Capítulo 31
Raúl entró a la oficina sin mirar a nadie. Se sentía tan avergonzado por lo sucedido en la boda de Ran y Aiko que no era capaz de levantar la cabeza. Decidió que en adelante se dedicaría solamente a sus creaciones. Trabajo y solo trabajo. Era la única cosa en la que se sentía completamente seguro de sí mismo. Las relaciones, la diversión, hacer amigos y desde luego, el amor, no se le daban bien. Ahora lo tenía más claro. Dejó su bolso sobre la mesa y salió a buscar un café en la pequeña cocina habilitada para eso en la misma planta.
Sentía muchos ojos sobre él, así que respiró profundamente y se cubrió de una capa de indiferencia. Supo por un compañero que lo abordó al lado de la cafetera que la mujer que fue su novia había sido despedida de manera fulminante. No se alegró por ello, aunque sí que se sintió aliviado, porque volverla a encontrar allí podría volverse un verdadero infierno. Encima, la maldita había denunciado a sus hermanas por agresión. Él no lo hizo con ella, por la pedrada que le lanzó a la cabeza y por la que aún tenía algunos puntos en la coronilla, pero sí que iría a declarar defendiendo a su familia, tal que ellas lo defendieron a él.
No sabía que las enanas podían ser así de violentas y la verdad es que quedó impresionado por eso. Pensaba que su madre era la que tenía peor carácter, pero ya había visto que no. Rous parecía una quinqui de barrio pegando cachetadas a diestra y siniestra, sin que la otra mujer pudiera ni defenderse. En otras circunstancias hubiera resultado incluso cómico.
Se quedó un momento más en la salita de descanso, mirando a la nada hasta que sintió una mano en su trasero. Se giró de golpe para mirar quién se atrevía a tal cosa y temiendo por un segundo que fuera la loca aquella de nuevo, pero no. Era una mujer que no conocía. Creía recordar haberla visto por los pasillos, pero no sabía ni como se llamaba. Se quedó ojiplático frente a ella y colorado como un cherri sin saber a qué venía esa nalgada gratuita. Ella lo miraba sonriendo burlona y con los brazos cruzados frente al pecho.
—Así que por fin te libraste de la loba de Hikari ¿eh? —le soltó con una sonrisa gatuna. Raúl parpadeó desconcertado.
¿Quién era esta mujer? ¿Y con qué derecho le decía algo como eso? La miró un poco mal, con ganas de decirle que se metiera donde la llamaran. Pero él era un hombre criado por mujeres fuertes y no se atrevería a decir algo como eso. Siempre evitaba los conflictos. Se apartó un lado para pasar y marcharse a su trabajo. No pudo. La mujer se le cruzó delante y le impidió el paso.
—No te ofendas, pero todos en la empresa sabían que esa zorra era una trepadora. Solo estaba contigo para acercarse a tu jefe, ¿No lo viste venir, niñito? —volvió a espetarle. Esta vez Raúl no escondió su mala cara.
—¿Y a ti quién te dio vela en este entierro? —le preguntó en español, soltando la popular frase.
—A mí nadie —contestó ella con desparpajo y en el mismo idioma. Raúl quedó estupefacto. No conocía a ningún japonés aparte de la familia Masaharu que hablara tan bien el castellano—. Pero me meto porque quiero, niñito. Todos se alegran de que terminaras con ella. A pesar de todo, eres muy apreciado. Eso para ser un extranjero es más que mucho —sonrió.
—Sí… Bueno, debo ir a trabajar ahora… —contestó el chico ya sin ganas de escuchar más. Solo quería estar en paz y esa mujercita lo estaba sacando de su paz.
—Bien. Vete —lo dijo como si le diera permiso. Raúl se estaba indignado cada vez más con ella. Le caía realmente mal y esperaba no tener que encontrársela muy a menudo por allí—. Por cierto, me llamo Tara. Es un placer conocerte.
Él no contestó nada y salió pitando de allí, sintiendo los ojos de la tal Tara, clavados en la espalda. No había empezado bien el día y parecía que iba a peor, pensó
Tara, detrás de él, se rio suavemente. Ahora que la víbora se había quitado de en medio, tenía oportunidad de acercarse al hermoso espécimen español que la tenía loca desde que lo vio llegar a la empresa. No le había hablado antes esperando a que Raúl la notara, pero eso nunca pasó y cuando justo iba a por él se cruzó aquella tal Hikari en el camino. Estuvo bastante tiempo decepcionada, sabiendo además que él merecía a alguien mejor y ya casi estaba resignada cuando se enteró de que rompieron y a ella la habían puesto de patitas en la calle.
Esta vez no iba a dejar a ese hombre suelto, para que otra más se le adelantara. El chico no sabía que cada vez que entraba en la empresa la mitad del personal femenino suspiraba con fervor, deseando una miradita apenas de parte del hombre, pero nada. Él no levantaba la cabeza. Era endemoniadamente tímido y era difícil acercarse a él porque además era el protegido del CEO y trabajaba en la planta más alta del edificio donde solo entraban altos cargos ejecutivos y como mucho los asistentes del CEO.
Así fue como Tara se decidió a postular para el puesto de asistente, con tal de poder acercarse. Consiguió entrar sustituyendo a alguien que pidió un permiso largo y se ganó el puesto poco a poco. Pero fue tarde para acercarse a su adorado tormento porque ya estaba ocupado. Dicen que la ocasión la pintan calva, así que esta vez la iba a aprovechar al máximo.
“Serás mío, niñito”, dijo por lo bajo la chica, mientras mordía el borde de la taza donde antes bebía Raúl su café, pegando los labios al borde e imaginando que le daba un beso indirecto. Se moría de emoción solo con eso.
................
—Déjame ir de una buena vez y no vuelvas a buscarme. Mis guardias van a entrar y no te conviene. —Le preocupaba lo que pudiera pasar si los guardaespaldas lo encontraban con ella—. Todo lo que has hecho conmigo es… —respiró antes de seguir. No sabía cómo expresarlo— Eres un mafioso. Nunca podría estar con alguien como tú, que mata, miente y quién sabe que más cosas —Aiko se separó lo más que pudo de Kaito. Aun así, se dio cuenta de que había algo en él que la atraía, aunque no de la misma manera que Ran.