El alma duele. No solo el cuerpo. También lo que a nuestros ojos es invisible puede sufrir el tormento.
Necesito que la luz me alcance, aunque solo sea un vestigio de ella, aunque sea solo un rayo moribundo amenazado con perderse por completo en medio de nubes negras.
Necesito ver, necesito luz. No hay terror mayor que imaginar lo que se esconde en la oscuridad, porque ¿cómo hacerle frente a lo que desconoces como es? A algo que solo es aliento, pisadas, murmullos.
Ya no puedo.Ya no lo soporto.
Y en este perdido encierro solo me aferro a un recuerdo y es al de sus ojos azules mirándome con ternura... esa es mi única fuente de claridad, aquí, donde las tinieblas abundan.
¿Tendrás algún destello para darme? Quizás me alumbres con algún recuerdo tuyo, con alguna memoria tan refulgente que logre que las penumbras retrocedan. Solo eso pido, no dejes que me consuma entre las sombras, que me extravié en un horror que no se acaba nunca.
Lo escucho. En el momento justo en que ibas a darme un poco de esa luz que guardas dentro... es el eco de pasos acercándose ¡Oh Dios de los cielos ten misericordia de mí!
Se acercan. No puedo ver quién ni qué es, solo escuchar que vienen. Vienen y tan solo puedo esperar, temblar y rogar abrazando mi maltrecho cuerpo.
Solo eso soy, aquí en la noche perpetua... Un ruego entre millones más.
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Trato de hacer equilibrio pero creo que esa cualidad me debió ser arrebatada de nacimiento, porque no logro hacerlo y ya veo al duro concreto más cerca y me imagino chocando con el, quedando vergonzosamente desparramada con bicicleta y todo. Pero antes de la inminente colisión unas manos fuertes me sujetan y me salvan de caer y morir, no por las contusiones, pero si de pena.
—Te dije que no puedo—le increpo a mi salvador, que no para de reírse de mi falta de aptitud en esta área.
—¡Jo!—vuelvo a decirle contagiándome de su risa—No es gracioso, soy horrible, no voy a aprender nunca.
Él se obliga a tranquilizarse y mirándome con una sonrisa alentadora me dice.
—Lo harás, sé que puedes, solo debes dejar de tener tanto miedo, el miedo es lo que no te permite hacerlo, Karen.
—Quizás—le respondo mientras me acomodo y a mi bicicleta—Pero por hoy ya fueron suficientes lecciones de manejo... ¿Tomamos un helado?
—Claro pequeña, pero no creas que porque hoy no lo lograste voy a darme por vencido, renunciar no está en mi naturaleza—me dice Jonathan, o Jo, como le digo en estos dos meses y medio en el que nos hicimos inseparables.
—E intentar en vano no esta en la mía—le contesto con entereza (la poca que me queda)—Anotaré a mi lista de cosas que no voy a lograr nunca aunque quiera e intente... andar en bicicleta.
—¿Entonces abandonas y ya?—me pregunta levantando una ceja de esa forma que me hace enamorarme aun más.
—No abandono, solo acepto mis limitaciones—contesto con fingida solemnidad.
—Oh bien ¿Y entonces porque llevamos dos hora y media en algo que sabías según tú, que no lograrías hacer?
—Porque—digo acercándome a él—El profesor es muy sexy.
Jonathan me mira sorprendido por mi declaración y luego se ríe.
—Que cosas dices, pequeña—me responde, evitando una vez más adentrarse en ese tema—Ven, vamos por un helado.
Y así es. Luego de diez semanas y tres días de tener una amistad con él, Jonathan elude toda insinuación mía, las que casi le gritan que muero por ser algo más que su amiga. Pero como dije, él esquiva diestramente cada una de mis indirectas ( que no lo son tanto) Creo que la edad, o mejor dicho, la gran diferencia de edad entre nosotros lo cohíbe, o tal vez no le gusto más que como amiga y ya, pero prefiero pensar que es lo primero.
Seguimos caminando hasta la heladería a unas cuadras, cuando su teléfono suena y yo presumo quien es, me molesto de antemano.
—Hola—responde él—¿Cassie? ¿qué sucede?
Su ex esposa, Cassie.
Por lo que sé, Jonathan estuvo cinco años casado con ella y llevan ya dos años divorciados, no tuvieron hijos, pero ella perdió un embarazo de él cuando llevaban tres años de matrimonio.
