Hay pequeños momentos que son decisivos y de los que no pareces darte cuenta hasta que han pasado, en el efímero tiempo que te das para reflexionar. Así estaba Nix, con imperactividad recorriéndole las venas después de darse cuenta que quizá, si no hubiera sido lo suficientemente determinante, ahora, estaría en verdad muerta. Sin ninguna oportunidad y con deudas que saldar.
¿Valía tanto la pena? Oh, lo hacía, anhelaba más que nada en el mundo encontrar su propósito, su lugar. Y porqué no, tenía un par de cosas pendientes, algunas decisiones que rectificar y otras que mantener en pie.
—Esto es una verdadera sorpresa —Sr. Dazztel se reía, verdaderamente entretenido—. Una pequeña niña, de esta Era, sabe quién soy. Impresionante —aplaudió con vehemencia—. Muy impresionante. ¿Quiénes son tus padres? Déjame felicitarlos. —La mala cara de Nixten no se hizo esperar—. Oh vaya, fibra sensible. Discúlpeme, princesita.
La reverencia mal hecha hizo que rodara los ojos y que una sonrisa totalmente irónica se posara en sus labios. Justamente ahora estaba odiando a Sr. Dazztel y mucho más a su padre por contar tantas historias maravillosas sobre este curioso y aventurero personaje, hubiera preferido que siguiera siendo solo un extravagante protagonista de una colección de libros. Había tantas historias sobre Sr. Dazztel, el amo de los pájaros, que muchas resultaban ser demasiado surrealista y no llegabas a creer que fuera, ni por un segundo, real.
Siendo como es Sr. Dazztel empezó a caminar mientras hablaba de una aventura que ella había escuchado de su padre, ataviado en una armadura fina, hecha con lo que parecía ser un millar de plumas rojas que brillaban como el metal recién pulido. Era alto, corpulento y fibrado como solo un caballero que peleaba de cerca a la acción lo era, para hacerlo retroceder tendrías que ser alguien de excelencia, o ser, simplemente, un tramposo.
Sr. Dazztel no era alguien que pasaba desapercibido a menos que así lo deseara, llenaba el espacio donde ss encontraba con su magia, de una manera tan fácil y natural que podrías pensar que era un maestro elemental o un...
—Por tu cara de me importa una mierda lo que estás diciendo, esto ya no es nada nuevo para tí, ¿no? —su voz era un cuento, un total engaño, era totalmente normal y no una voz meliflua digna de Sr. Dazztel, amo de los pájaros—. ¿Qué tanto sabe el mundo actual sobre mí, Nixten Anglus?
—Dependiendo su estrato social —al oírla se quedó quieto viendo a la nada, revolvió su corto cabello rojo—, mucho, poco, nada.
Suspiró y siguió caminando con ella a su lado.
—Uno pensaría que con el pasar de los años, esas líneas desaparecían y la sociedad crecería junta, lado a lado —se carcajeó duro, demente—. Debí matarlos a todos.
El comentario se deslizó entre los dos con una soltura sin igual, como si él estuviera comentando que iba a hacer en la tarde para pasar el rato y ella lo escuchó con la misma atención que uno posee en esos casos, el lobo en cambio se había sorprendido, mientras caminaba varios metros delante de ellos junto con algunas aves tranquilas que se posaban encima de él.
Varios minutos después, en los que todos se habían sumido en pensamientos diferentes se detuvieron frente a una pequeña cabaña de piedra cubierta de enredaderas, el lugar sería totalmente silencioso de no ser por el sonido del chapoteo del molino de agua que estaba a un lado, haciendo su trabajo en un riachuelo que pasaba por ahí y se extendía por medio de la planicie verde.
—¿Tienes alguna idea de que es esto?
—¿Una cabaña?
Sr. Dazztel alzo una ceja tan fina y roja como su cabello.
—Bueno, físicamente hablando, sí —alzó el dedo índice—, pero estamos hablando de una manera espiritual, querida dama.
—Entonces no, no sé lo que es —señaló la cabaña— esto.
Hizo un moflete, para después recuperarse con rapidez, sonrió grande y dió una palmada animado.
—¿Sabías que quería ser maestro? —se llevó las manos a la cintura.
—Sí.
—¿Y sabías tú qué quería ser un maestro espiritual?
Eso no tenía sentido.
—¿Qué? —arrugó la frente, extrañada—. No, yo pensé que–
—Exacto, tu pensantes que por mi forma de ser y por mis habilidades yo quería ser un maestro de armas o... —La miró con una sonrisita— quizás de aves, ¿no?
—Bueno —se encogió de hombros—, eso es lo que dicen los libros de historia.
—Oh, los libros de historia —bufó de mala gana—. Los libros son buenos amigos, te enseñan, te instruyen, te guían, pero los fantásticos —aclaró, hizo un movimiento de muñecas, como preparándose para algo—. En cambio los libros anexos de historia son otro cuento, te mienten, te llevan a dónde quiere el poder y te hacen creer que un genocidio está bien si es por tu nación.
Había escuchado a su padre hablar con menos dureza de ello.
—Así que... —lo animó a seguir.
—Así que yo quería ser un maestro espiritual, de ilusiones, soy experto en ambas ramas. Las dos parten del mismo árbol. —Aves llegaron a él y se posaron en sus brazos estirados y sus hombros—. Esto que ves aquí y lo que ves allá —señaló con la cabeza la escena dónde ella estaba arrodillada viendo a la persona que había matado, la expresión de Nixten se volvió indiferente—, soy yo siendo lo que soy. Un experimentado ilusionista. Esa es mi especialidad y es la que me permite conectarme con los espíritus, por lo metamorfico que soy.
Se dió la vuelta, los pájaros emprendieron el vuelo cuando él terminó de decirles algo. Nixten lo siguió tratando de entender a qué quería llegar.
—Los Usuarios de magia no solemos tener vínculos con animales —continúo hablando, aún sabiendo que ella no estaba tan cerca—, no somos buenos caballeros y mucho menos de cerca. Todo eso queda para los Cambiaformas, pero cuando yo mostré mis talentos muchos siglos atrás, todos se sorprendieron, la mitad de ellos me envidió, la otra falsamente me aceptó y ambas partes me utilizaron para su bienestar.