Capítulo 25
—Hija, esto que te estamos contando es la verdad. Queremos que tomes tus propias decisiones y te vamos a respetar, pero debes de ser consciente de todo lo que sucede. Después decides.
En casa de los Watanabe se llevaba a cabo una importante reunión. Los padres de Aiko, Ran y la chica, se sentaban a solas en uno de los salones. Ran se mantenía apoyado en una de las puertas, un poco alejado. La pequeña Watanabe no le había mirado bien al entrar y eso lo hizo mantenerse ligeramente apartado. Ella preguntó a su padre el motivo de su presencia allí y no lo dijo de forma bonita. Aun así se sentó a pedido de su madre, que le pidió calma y entonces su papá empezó a contarle.
El día anterior a eso, Ran y su futuro suegro habían acudido a un local donde el jefe de seguridad del CEO mantenía cautivo al hombre que se presentó antes como Katsume. No estaba en buen estado. Aparecía magullado y maltrecho. No había querido soltar prenda hasta ese momento y eso tenía un poco desesperados a los hombres encargados de sacarle información. Al parecer el tipo era más duro de lo que aparentaba a priori o tenía más miedo de lo que le sucedería si hablaba. Ran entró en primer lugar y fue directo hacia él, seguido del señor Watanabe.
—Así que después de tantos años te atreves a acercarte a mí usando a mi prometida. Vaya, vaya… —El hombre fue directo al asunto—. No creo que fuera para revivir viejos tiempos. Que yo recuerde siempre fuiste un capullo prepotente que abusaba de todos y de mí también. Pero mira las vueltas que da la vida, ¿verdad, Katsu?
El hombre lo miró sin expresión en la cara. Desde luego que sabía de lo que estaba hablando. En sus tiempos, en el colegio, él siempre había sido un matón y Ran una de sus víctimas. Abusaba porque era de mayor envergadura y acumulaba más maldad que los demás niños, ya desde temprana edad. Se rio porque parecía que aún le picaba aquello al importante empresario.
—Claro que te recuerdo. Llorabas como una niña en aquel entonces y supongo que todavía sigues igual —le soltó.
Ran se carcajeó. Reconocía que el muy imbécil tenía valor para hablarle así estando en su situación. Katsume permanecía atado a una silla en el centro de una especie de celda mugrienta. Se le veía demacrado y mucho más delgado que cuando fue atrapado. Eso sin hablar de los moratones de la cara y los dientes que le faltaban.
—Me encantaría seguir hablando de los buenos tiempos contigo, pero la verdad es que no tengo tiempo que perder, ni ganas de alargar esto. Te has negado a colaborar y mi paciencia se agotó. De todos modos, ya sé de parte de quién vienes. Ayer cometió un tremendo error que lo ha dejado al descubierto y eso significa que ya no tienes nada que ofrecer ¿cierto?
Ahora sí vio el miedo reflejado en los ojos del hombre. Efectivamente, su única baza de supervivencia era la información que guardaba. No había hablado por dos razones: una que realmente tenía miedo del hombre que lo contrató para acercarse a Aiko y dos, porque si hablaba era probable que terminara muerto. Tenía pocas opciones en cualquier caso. Esperó sin hablar, por si era un farol que pretendía llevarlo a soltar la lengua. Entonces el señor mayor, que no sabía quién era, dijo una sola palabra.
—Yamada.
En su cara pudieron ver la confirmación que esperaban. Ese era el nombre de quien había pergeñado todo el plan de venganza contra los Watanabe y que incluía dañar a la hija más amada de la familia. El hombre llamado Katsume, suspiró.
—Si cuento lo que sé… ¿Me dejarás marchar?
—Depende de lo que sea. Si tu información no me sirve, no —Ran habló con franqueza. No iba a dejarlo ir si no le daba nada interesante. Y si era el caso de que le suministrara información válida, se iba a encargar de que los Yamada no lo encontraran nunca.
—Si lo cuento todo, necesitaré protección.
—Si me das lo que necesito, me encargaré de protegerte y que no te encuentren. Te enviaré lejos y vivirás bien. Tienes mi palabra —aseguró. Katsume valoró sus opciones y decidió que no le quedaba otra que arriesgarse y confiar en lo que le decía.
—Efectivamente, es Yamada. Hace un año y medio aproximadamente, me contactó y me contó una historia sobre un hombre, un traidor llamado Watanabe. Debido a ese hombre y su familia, su padre fue encarcelado, su clan casi destruido y finalmente se quedó huérfano cuando el cabeza visible de los Yamada murió en prisión. Fue un niño criado en el odio y juró venganza. Es fácil imaginar lo demás —contó.
—¿Por qué ahora? ¿Y por qué Aiko? —preguntó Ran.
—Ahora era el momento apropiado porque ha estado años preparándose, formándose, educándose y creando poco a poco su propio entramado mafioso, reclutando miembros leales que morirían por él. También se ha ocupado de formar relaciones estables, políticas y económicas.
—Entiendo. Después me aclaras que relaciones sostiene a ese nivel —le dijo el empresario y el otro dijo sí con la cabeza. Ya no le quedaba nada que ocultar. Mientras el hombre hablaba, el señor Watanabe iba asintiendo. Era lo lógico si quería llevar con éxito sus planes.
—Y por qué atacar a la niña Watanabe tiene todo el sentido y al mismo tiempo no.
Esto dejó desconcertados a sus interlocutores. Se impacientaban con el relato, pero parecía que el tipo quería alargar el suspense un poco más.
—Resulta que el jefe se pasó mucho tiempo siguiendo a la señorita. Lleva años observándola a través de sus secuaces y jamás fueron descubiertos. Sabe casi todo lo que hay que saber sobre ella. El plan que se le ocurrió fue separarla de ti, Masaharu, por dos razones. La primera es que si está contigo no puede hacerle nada a ella ni a la familia por causa de tu abuelo. Imagino que ya lo sabes.
Ran dijo que sí.
—La segunda razón es que realmente Yamada Kaito la quiere para él.
—¿Qué? —hablaron a un tiempo el padre de Aiko y su novio.
—¿Eso qué significa? —preguntó Ran, casi gritando, porque no quería pensar que el motivo era el que estaba imaginando.