Lo escucho hablar por un momento con ella, pero no es la primera vez, para ser su ex esposa lo llama regularmente, y eso, a mis planes futuros les disgusta bastante.
—¿Seguimos?—me dice al colgar, asiento y sigo caminando a su lado.
Llegamos a la heladería y nos acercamos al mostrador.
—Si... ¿qué van a pedir?—nos pregunta una joven morena del otro lado de la caja.
—Dos conos triples—pide Jo, buscando mi aprobación con la mirada, la que le doy asintiendo. Luego con el ticket vamos a pedir los helados a los que los preparan.
—¿Gustos?—nos pregunta un joven pelirrojo, mirándonos para ver quien elige primero.
—Chocolate nevado y coco—decimos al unísono y que nos pase de nuevo nos hace reír.
No tanto al impaciente joven que nos atiende.
—Los dos de chocolate nevado y coco—le repite Jonathan aun riendo un poco.
Poco después estamos sentados comiendo los helados en la última mesa de la heladería.
—Y... ¿qué hay más adelante?—me animo a decirle juntando todo mi ímpetu interior—¿Solo paseos, lecciones de manejo y pedidos a coro?
Él se ríe suave y se muerde por un segundo el labio inferior.
—¿Tú que más quieres que haya?—me pregunta en respuesta.
Repiqueteo mis dedos en la mesa en un gesto nervioso y luego me animo a responderle.
—Lo sabes... soy vergonzosamente evidente.
Él vuelve a reírse, esta vez un poco más fuerte.
—Si, lo eres, y creo que lo que produces en mi tampoco logro disimularlo, pero Karen, nos llevamos trece años.
—¿Y?—contesto.
—Son muchos—dice él.
—¿Qué tanto son trece años? Es solo un número—digo restándole importancia.
—Pues no es cualquier número, los supersticiosos lo llaman el número de la mala fortuna—me responde con una graciosa expresión mística que me hace sonreír.
—Oh si, he oído algo, pero creo que son solo tonterías—le contesto y él me dirige una mirada sorprendida.
—Pues si crees eso, es porque no sabes mucho de leyendas—comienza—Sabes, en el siglo dieciocho trataron de revertir la mala suerte que se asocia a este número. Se erigió un barco, lo llamaron el HMS Friday, este fue lanzado a la mar ¿y qué crees?...Nunca volvió a saberse nada del barco o de su tripulación.
—¿En serio?...Qué interesante profesor—rio y él me miró con el ceño fruncido.
—En serio Karen, ese número ha sido vinculado desde la antigüedad con eventos terribles. Trece en la última cena, antes de que Cristo fuera crucificado y también en la mitología nórdica: Cuenta la historia que una vez se hizo un banquete en el Valhalla y se invitaron a doce dioses, pero el dios de las mentiras Loki, se coló en ese festejo y esto termino con la muerte de Balder, el hijo del mismísimo Odin, Padre de todo—me explica.
—Loki ¡qué sexy!—digo y él rueda los ojos—Esta bien, entendí el punto, pero no creo en la suerte ni en el misticismo. Creo que tú y yo le cerraríamos la boca a la fortuna. Me gustas mucho ¿No podemos intentarlo?
Jonathan me mira con una intensidad profunda fluyendo de sus ojos a los míos.
—Karen. Tú también me gustas pero eres solo una niña. No quiero que salgas herida, ni aprovecharme de tu inocencia—me dice acompañando sus palabras con un suspiro.
—Sé que no lo harías—le digo desconociéndome a cada segundo más ¿dónde había quedado la chica insegura y tímida?—Estamos conectados, hasta tú lo puedes ver...¿Podemos?
Él solo ladeó su cabeza en un gesto encantador y me mira nuevamente por unos segundos, luego acerca sobre la mesa su rostro al mío y sin decir una sola palabra, me besa.
Siento mi corazón expandirse de dicha, sus labios son suaves, experimentados y dulces. Ese beso, pese a no ser el primero que recibo, es el primero que me causa un efecto tan poderoso, es como si me elevara, como si levitara en una dimensió donde solo existimos nosotros; su boca y mi boca. Este beso sella el acuerdo. Ibamos a lanzarnos en esta excursión amorosa mas allá del trece, pues, ¿qué ponía en riesgo al atreverme a intentar?
Ilusa de mí... cuando amas así, se pone todo en juego, y a veces como le sucedió a aquel barco fantasma, cuando intentas desmentir algo, solo lo terminas por confirmar.