Elizabeth
Los pies me palpitaban del sobreesfuerzo que estaba haciendo. Llevaba varias horas sin parar ni un segundo para sentarme.
Como cada sábado, esto se llenaba hasta arriba. Había gente esperando para entrar porque todas las mesas estaban ocupadas.
Y solo estábamos Diane y yo.
Ella servía los pedidos que llevaba cada minuto en una pequeña libreta. Mientras que yo, cogía la bandeja y empezaba a repartir bebidas por doquier.
La última mesa, donde estaban esos tipos raros no volvieron a molestar en toda la noche. Por una parte lo agradecí, ya que así no dificultaban mi trabajo.
Por otra parte, quería adrenalina en mi vida.
¿Y que más adrenalina puede dar que contestar a tres hombres con pintas de macarras?
No digo que lo fueran, pero esas pintas de pantalones pegados con una camiseta de pico del mismo color negro carbón, no era muy visto en California.
Lo que más me intimidaba de ellos era la chaqueta de cuero que los tres llevaban. Les quedaba de lujo. Como si la hubieran hecho para ellos especialmente.
Estaban muy buenos.
Demasiado.
Volví a la barra con dos pedidos más, Diane me miró agobiada. Mientras servía un martini, suspiró.
- Justo cuando el estúpido de mi hermano falta es cuando más gente tenemos. - se lamentó mientras echaba ron en un vaso de tubo.- Creo que vamos a tener que contratar a alguien más.
-Por ahora vamos bien, no te preocupes. - intenté animarla de una manera u otra. Diane era una persona bastante negativa, siempre pensaba que las cosas iban a salir mal.- Una mesa de billar se a tragado la bola blanca y no sale. - esta asintió y me dio las llaves para abrirla.- Ahora te las traigo.
Había veinte mesas de billar. Y en cada una de ellas las acompañaba otra mesa pequeña para que pudieran apoyar sus bebidas. También a cada lado de la mesa, se encontraban dos asientos.
Me acerqué a la mesa diecinueve, donde un grupo de chavales de alrededor de veinte años me habían llamado. Me agache a la altura de la mesa, colocando la llave en la cerradura.
Empujando un poco hacia arriba, se pudo ver algunos de los tubos que llevaban las bolas de un lado hacia otro.
Los inspeccione buscando la bola blanca que se había perdido.
-Vamos bonita. - animó uno de los que estaban esperando.- No es para hoy.
-Cierra esa boca. - ladré. Este se calló al segundo y siguió mirando.-
No es la primera vez que intentaban tratarme mal. Obviamente yo no me dejaba.
Ni por un niñato ni por nadie.
Cuando al fin pude encontrar la maldita bola blanca, cerré la mesa de billar llevándome las llaves conmigo.
Puse la bola con bastante fuerza en la mesa, haciendo que resonara por todo el local.
-Disfrutad la partida. - sonreí con falsedad y me di la vuelta.-
La campana de la puerta sonó, eso significaba que había un cliente más.
Pero todas las mesas estaban ocupadas.
Un hombre con el pelo negro y otro moreno casi rubio, caminaron hasta la mesa veinte.
Allí es donde estaban los gilipollas de antes.
El pelinegro, tenía el ceño fruncido y se acercaba amenazadamente al estúpido que me había llamado nena.
Pero no podía permitir que se pelearan en el local.
Me acerqué dispuesta a ponerme en medio, pero no pude evitar escuchar.
-Uno de tus hombres ha jodido a dos de los míos, Wade. - dijo el pelinegro. Cuando el nombre salió de sus labios me dio un escalofrío. El estúpido se llamaba Wade, genial.- Te dije que la próxima vez ibas a ser tu quien iba a pagar los platos rotos - gruñó -
-Edler, Edler... - susurró Wade con burla. Sentí como el pelinegro se tensaba. Venia aquí a pelearse, eso estaba claro.- Yo no tengo la culpa de que tus hombres sean unos maricas.
El moreno casi rubio, que venía con Edler dio un paso hacia el otro moreno que estaba al lado de Wade. Tenía que parar esto ya.
Pero no me atrevía a hacerlo.
-Aquí los únicos maricas son los tuyos, hijo de puta. - susurró el rubio, provocando a Wade.-
-Nadie te pidió que hablaras, Scott. - le regañó el moreno que estaba al lado de Wade, con una sonrisa.- Estáis en terreno peligroso.
-Que sea vuestra zona nos importa una mierda, Axel. - gritó el rubio llamando la atención de todo el local. Retrocedí por supervivencia. Eran cuatro leones apunto de luchar por quién sería el macho dominante. - Fue vuestro hombre quien se pasó de la raya.
Wade sonrió. Se encogió de hombros y cruzó los brazos, expectante. Sus ojos recorrieron a los dos hombres que estaban enfrente suya, burlándose de ellos con la mirada.
-Me importa una mierda. - dijo simplemente. Esto hizo rabiar más al personal, que elevaron los brazos dispuestos a golpearse.
Y yo no podía permitir eso.
Empujé al pelinegro y lo aparté de Wade, poniéndolo a este último a mis espaldas.
El pelinegro que tendría veinticinco años o veintiséis años me miró sorprendido.
Podía notar como a mis espaldas Wade me fulminaba con la mirada.
Pero no me importaba
-Si vais a pelear, los invito a que se larguen de aquí - no me tembló la voz, y internamente lo agradecí. Wade intento apartarme pero no tenía pensado moverme, así que me quede quieta, esperando a que me respondiera. -
El pelinegro llamado Edler me sonrió. Pero no fue una sonrisa de burla ni mucho menos amistosa. Me había transmitido enfado.
Estaba perdiendo la paciencia conmigo.
Umh idiota, no sabes con quién te has metido.
- No sabía que Wade tenía una gatita que sacaba las garras por él. - se burló de mi con enfado, pero esto era un juego en el que yo siempre salía ganando. -
- ¡Umh! - puse una cara de sorprendida totalmente falsa. Esto hizo reír a Axel que estaba a mi lado. Cambie mi cara a una seductora y me acerqué a él. La mano de Wade se posó en mi cintura, frenándome. La aparté y me acerqué a Edler con una sonrisa. - Pues ten cuidado a ver si esta gatita que tu dices que soy, te arranca la polla de cuajo.
Mis labios estaban a centímetros de los suyos. Había observado como su mirada había bajado a mis labios posándose ahí durante unos segundos. Cuando me aparté con una sonrisa sabía que había ganado.
Instagram: @xrociy
Editado: 13.06.2018