Watanabe Chan

Reconciliación

Capítulo 33

¿Y qué le iba a hacer, si ese hombre llegaba así de la nada y después de todo ese tiempo le pedía perdón llorando? Se le cayó el alma a los pies a la Watanabe. Que sí, que era terca y a veces demasiado dura y poco emocional, pero este era su amor desde hacía años y verlo de ese modo, la rompió. 

Le tocaba la cara tratando de limpiar las lágrimas que caían en torrente y lo arrullaba como a un niño contra ella, a pesar de la diferencia de envergadura. Ran, tan alto y ella tan baja. No fue ese un impedimento para abrazarse y tocarse. Llegó un momento que la escena se sintió como un retorno al hogar.

Ran hipaba, agotado ya, y Aiko suspiraba, vencida por la emoción. Tomó a su esposo de la mano y lo llevó a la habitación de los dos. Llenó la bañera enorme de su habitación y lo desvistió, sin ningún afán sexual, sino más bien con el máximo de cariño y con la necesidad de volver a intimar lentamente con su esposo. Él también lo sentía así. Era como recorrer un largo camino de vuelta de ninguna parte, al único sitio donde quería estar. 

Ninguno de los dos pensaba demasiado, ni hablaban apenas, porque era tiempo de traer los sentimientos de vuelta. Todo aquello que los hacía amarse y sentirse amados. Así, con toda la ternura del mundo, Ran acarició a su mujer dentro del agua, como descubriéndola otra vez. La enjabonaba, humedecía su piel con el agua tibia y la esponja, casi reverenciándola. Ella correspondía también con el mismo mimo. Ninguna luz iluminaba la estancia más que el sol de la tarde que entraba por los ventanales, dotando al momento de un color dorado que favorecía ese romance que se estaba dando entre los amantes. 

Ninguna escena preparada podría superar a esta. Ni velas, ni pétalos, ni champán, ni música romántica, ni cualquier otra cosa, porque se estaba dando lo más bello, de forma completamente natural. El amor expresado y sentido, del modo más sutil y delicado, entre dos cuerpos que se hablan, miradas que dicen todo y caricias que hacen vibrar la piel. Los corazones latiendo a mil y el pecho comprimido de emoción.

Estuvieron así, en ese estado, durante horas, incluso después de salir de la bañera y secarse mutuamente. Se tumbaron en la cama uno frente a otro, sin dejar de acariciarse y besarse. Por donde pasaban los dedos pequeños de Aiko, Ran sentía que la piel se le incendiaba de placer y lo mismo pasaba con su esposa. En tantos años que llevaban juntos y nunca habían experimentado esto antes, quizá porque la separación y el miedo a perderse, intensificaba todo lo que sentían ahora. 

Los dos estaban sorprendidos, con estas sensaciones, tan conocidas y tan nuevas. 

—¿Dormimos? —preguntó ella suavemente, viendo que los ojos de él caían inevitablemente.

—No quiero dormir. No quiero perderme esto que siento —murmuró por lo bajo el marido.

—No perderás nada. Por la mañana también lo sentirás —rio ella. 

Su esposito seguía siendo como un niño, a veces. A pesar de lo que dijo, apenas en unos segundos escuchó su respiración profunda y un ligero ronquido. Se quedó mirando lo bello que era y le colocó un mechón del largo cabello fuera de la frente. 

No se entendía en ocasiones a sí misma. Esa misma tarde aún estaba resentida con él y casi lo detestaba. Y ahora de nuevo sentía dentro toda la intensidad de su amor, renacido. El corazón humano es complicado, pensó. Se tocó el pecho para sentir su latido y puso la otra mano en el de su marido para sentir los dos corazones y sí, iban al unísono, tal y como supuso. 

................

 

Por la mañana Ran abrió los ojos, aún metido en la confusión de primer despertar. Había dormido bien por primera vez en mucho tiempo. Soñó que su cerecita lo amaba de nuevo. El peso de un cuerpo cálido y huesudo lo desconcertó un momento. La chica estaba sobre él casi por completo y su boca de fresa se apoyaba sobre el pecho, húmedo, con un poco de baba. Se rio. Esa era su mujer, desde siempre. 

Tan estirada durante el día y tan desprolija por la noche al dormir. Disfrutó de mirarla completa. Las pestañas negras, espesas y apenas curvas. La nariz pequeña en un rostro bellamente formado, casi redondo, que le daba ese aspecto aniñado. El fleco que caía sobre la frente normalmente, y que ahora aparecía de cualquier manera. Nada de eso le importaba al hombre, porque su esposa era la criatura más hermosa del planeta para él. 

Amaba cada rasgo, su piel, su boca y su olor. Amaba sus expresiones, sus risas, su rápida inteligencia, su bondad y también su mal carácter. No podía pedir nada mejor que Aiko Watanabe y se sintió bendecido de tenerla y ser amado por ella. Su mujer tenía razón. La emoción de anoche persistía en él y volvió a apretarla contra su cuerpo. 

Por fin, la chica abrió los ojos, brumosos, y le miró. Guardaron silencio largo rato, casi flotando, casi soñando, mientras los cuerpos se rozaban sin moverse.

Fue Ran quien rompió el silencio, pausado y con voz queda.

—Ya lo he decidido.

—¿Que cosa? Dime. Estoy demasiado dormida para saber de qué hablas. —La respuesta de la mujer llegaba entrecortada por los bostezos, mientras se estiraba un poco.

—Hablo de nosotros, nena. ¿De qué más?

—¿Y qué has decidido tan temprano? —preguntó con burla.

Tiró de ella hasta que casi la subió por completo sobre él. Necesitaba sentirla y mirarla a la cara sin estorbos.

—Que voy a trabajar en esta relación. Voy a aprender lo que significa amarte y respetarte, tal como juré en nuestros votos el día que nos casamos. Yo no sé cuanto tiempo tarde, pero lo voy a hacer, si tú me enseñas.

—Ran… no sé ni de que estás hablando. No puedo contestar a nada ahora que no estoy en mi cuerpo, pero suena bonito, querido esposo. —Él la miró desconcertado. 

Le estaba abriendo su corazón y ella no estaba receptiva. Luego se rio porque realmente viendo la cara adormilada de Aiko, entendió que no era el momento de contarle sus ansiosos planes. Mejor le daba de comer y la dejaba recuperarse del sueño. Cuando se trataba de dormir, su amada era una pequeña marmota, desde luego. Le acaricio el pelo y la espalda y la dejó un rato más sobre él, antes de apartarla suavemente y levantarse.




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