lo que tenía que decir, la Sra. Kuki se viró de nuevo hacia el interior de la casa, deslizando con algo de fuerza la puerta detrás de ella para cerrarla.
Una vez sola, Shinobu se atrevió al fin a alzar su mirada, sus ojos desbordando todo el coraje y frustración con el que le sería imposible mirar a su propia madre.
Comenzó a caminar con rapidez, alejándose de la casa. Con sus manos se retiró rápidamente su kimono, revelando debajo de éste su atuendo de top y pantalón corto negro, y chaqueta morada que a su madre tanto le enojaba ver que usaba, en especial en la calle. Y claro, complementó su atuendo con su máscara negra que cubría su boca y nariz. Una apariencia con la que se sentía mucho más ella, y menos la hija de una honorable y respetable sacerdotisa de su Excelencia.
Dejó el kimono rosado en el interior de una vasija como siempre lo hacía, para poder ponérsela de regreso antes de regresar a casa.
—No quiero ser una… maldita… sacerdotisa… —masculló despacio, las palabras arrastrándose por su garganta hasta casi lastimarla—. Ya te lo he dicho miles de veces… ¿De qué forma lo vas a entender?
Le gustaría poder tener la fuerza de gritar todas esas palabras, incluso en la cara de su madre. Pero si acaso en alguna ocasión lo haría, ese día parecía bastante lejano.
Se alzó una vez que dejó el kimono en su escondite, y se dispuso a seguir su camino.
—Quizás funcionaría mejor si se lo escribieras —escuchó de pronto que alguien pronunciaba justo a sus espaldas—. Es bien sabido que algunas personas entienden mejor las cosas con comunicación escrita.
Shinobu se sobresaltó sorprendida, creyendo por la impresión que había sido su madre, y la sola idea la impregnó de terror. Sin embargo, al girarse para ver quién le hablaba, lo que se encontró fue el rostro sonriente y despreocupado de alguien diferente, que la observaba desde su asiento sobre la barda de madera cercana.
—Heizou —masculló Shinobu con molestia—. ¿Me estabas espiando?
—¿Yo? Para nada —rio el joven detective de la Comisión Tenryou. Se bajó justo entonces de la barda de un salto, amortiguando el descenso con un poco de viento, para caer suavemente a un lado de la joven de cabellos verdes—. Sólo pasaba por aquí vigilando que todo estuviera en orden, y te escuché desquitar tu frustración con esa vasija. Por mera coincidencia, claro.