Que se vaya extinguiendo mi olor,
que parezca una vida sin color…
A regañadientes y porque el doctor y los oficiales le respiraban en la nuca, tu papá acepto que nos quedáramos hasta que te dieran el alta. Fueron las peores doce horas de nuestras vidas. Tuvimos una competencia para ver quién se rendía primero y se iba de la habitación, los tres estuvimos a punto de perder, al final logramos mantener la compostura y tragarnos los malos comentarios de tu papá, tenía el talento de saber usar la ironía y la mirada para fregarte en segundos.
Te ayudé a vestirte, contuve las lágrimas con un inmenso dolor en la garganta. La mirada penetrante de tu padre me marco tanto, que desde ese día apareció en mis pesadillas.
Ese señor te ponía muy mal. No dejabas de temblar, evitabas a toda costa mirarlo a los ojos, el monitor se elevaba en momentos que hacía comentarios sobre tu “mal comportamiento”.
Te sostuve todo lo que pude, nunca solté tu mano, las canciones de Elvis se volvieron nuestra compañía. Era como si el rey del rock y mi abuelo, nos estuvieran cuidando.
─Muy bien, joven Tate, es momento de regresar a casa. Ya se lo dije, una conmoción es un asunto serio, cualquier golpe en la cabeza es de cuidado extremo. No quiero enterarme de que desobedeció mis órdenes y no estuvo en reposo. La escuela y actividades físicas tendrán que esperarlo unos días.
─No se preocupe, doctor. Yo mismo me encargaré de que este muchacho peleonero siga al pie de la letra sus indicaciones.
Esa mirada. No podía con ella, tan siniestra y macabra. Lo odio, no sé cuantas veces lo haya a repetir, lo odio mucho.
─Aquí tienes tu medicamento ─te hizo entrega de tu bolsa de medicinas, se me hizo lindo el detalle de incluir una paleta con carita sonriente─. En cada frasco viene escrito la hora en que lo tienes que tomar y por cuantos días.
─Gracias doctor, espero no tener que verlo de nuevo en estas circunstancias.
Tu papá se rio en silencio, cruzó los brazos cerrando los puños. Su mirada te indicaba que no hablaras de más si no querías volver a levantarte de esa cama.
─Señor Adrien, tengo entendido que usted trabaja y como podrá saber, yo tengo mucho tiempo libre, por lo que si no tiene inconveniente, me gustaría cuidar de Tate en su periodo de reposo.
La abuela habló tranquila, con amabilidad y una sonrisa. Los tres, incluyendo al doctor, estábamos atentos a su respuesta. Para sorpresa de todos, le ganaste las palabras.
─Papá, me gustaría ir con Graceland… digo, con la señora Grace y con Em.
─Si esa es tu decisión.
Fue lo único que dijo.
Antes de darse la vuelta y desaparecer con tremendo coraje en la garganta, nos mandó a los tres una mirada de “Andén con cuidado”.
Sí, nos ganamos un enorme enemigo.
Y sí, tres perdieron la batalla.
Dormimos juntos por primera vez. Desde entonces, no podía dormir si no te tenía a mi lado. Me atrevería a decir que todas esas noches, dormiste sin miedo y sin estar preocupado de que te harían daño.
No quisiste hablar mucho de lo que había pasado, solo mencionaste un disgusto por una llamada con tu mamá que te negaste a compartir con ese señor. Parte de la situación no la recuerdas, ni cómo es que tuviste la fuerza suficiente para llegar a la escuela.
Hasta la fecha recuerdo esos días como si fueran ayer. A pesar de las circunstancias, fue de mis semanas preferidas.
Asistía a la escuela porque la abuela y tú me obligaban, si fuera por mí, me hubiera quedado todo el tiempo contigo. Se me hacía difícil concentrarme, todos mis pensamientos te pertenecían. Mi día mejoraba al llegar a casa y que tus brazos y tus labios me recibieran con ese amor que solo tú pudiste darme. Hay que aceptar una cosa, mi abuela te consistió de más. Subiste un poco de peso gracias a todos los platillos mexicanos que saco de su viejísimo recetario. Te volviste un hijo para ella.
Todas las mañanas, a pesar de mis objeciones, te levantabas a acompañarme a la parada del autobús. Por las tardes hacíamos juntos la tarea y dormíamos un rato. En las noches cenábamos viendo Master Chef. Los tres reíamos hasta que nos dolía el estómago y se nos salían las lágrimas, la diversión terminada cuando la abuela se quedaba dormida.
En las noches de insomnio, hablábamos sobre el futuro, de nuestros sueños y como nos veíamos cuando llegáramos a la edad de la abuela. Todos los planes sonaban realistas, excepto por la parte que olvidamos que nadie sabe lo que pasará mañana. Se vale soñar, mientras te prepares para las decepciones y no te aferres a lo que nunca será posible.
─Al final no me importaría donde estuviéramos, mientras estemos juntos, mi vida siempre tendrá color.
Recordar duele. Pagaría con mi alma si eso me otorgara una grabación con tu voz.
─Solo espero que la vida nos dé mucho tiempo para recordarte todos los días lo mucho que te amo ─bese tu mejilla.
Nos acurrucamos como cada noche. Nuestros labios se despidieron con desesperación de que ya fuera un nuevo día para poder encontrarse de nuevo.
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Editado: 13.01.2024