Prólogo
En el principio de su existencia los seres humanos fueron creados originalmente con cuatro brazos, cuatro piernas y una cabeza con dos caras. Según cuenta el mito, estos seres intentaron invadir el Monte Olimpo, lugar donde viven los dioses; Zeus, al percatarse de esto, les lanzó un rayo, quedando estos divididos. Desde entonces, se dice, aquellos que fueron separados transcurren por la vida buscándose.
Suponía que, en algún momento de la existencia, todos encontraban a su otra mitad; asumía que el destino era una especie de río en el cual lanzarse desde el nacimiento, dejando que la suave corriente le guiase en su travesía. Nunca se detuvo a pensar en las vorágines que podían formarse en el agua, ni en la posibilidad de naufragar. Tampoco analizó, que muchas veces, los ríos desembocan en la mar.
Primera Parte
El hilo
“El dolor de la separación no es nada comparado con la alegría de reunirse de nuevo” - Charles Dickens.
Había concluido con la llegada del otoño; era el 23 de septiembre de 2016 y algunas de las hojas que se encontraban en los frondosos árboles del barrio de Monteverde, Roma, comenzaban a dejar atrás sus colores verduzcos por los diferentes tonos amarronados de la nueva estación. El otoño siempre había sido la época favorita del año para Alessia D’Angelo; sin embargo, su repentina decisión de terminar con la relación que existía entre ella y Stefano Bovari, le había producido un revoltijo en el estómago al momento de observar la taza humeante de capuccino y los dos cornettos rellenos del desayuno.
—La taza no va a comerte, ¿sabes? —la voz de Angela sonaba apagada mientras se servía un poco de café; al parecer el baño no la había despertado del todo, ni siquiera lo suficiente como para que se sacase el paño de la cabeza.
La cocina del departamento que compartían, en la zona de Gianicolense, era pequeña y bien iluminada; las paredes pintadas de colores estrambóticos, pues Angela y Alessia, ambas estudiaban en el Instituto Estatal de Arte, por Piazza Decemviri. Algún día ambas serían reconocidas artistas, se había prometido en el pasado; más ese día aún no había llegado, por lo que se sustentaban con un mediocre trabajo que odiaban, en un bar llamado Dominico.
Alessia levantó la mirada celeste hacia su mejor amiga, una sonrisa ladina le decoró el rostro.
—No estoy muy segura de ello, Angie —respondió meneando de un lado hacia otro la cabeza—. Al parecer la toalla te ha comido a ti…
Angela llevó las manos hacia su cabello, dándose cuenta repentinamente de que este -rubio opaco- seguía envuelto en el lienzo de baño. Alessia siempre había deseado tener un cabello como el de ella, con su tono y sus bucles; sin embargo, le había tocado un cabello soso rojizo; largo, lacio y sin gracia en la caída.
—Como sea —farfulló dejando que sus ojos se pusieran por unos segundos en blanco—, necesitas desayunar, ya hablamos de sobre eso.
Su compañera de habitación era una especie de madre constantemente preocupada por su hija. Angie le había sacado muchos de los malos hábitos que antes poseía, como ponerle cinco cucharadas de azúcar a las infusiones o no comer verduras si podía evitarlo. Su nuevo objetivo ahora consistía en que comprendiera la importancia de un sustentable desayuno que le aportara la energía necesaria para el agitado día que tenía por delante; sin embargo, a Alessia siempre le había producido malestar tener el estómago lleno desde horas tan tempranas.
—No me siento bien, si quieres engulliré, pero serás tú la encargada de limpiar mi vómito.
Estaban muy lejos de ser unas finas damas, de hecho, nunca se considerarían como tales. Tenían creencias de igualdad de género, por lo cual intentaban que sus personalidades fueran realmente auténticas y no las demandadas para una mujer socialmente hablando.
Alessia se levantó de su silla dejando su comida intacta sobre la mesa; mientras se adentraba en la sala de estar podía escuchar las quejas de su amiga por no levantar la vajilla. La sala de estar era el lugar más iluminado del apartamento; había un gran ventanal que dejaba entrar la luz del día y daba justo hacia las hermosas edificaciones del barrio; el piso de madera tenía manchas de pintura aquí y allá, y tres lienzos se posaban imponentes en sus trípodes. Dos habían sido pintados por Angela y uno por ella. En su cuadro se podía apreciar el rostro anguloso de un muchacho de apariencia feroz. Pintado con acuarelas, la mitad del rostro estaba con colores vivos, donde se podía apreciar un manchón de sangre que iba desde el ojo a la mejilla; la otra mitad era en blanco y negro.
—Realmente me gusta —comentó Angie sacándola de sus pensamientos. No se había dado cuenta del tiempo que había perdido observando la imagen—, ¿quién es, Sia? Es guapo.
—No lo sé —contestó encogiéndose ligeramente de hombros. Había soñado un par de veces con aquel hombre más no recordaba haberlo conocido; posiblemente se trataba de alguno de los tantos rostros que se observaban fugazmente por las calles de Roma—, pero no sé si me gustaría conocerle. Parece perturbado, ¿no lo crees? Enojado…