Alexander:
Al día siguiente me levanté a las ocho, le dije a Charlotte que quería pasarme por el gimnasio un rato; los días que llevábamos aquí no había ido, y tengo la costumbre de hacer pesas y cardio todos los días. Le di un beso a Charlotte, me despedí de ella y salí de la habitación. Cuando iba por el pasillo, me vino a la cabeza Isabelle, como sabía perfectamente cuál es la habitación de Isabelle. Subí en el ascensor. Tenía que hablar con ella, decirle lo que siento, hablar de todo lo que pasó en el pasado y, después… empezar de cero. Salí del ascensor y caminé por el pasillo. Su habitación está al fondo del pasillo. Yo mismo me había ocupado de que fuese cómoda, con unas maravillosas vistas y en el ala oeste más tranquila del hotel, porque quería que todo fuese perfecto para ella.
Cuando iba acercándome, lo vi. Taylor salía de su habitación. Ese maldito imbécil. Me miró de frente y, sin decir nada, se dio la vuelta y volvió a entrar. Lo fulminé con la mirada. Taylor es un problema para mí, es el típico guapete que se lleva a las mujeres de calle. Pero, ¿qué demonios hace ese payaso en la habitación de Isabelle? ¿Se habrán acostado? No quería creerlo. Mi Isabelle no es así... ¿O sí? ¿Y si con el tiempo ha cambiado? No… no podía ser. Me repetía una y otra vez que era imposible. Isabelle no es de las chicas que se acuestan con cualquiera.
Volví a subir en el ascensor y bajé directo a la cafetería del hotel. Apenas había dos clientes y el camarero. Me senté en uno de los taburetes, furioso; solo necesitaba tomar algo fuerte para olvidar durante un rato. Le pedí al camarero una botella de whisky.
—Señor, Alexander, es muy temprano para beber; mejor le pongo un café —se atrevió a contestarme el camarero.
—¿Eso crees? ¿Llevas mucho de camarero? Estaba tan enfadado que poco me importaba pagarlo con cualquiera. Anda, tráeme la botella —le volví a repetir al camarero.
—Sí, señor. Once años. ¿Por qué lo pregunta?
—¿Sabes quién soy? —le pregunté.
—Por supuesto, señor. Usted es el Alexander dueño de este gran hotel.
—Entonces sabrás que no eres nadie para decirme cuándo debo beber y cuándo no. ¿Acaso te pagan para opinar? No, ¿verdad? Así que hazme un favor: cállate y aléjate de mi vista si no quieres acabar en la calle. Pero hazlo rápido, mi paciencia tiene un límite y se me está acabando contigo, claro, si sabes lo que te conviene —le dije muy serio.
—Vaya, vaya… nos hemos levantado con malas pulgas. —Ponme a mí otro whisky, camarero —escuché a mi lado. Era Nicholas, como siempre, apareciendo en el peor momento. No le hagas caso, que ladra mucho pero no muerde.
El camarero nos sirvió y se fue sin más. Nicholas se sentó a mi lado con su vaso de whisky en la mano, dispuesto a soltarme uno de sus discursos de diario.
—No estoy para tus estupideces, te lo advierto. Hoy no es momento.
—¿A qué se debe ese mal genio? ¿Qué pasa, que tu adorable Charlotte no ha sido buena esta noche? ¿O tu madre se ha metido también en la habitación? Aunque no me extrañaría viniendo de tu madre, de esa mujer me espero todo —soltó riéndose.
Dio un golpe fuerte en la barra. Escúchame, estoy cansado de tus payasadas; eres el menos indicado para juzgarme a mí. Me levanté del taburete y lo agarré del pecho con rabia.
—No vuelvas a hablarme así en tu puta vida, Nicholas. Me olvidaré de que somos amigos de toda la vida.
—¡Eh! ¡Eh! Tranquilo, Alexander, joder… Te lo he dicho de broma. Ya me conoces. Tú no eres así. ¿Qué demonios te pasa? ¿Es tu madre? ¿Charlotte?
—Estoy cansado de tus bromas pesadas; esta vez no es mi madre, ni Charlotte. Es aún peor, es Isabelle.
—¿Isabelle?... ¿Tu ex? ¿A qué viene ahora? No me lo digas… —Se quedó en silencio un segundo, luego respondió. Ya lo entiendo todo…
—Sí, sigo enamorado de ella —confesé, con el alma desnuda; por primera vez en mucho tiempo se lo dije, le conté lo que me había visto. Subí a su habitación, y justo cuando estaba cerca de la puerta vi a Taylor salir de allí. Y me han comido los celos, Nicholas. He sentido como si me arrancaran el corazón: rabia, impotencia, celos. No sé si... se han acostado, pero no soporto imaginarla con otro, es superior a mí. No puedo, te lo juro.
Nicholas me miró con una expresión que rara vez la había visto. Seria, pero sincera, como si fuera mi padre; en eso es muy raro. Siempre me ha dado consejos, pero esta vez su mirada seria es de un verdadero amigo.
—¿Y qué vas a hacer, Alexander? ¿Vas a quedarte aquí, bebiendo como un niño pataleando, mientras otro te quita a Isabelle delante de tus narices?
—¿Qué quieres que haga, Nicholas? ¿Que suba corriendo a decirle que la amo? Que le parta la cara a Taylor, ¿que la abrace sabiendo que puede que ya sea tarde? Antes tengo que hablar con ella, pedirle perdón por no buscarla en estos años. —Y a ese tal Taylor, quitármelo de encima —le contesté.
—Sí, eso es lo que tienes que hacer —me dijo. Porque lo único peor que un cobarde es un hombre que llega tarde por no tener los cojones de decir lo que siente. Si la quieres, lucha, joder, pasa por encima de quien tengas que pasar; es tu vida, Alexander, nada ni nadie tiene derecho a oponerse. Eres un tío con un par de huevos y bien grandes. Lucha, amigo, por lo que quieres; ese es mi consejo.
Lo miré. En ese momento supe que tenía razón. El miedo no tenía que ganarme. Ni los celos, ni la rabia, ni siquiera el pasado, porque eso es precisamente lo que nos había separado: el pasado, el miedo y, por supuesto, mi cobardía, por no enfrentarme a mi madre. Me levanté.
—Voy a buscarla. —Le dije a Nicholas, tengo que hablar con ella.
—¿Ahora? Es temprano, o puede que esté trabajando, Alexander.
—Ahora. Esta vez, Nicholas… esta vez no pienso perderla. —He perdido nueve años de mi vida, creo que ya he esperado bastante —le contesté a Nicholas.
"El pasado es historia, el futuro es un misterio, el presente es un regalo".