Al día siguiente, tal como habían acordado, Gabriel pasó temprano por Ian al hotel y lo llevó a la universidad para terminar papeleo y terminar de matricularse como estudiante de intercambio. Aprovecharon a tener un tour por el campus y le mostró el edificio de ingeniería, donde tomaría la mayor parte de sus clases además de de los laboratorios, otro de los lugares en donde también pasaría muchas horas en el año por venir.
Mientras tanto en casa, Cecilia había empezado a adecuar la habitación de huéspedes para Ian desde la noche anterior. Había hecho una limpieza profunda, desocupado el clóset de las pocas cosas que se guardaban ahí, y había trasladado un par de muebles desde su oficina para que ahora le sirvieran a Ian como espacio de trabajo.
Para medio día, los muchachos habían llegado de todos sus pendientes en la universidad. Cecilia había salido al restaurante desde temprano, pero le había dicho a Gabriel que la habitación de Ian ya estaba lista para que pudiera instalarse en cuanto quisiera.
Gabriel condujo a Ian al segundo piso de la casa. Al final de la escalera, al frente había un pasillo en el cual se encontraban la habitación de Gabriel y la habitación de huéspedes, que ahora sería la habitación de Ian. Las habitaciones quedaban una frente a la otra. A la izquierda de la escalera, había una estancia amplia, donde se encontraban varios sillones, la televisión y un rincón con una mesa de trabajo llena de papeles y material de dibujo; ese sería el espacio de trabajo de Jessica, pensó Ian sin dudarlo. Al lado izquierdo de la estancia había un gran ventanal y un balcón desde el que se podía ver el jardín. Las habitaciones que quedaban del lado derecho de la estancia y las escaleras eran la habitación y oficina de Cecilia, mientras que el cuarto de Jessica quedaba del lado opuesto de las habitaciones de los muchachos.
—Bienvenido a tu habitación—dijo Gabriel dejando en el piso una segunda maleta que Ian había traído consigo—. Tengo que ir a hacer algunas cosas y unos encargos que me hizo mamá. De regreso podemos ir a Ítaca a comer. Mientras puedes ir instalándote tranquilamente; Jess está en su cuarto, por si necesitas algo.
Gabriel se fue dejando a Ian desempacando y ubicándose en la que sería su habitación por los siguientes once meses. El cuarto era bastante amplio y acogedor. Una de las ventanas tenía vista al jardín de la casa y desde la otra podía ver al exterior, a uno de los jardines del fraccionamiento. Abrió entonces su maleta y empezó a sacar todas sus cosas para empezar a acomodarlas en los cajones y en el clóset, mientras hacía una lista mental de cosas que tendría que comprar y que no había traído desde Nueva Zelanda: rastrillo, espuma de afeitar, más pasta dental… Estuvo así un rato, preparando su escritorio de trabajo, sacando cosas de la maleta y asignándoles un lugar en los cajones y el closet, cuando escuchó que tocaban la puerta.
—¿Puedo pasar?—dijo Jessica al otro lado.
—Claro, adelante—dijo Ian alegrándose al verla entrar.
—Venía a ver si necesitabas algo o si estaba todo bien.
—Mejor que bien: tu mamá preparó esta habitación mucho mejor que cualquier dormitorio en la universidad.
—Ayer estuvo arreglando este cuarto hasta que quedó perfecto: quería que te sintieras lo más a gusto posible.
—No podría estar mejor en ningún otro lugar—dijo Ian sonriendo —. Escucha, Jess —continuó, esta vez en un tono más serio —. Sé que tu mamá y tu hermano, queriendo ser amables, me ofrecieron hospedarme aquí en su casa durante todo este tiempo, pero hasta donde sé ninguno de los dos habló contigo sobre esto antes, y lo menos que quiero hacer es incomodarte.
—¿Cómo crees que me va a incomodar que estés aquí?—dijo de inmediato Jessica —. Al contrario, me da gusto que hayas querido quedarte con nosotros. Además, cuando estuve en Auckland, no le pagué a nadie de ustedes hospedaje y encima hiciste de guía de turistas, chofer…
—Pero sólo fueron tres semanas y yo estaré aquí prácticamente todo un año—argumentó Ian.
—Bueno, pero Nueva Zelanda es mucho más caro que México, y lo que gastarías para vivir tres semanas allá alcanzan para todo un año aquí…tal vez.
—Está bien, tú ganas. Estamos a mano, entonces?—dijo Ian mientras le tendía la mano en son de paz.
—Casi—dijo Jessica, estrechando la mano de Ian, que la observaba un poco extrañado ante su respuesta—. Es solo que me gustaría saber ¿por qué nunca mencionaste que vendrías? Hubo mil oportunidades.
—¿Tanto te molestó que llegara sin avisar?—dijo Ian mientras se sentaba al borde de la cama, sonando un poco preocupado.
—No, no es que me haya molestado y no es un reclamo tampoco, pero de haber sabido no te habría dejado en la puerta por tanto rato el día que llegaste—bromeó Jessica, y se sentó junto a él en la cama.
—Si te soy sincero, no estaba muy convencido de venir. Fue hasta ese viaje maratónico al que nos llevó tu hermano—dijo Ian —. Siento que pasar todos esos días con ustedes fue el último empujón que necesitaba para decidirme.
— ¿Y qué fue lo que hicimos para convencerte?—dijo Jessica, tratando de confirmar lo que Gabriel le había comentado la noche anterior.
—Ser consciente de que Gabriel pasó un año entero en un lugar tan lejano y que pudo lograrlo; darme cuenta que tú también habías ido al otro lado del mundo y que la estabas pasando bien aun estando tan lejos de casa. Pero más que nada fue lo que me dijiste en One Tree Hill: que la duda ¿Recuerdas ese día?