PRÓLOGO
La cacería es uno de los deportes favoritos del hombre. La caza indiscriminada hace que las especies animales peligren su supervivencia. El Paraguay tampoco está ajeno a esta amenaza. Animales como el aguará guazú o el ciervo de los pantanos se encuentran en vías de extinción. Del tatú carreta y el águila harpía solo quedan sus cuerpos embalsamados.
... A pesar de todo, Paloma siguió volando y una vez más sintió, en lo recóndito de su esencia, esa hermosa y extraña —casi arcana— sensación de volar; una sublime emoción que convertía su cuerpo en espacio y tiempo...
Desde muy temprano percibieron aquel violento ruido que hacía estallar los oídos. El estampido golpeaba la tierra provocando, incluso, un temblor en sus deslizantes vuelos, apoderándose de una de ellas en la mayoría de las veces, aunque esta vez el “trueno maligno” se escuchó desde muy lejos, reinando luego la calma y los sonidos del silencio.
La guarida de Paloma descansaba oculta sobre la rama de un imponente árbol. En este nido ella cobijaba a dos pequeños huevos y, por alguna razón inexplicable sabía desde acumuladas centurias arrastradas en el tiempo, que esos huevos significaban vida y que en su momento habría que alimentarlos.
Al igual que el resto de sus compañeras, Paloma vivía en aquel lugar porque contenía una añeja soledad y silencio. Ramas entrelazadas, árboles caídos —fantasmagóricos y espinosos como densos matorrales de anómalas figuras—. Extrañamente, el “trueno maligno” no visitaba ese oquedal de monótonas prisiones vegetales.
Cuando el Sol besó el horizonte las aves se reunieron en el frondoso árbol. Al oír el llamado, Paloma se levantó y desplegó sus majestuosas alas. Sin duda alguna, era un ave bellísima y muy grande para su especie. Todo su cuerpo era de un color apizarrado y de reflejos verdes en el cuello. Aquella gama formaba un collar de esmeraldas fosforescentes alrededor del mismo. Su pico mostraba un color azul oscuro, y blanco marfil el extremo de la cola. Sus patas eran de un tinte pardo-rojizo y su pecho, violeta intenso. Las alas estaban cruzadas por dos franjas negras y el borde externo de la misma lucía un color ceniciento.
Cuando terminó de estirarse le echó una última mirada a sus dos huevecillos de color blanco y con su pico recogió algunos pequeños plumones para cubrirlos. Luego remontó vuelo hacia el lugar de reunión de grupo, que de todos modos no se dispersaría sin su colorida presencia.
Como todas las tardes, las palomas se agrupaban para luego ir en busca del alimento que traerían del arrozal. Se echaron a volar y Paloma experimentó una vez más esa placentera sensación de algo indescriptible para ella. Y volando se remontaba a otras épocas ya lejanas, pero aquellos tiempos eran más livianos. Se volaba por volar y no por necesidad. Se volaba sin ninguna clase de insegura preocupación.
De pronto, el monte se abrió y el arrozal abrazó a las aves. Estas fueron a posarse sobre la copa de un árbol. La zona estaba muy poblada esa tarde. Teros, cotorras, patillos y muchas otras aves daban una bulliciosa existencia a esta parte de la naturaleza. Una vida por la que todos luchaban sin darse cuenta.
Seis señoriales cigüeñas flameaban en el infinito formando una sombra alargada en el arrozal cuando pasaban por debajo del Sol, que a veces se perdía entre las nubes que se acercaban con rapidez.
Luego de observar detenidamente el terreno, las palomas se dirigieron a la zona de alimento. Esta vez fue un vuelo bajo y Paloma se ubicó al final de la fila disfrutando de aquella áulica fantasía al tiempo que se separaba cada vez más del grupo... cada vez más atrás... Entonces ocurrió lo que todos esperaban, sin saber cuándo, ni dónde, ni qué. Lo inseguro, lo aterrador, lo que de alguna manera les determinaría el destino final: el “trueno maligno”.
Paloma jamás lo había sentido tan de cerca. Quedó tan aturdida por el estruendo que casi perdió el equilibrio, creándose enseguida un silencio mortal. Todas las criaturas del lugar habían callado y al mismo tiempo un pequeño cuerpo con plumas caía grotescamente al indescifrable suelo bañándolo de rojo, mientras las otras aves volaban apresuradamente hacia el monte; pero Paloma no quiso exponerse a algo incierto y se adelantó hacia una planta de espinillo que se encontraba cerca. En tanto, dos truenos más se dejaron oír escalofriantemente detrás de ella. Volvió la vista y por primera vez divisó al “trueno maligno”, o por lo menos así le pareció a ella, porque esa masa uniforme que se movía rápidamente hacia sus compañeras yacentes en el suelo debía ser el “trueno maligno”.
Paloma apremió su vuelo. Lo único que quería era llegar al espinillo donde, tal vez, el “maligno” no la encontraría, porque ahora sabía que este se dejaba oír y ver.
En aquel vuelo de ceguera, furia y pánico, vio, en algún lugar de ese pabellón sin salida, a sus futuros pichones, sobresaltándose por un momento, pero transcurrieron siglos en su instinto natural. A pesar de todo, Paloma siguió volando.