Capítulo 34
No soy una amenaza para usted
Tomo supo de antemano que su misterioso nuevo amigo no lo acompañaría por las buenas así que, sin siquiera preguntar primero, se encargó de dejarlo inconsciente con un golpe preciso en el punto adecuado del cuello. Claro, recorrer la ciudad teniendo que cargar con el cuerpo inconsciente de un ninja tampoco era precisamente una tarea sencilla, pero se las ingenió para ocultarlo en el interior de un barril de madera que encontró ahí mismo en el callejón y llevarlo cargando en su espalda, como un comerciante más llevando su mercancía. Anduvo con paso pausado y la cabeza agachada. Nadie le prestó atención, y nadie hizo preguntas.
Pese a todo, parecía ser su día de suerte.
Se las arregló para salir de la ciudad y descender hacia la playa por una ladera. Pensaba quizás llevar a su invitado hacia alguna cueva, pero vislumbró más adelante una vieja choza de madera, quizás perteneciente a algún viejo pescador. La observó por afuera y luego echó un vistazo al interior. Parecía que nadie había estado ahí en un largo tiempo.
Una vez más, parecía estar de suerte.
Cuando el ninja logró recobrar la consciencia, lo primero que sus ojos comenzaron a divisar fue el interior oscuro, polvoriento y lleno de telarañas de aquella choza. Lo segundo que sus sentidos captaron, fue su imposibilidad de moverse con libertad, pues se encontraba firmemente atado de muñecas y tobillos. Estaba sentado sobre un barril (el mismo en el que lo habían transportado), y en el suelo a sus pies vislumbró un líquido espeso y oscuro cuyo penetrante olor identificó de inmediato como aceite de ballena para lámparas. El líquido formaba un círculo a su alrededor, y luego se extendía en un camino recto hacia el frente, terminando justo delante de la puerta de entrada de la choza. O, más bien, justo delante de la persona sentada en el suelo frente a la puerta.
—Despertaste al fin —murmuró Tomo con una sonrisa despreocupada, mirándolo desde su posición. Se había retirado su bufanda, su espada estaba colocada en el suelo a un lado, y al otro, clavada en la tierra… tenía una antorcha encendida cuyo fuego era la fuente primordial de luz, además de la poca que entrada por la única ventana al fondo—. Temía que quizás te hubiera golpeado donde no era. Hacía tiempo que no lo hacía.
El ninja permaneció callado, y la única reacción apreciable en él fueron sus ojos endureciéndose. No necesitó mucho tiempo para comprender su situación. Sus ataduras, el aceite y la antorcha lo dejaron bastante claro.
Tomo se puso de pie en ese momento, limpiándose con ambas manos el pantalón hakama. Luego tomó su espada con una mano y la antorcha con la otra, para aproximarse hacia su nuevo amigo, cuidando de no pisar el rastro de aceite.
—Lamento lo incómodo que de seguro debes sentirte en estos momentos —se disculpó Tomo, sonando casi sincero en realidad—. Esto no tardará mucho, aunque eso depende más de ti que de mí.
Se paró entonces a un lado del barril, colocando la antorcha en un soporte de la pared, pero lo bastante cerca para tomarla de un movimiento rápido de su mano si se necesitaba.
—Empecemos por algo sencillo, ¿te parece? ¿Cómo te llamas?
El ninja permaneció ecuánime, con su vista fija y firme al frente en lugar de mirar a su captor. Ni un sólo sonido surgió de su boca.
—Así que seguiremos con el acto de chico rudo y silencioso, ¿eh? —masculló Tomo, divertido—. Pues bueno, mis amigos me llaman Tomo, y aunque no creo que tú caigas dentro de esa categoría, igual podemos hacer una excepción. Tengo una pequeña gatita que se llama Tama, y hace poco conocí a un nuevo amigo que se llama Thoma. Así que, mientras no me digas tu verdadero nombre, tú serás Tamo para mí. ¿Te parece?
No hubo respuesta, pero igual Tomo no la esperaba.
—Muy bien, Tamo. Cuéntame, ¿quién te envió a seguirme? ¿Y cuáles eran tus órdenes exactas?
De nuevo, sólo silencio.
—Al menos no niegas que me estuvieras siguiendo; eso lo podría considerar un avance.
Dio un paso más hacia él, inclinando ligeramente el cuerpo en su dirección, casi como si fuera a susurrarle un secreto al oído.
—Escucha, Tamo… lo cierto es que ninguno de los dos quiere estar en este sitio, ¿verdad? Yo de hecho iba camino a un lugar mucho más divertido cuando me obligaste a desviarme de mi ruta. Así que, ¿por qué no nos haces un favor a ambos y terminamos rápido con esto? Entiendo que guardar secretos es básicamente la piedra angular de tu profesión, y lo respeto. Pero, por lo mismo, espero que tú también entiendas y respetes que no te puedo dejar salir de aquí sin que me digas exactamente qué te proponías…
—¿Y acaso me dejarás ir si te lo digo? —murmuró de pronto el misterioso ninja Tamo.
—Ah, hablaste —exclamó Tomo con fascinación—. Bien, ya estamos progresando; a este paso seremos amigos de verdad más pronto de lo esperado. Sobre tu pregunta, eso también depende de ti. No sé qué te habrán dicho de mí, pero no soy alguien que esté del todo interesado en…
Antes de que pudiera terminar de hablar, el ninja movió rápidamente su cuerpo, haciéndolo girar sobre el barril y jalando sus piernas, aún atadas, en dirección al rostro de Tomo. Un instante antes de hacerse rápidamente para atrás para esquivarlo, el samurái errante logró ver como de la punta de la sandalia derecha del ninja surgía una pequeña y afilada cuchilla, que terminó pasando a escasos centímetros de su nariz; tan cerca que casi pudo ver el reflejo de sus propios ojos en la pequeña hoja.