Volver a Tí

Capitulo 62 Corazón vacio

Alexander:

Iba conduciendo sin saber muy bien dónde ir; no tenía ni idea de qué estaría haciendo mi madre. Vi una estación de servicio y paré. Llamé a mi madre. El móvil daba tonos, pero ella no lo cogía. Colgué y llamé a Charlotte.

—Charlotte, ¿sabes dónde está mi madre? No me coge el dichoso móvil.

—Alexander, primero se dan los buenos días, después se pregunta: ¿Cómo estás, amor? ¿Qué tal te fue el día? Y no se pregunta de golpe dónde está mi madre. Tu madre fue a una gala benéfica. ¿No te acuerdas? Te lo dije esta mañana, que quería ir con ella, pero después se me quitaron las ganas. ¿Para qué la buscas? ¿Tan urgente es?

—Mira, Charlotte, ahora no tengo tiempo para tus tonterías. Estoy harto de tus clases de educación. Tú eres la menos indicada para eso. Tú y mi madre sois unas déspotas con la gente. Después vais a galas benéficas… ¿Para qué? Si os dan asco esas personas. Os importa una mi...

Le colgué. Charlotte sabía cómo sacarme de mis casillas. Volví a llamar a mi madre. Esta vez cogió mi llamada.

—Mamá, ¿dónde demonios te has metido? Llevo buscándote un rato. Tenemos que hablar ahora mismo.

—Alexander, no seas tan impaciente. Tengo cosas que hacer. No creo que sea tan urgente. Estoy en una gala benéfica. A ver si te crees que puedo irme cuando quiera. Ay, hijo, cómo se nota que no vienes nunca. Y no sabes cómo funciona esto, no te creas que es nada fácil.

—Me importa una mi... la gala esa. Voy para tu casa. Te quiero ver allí ahora mismo. No me hagas ir a buscarte. ¿Me has entendido o no? Te doy veinte minutos. No más.

Colgué el móvil. Estaba cerca de un bar. Me bajé, me senté en la barra y pedí un whisky doble. Me lo tomé de un trago. Salí del bar y volví a mi coche. Miré la hora: solo habían pasado cinco minutos. Decidí ir hacia la casa de mi madre y esperarla allí.

Cuando llegué, Antonio seguía talando los rosales. Enseguida me vio y se acercó.

—¿Otra vez de vuelta, señor Alexander? Su señora madre no ha llegado todavía.

—Viene ahora. ¿Me abres la puerta, Antonio? Sabes, desde que tengo uso de razón, te he visto solo. ¿Por qué, Antonio? ¿No te has enamorado nunca? Aquí hay mujeres guapas trabajando, y están solteras.

—¿Y cómo sabe usted que son guapas, si no vive aquí? —me preguntó sorprendido.

No pude evitarlo y me eché a reír.

—¡Ay, Antonio, qué cosas tienes! Porque yo las contrato. Y sé que son buenas mujeres porque yo personalmente les hago la entrevista. Yo me ocupo de todo, como antes mi padre. Pero dime, cuéntame...

—Cuando vivía su señor padre, aquí trabajaba una señora en la cocina, Margarita, ¿te acuerdas de ella? Pues nosotros nos hicimos novios. Su padre ya lo sabía. Yo mismo se lo dije, y él me dijo que no tenía ningún problema, que nos podíamos casar si queríamos, que él no se metería. Los dos teníamos ya una edad, y no podíamos tener familia, pero Margarita había criado al hijo de su hermana, y yo lo quería como a un hijo. El niño era pequeño, pero mayor que tú. Se llama Manuel. Jugabas con él cuando erais pequeños. Hace mucho tiempo de eso, por eso no te acuerdas. Pues, como te iba diciendo, tu madre se enteró y se metió por medio. Nos quiso separar. Pero tu señor padre se opuso. Y entonces seguimos juntos, y nos casamos. Criamos a Manuel. Margarita y yo estábamos felices, gracias a tu padre. Años más tarde, Margarita se puso muy enferma. Tu padre pagó a los médicos, pero nada se pudo hacer, y mi Margarita murió. Yo me quedé con Manuel. Le di los estudios que pude, y ahí también me ayudó tu padre. Yo quería que él fuera un señor, como su padre. Le decía a Manuel que si estudiaba, podía llegar lejos. Y así fue...

Su padre lo metió a trabajar en una de sus empresas, como aprendiz de secretario. No le iba mal, había aprendido mucho... hasta que enfermó su padre.

—Sí, me acuerdo de él, Antonio. ¿Qué es lo que pasó? En ninguna de mis empresas está Manuel, y yo no he sabido nada de él desde hace bastantes años.

—Sí, señor Alexander. Usted en aquel tiempo estaba en la universidad. Al morir su señor padre, las cosas cambiaron. A usted le faltaban unos meses para terminar la carrera, y ella se hizo cargo de la empresa durante ese tiempo. Manuel fue despedido. Vivía aquí conmigo. Lo echó de aquí también. Se marchó a nuestro país. Nunca más lo he vuelto a ver. Supongo que me echa la culpa de no enfrentarme a su señora madre. Me tenía que haber ido con él. Pero no lo hice. Y ahora, ya ve… estoy solo. Nunca me lo perdonaré. Lo peor es que le hice promesa a Margarita de que cuidaría de él siempre, hasta que Dios me llamara a su lado. Pero no lo hice. Y ahora la culpa no me deja dormir; los remordimientos, hijo, son muy malos.

—Antonio, no tienes que culparte de nada. Estabas muy unido a esta familia, y posiblemente te dio miedo marcharte. No te preocupes, yo te prometo que buscaré a Manuel y hablaré con él. Te lo traeré aquí contigo, como siempre tuvo que estar. Eres su padre y un buen hombre. Tú y Margarita lo criasteis, eso es de buenas personas. Estoy seguro de que Manuel te quiere.

Antonio me miró triste y bajó su mirada al suelo. Oí el ruido de un coche. Enseguida cambió su cara y puso una sonrisa. Yo me di cuenta de que era una sonrisa forzada. De rabia, o quizás miedo... pero algo sentía por mi madre.

—Mire, ahí está su señora madre, señor Alexander.

Mi madre se bajó del coche cerrando la puerta de un portazo. Me miró enfadada, pero a mí eso me daba igual.

—Vamos hacia adentro, a ver la tontería que quieres decirme, niño malcriado. Ya le dije a tu padre un millón de veces que te estaba malcriando.

—No vuelvas a nombrar a mi padre. Tú no le llegas ni a la suela de los zapatos.

Antonio el pobre se me quedó mirando con la boca abierta mientras mi madre y yo entrábamos. Antonio se presionó.

—No vuelvas a hablarme así delante de los criados, ¿me has oído, Alexander? ¿Qué forma es esa de hablarle a tu madre?




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