Wade

Capítulo 6

Elizabeth 
Anubis estaba inquieto, no paraba de dar vueltas por todo el apartamento sin descanso alguno.
Llevaba tres días sin salir de casa. Me mantenía haciendo una rutina exprés.
Me levantaba por la mañana y desayunaba. Después recogía la habitación hasta que el sol estaba en su máximo resplandor, hacía el almuerzo y recogía lo restante del apartamento hasta hacerse de noche.
La comida se estaba agotando, y mi dinero que había ahorrado por meses igual.
Se acercaba fin de mes y no podía contar con la paga del bar ya que estaba cerrado. En resumen, que iba a perder la casa.
Y lo más importante era que tenía miedo. En las noches soñaba que derribaban la puerta y al despertarme tenía la cara de Edler a centímetros de la mía, con una pistola en sus manos.
Siempre soñaba lo mismo. Y temía estar volviéndome loca.
Intenté muchas veces llamar a Diane y a Adam, simplemente para saber si estaban bien. 
Siempre me saltaba el contestador.
Rendida después de haberlo intentado una vez más, me puse mi chaqueta dispuesta a gastarme los últimos veinte dólares que me quedaban en la cartera.
Necesitaba provisiones para varios días que tendría que pasar en la calle. 
Me despedí de Anubis y bajé por las escaleras.
Iría rápido y volvería, invisible.
Temía que me reconocieran y me mataran en el acto, así que me puse la capucha de pelos escondiéndome un poco.
El clima estaba de mi parte. Unas cuantas gotas cayeron a mis pies mientras andaba en dirección al supermercado más cercano.
Algo en mi abrigo vibró, asustándome. Rápidamente lo saqué y vi que era Adam quien me estaba llamando. 
Salté de la alegría y me pare en una esquina donde a nadie le molestaba.
—¡Adam! ¡No sabes lo preocupada que estaba! ¿Estáis bien? ¿Ese capullo os hizo algo? — saludé. La gente a mi alrededor que me había escuchado me miraron algo raro, pero no me importó.
—Ese capullo que tu dices es amigo de tu queridísimo Adam, y lo está protegiendo. Y sí, están bien — la voz no era para nada de Adam. Pensé durante unos segundos quien podía ser hasta que la cara de Wade inundó mi mente — Estás en un grave problema, Elowen
—Cierto. Estoy en problemas por haberte conocido, imbécil — respondí mientras pasaba por un paso de cebra — Y mi nombre es Elizabeth, idiota.
— Retrocede, Elvisa — me quedé quieta en mi lugar, confusa. Mi mirada buscó la chaqueta de cuero de Wade por las calles, sin éxito— No me vas a encontrar simplemente por mirar por todas partes, 
Asustada, retrocedí hasta la calle donde había estado minutos antes. 
Estaba a cinco minutos en mi casa. Sí iba corriendo podría tardar la mitad.
Planeé mi huida rápidamente, pero algo me desconcertó.
— Exacto nena —apremió Wade a través del teléfono — Si llegas a estar en tu casa en estos segundos, tu cabeza ahora mismo estaría en el suelo mientras que tu cuerpo descansaría al otro lado del salón.
— Anubis estaba ahí — jadeé con miedo, mientras veía cuatro furgonetas aparcadas enfrente de mi edificio. Retrocedí sin darme cuenta. No parpadeaba, no sentía — ¡Mi gato estaba ahí! ¡Tengo que volver! — grité dispuesta a salir corriendo a buscar a mi fiel amigo.-
— Es una estupidez — sus palabras cayeron en mis espaldas, hundiéndome — Es un maldito gato, Eviliana —se burló de mi— Retrocede hasta la calle de tu izquierda, después de pasar una tienda de ropa llamada Kiliey a tu derecha. Hay un almacén que he dejado abierto. Quédate ahí hasta que vaya a por ti.
— ¿Cómo se que me estás diciendo la verdad? ¿Cómo se que no me vas a dejar tirada una vez más? — pregunté desesperada, empezando a caminar donde Wade me había dicho —
La gente me miraba raro al verme sudada y temblando. No andaba, corría. Mi única escapatoria era ir hasta donde Wade me había dicho.
No tenía otra alternativa.
Vi la tienda que minutos antes había dicho, y mis ojos se iluminaron.
— No pierdes nada, Eolira —bramó este con dificultad. Podía jurar que estaba corriendo — Si quieres sobrevivir tienes que hacer lo que yo diga, pero si quieres rendirte para de correr ahora mismo y mira hacia atrás.
Mis pies se pararon sin yo quererlo. Lentamente me di la vuelta y deseé nunca haberlo hecho.
Más de veinte hombres estaban empujando al rebaño de personas que había dejado atrás, para llegar a mi. Negué con la cabeza, asustada y comencé a correr como minutos antes.
— ¡Dios mío! — grité mientras un nudo se instalaba en mi garganta — ¿Qué cojones hago? ¡Maldita sea!
— Corre hasta donde te he dicho. — gruñó. Segundos después estaba gritándole a alguien algo que no logré comprender — Hay francotiradores por todo el alrededor. No se acercaran a ti, pero no te tomes confianzas. Corre como cuando estabas en el instituto y el profesor de gimnasia te pegaba en el culo, nena.
— ¡Mi profesor de gimnasia nunca me ha golpeado en el culo! ¡Degenerado! — chillé horrorizada. Este soltó una carcajada justo cuando yo estaba doblando la esquina para llegar al almacén —
Todo estaba desierto, pero no me permití parar para coger aire. No tenía tiempo.
Elevé mi cabeza intentando buscar alguna pista de lo que Wade me había dicho. Ningún hombre con una pistola a la vista.
¿Me había mentido ese hijo de puta?
— Si no me equivoco ya habrás llegado — adivinó. Soltó un suspiro frustrado y siguió hablando — Métete dentro. Cierra con unas cadenas que hay. Las llaves están colocadas en la estantería — anunció. Y por una parte me alivió. Empujé la gran puerta gris y sin abrirla entera, me metí.
No había fallado. Esto era un garaje. El olor a gasolina inundó mis fosas nasales.
Tantee por las paredes en busca de luz para buscar las cadenas. No llegué a encontrarla hasta que llegue a la otra punta de las cuatro paredes.
— ¿Wade? — pregunté con un susurro. Se escuchaban jadeos de cansancio. Hasta que un grito me sorprendió. ¿¡Wade!? ¡Wade!
Estaba desesperada. Estaba apunto de abrir la puerta y salir pero me detuvo.
— ¡Nena! ¡Nena! ¡Tranquilízate! ¿Vale? — su voz se escuchaba cansada y por un momento me imaginé lo peor— Las cadenas están en una caja de cartón que está debajo de la estantería de herramientas. Encierrate, ¿vale? Iré a por ti cuando me sea posible
Me colgó. El hijo de puta me había colgado.
Me acerqué hasta la estantería llena de mierdas que no sabía ni para que se utilizaban. Cogí las cadenas y las envolvi en un sobresaliente de la puerta y en otro que había en la pared.
Me senté lo más lejos posible de la puerta, temblando.
¿Cuánto tiempo me iba a tener ese tío aquí encerrada?



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En el texto hay: mentiras, risas, amor

Editado: 13.06.2018

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