Watanabe Chan

Un juicio ganado y un viaje merecido

Capítulo 36

Alexa y Rous salieron victoriosas del tenso juicio pendiente con la señorita Hikari. Después de una ardua negociación, lograron un acuerdo que las dejó satisfechas. Según Rous darle una tunda a la tipa esa, valió hasta el último euro que pagaron por agresión. Hikari, inicialmente arrogante y segura de sí misma, no aceptaba el acuerdo y pretendía encarcelar a las hermanas por ataques e injurias. Cambió de actitud en cuanto se encontró cara a cara con Raúl, su ex.

Ella de verdad pensaba que no sería capaz de interponer denuncia por el golpe que recibió, pero se equivocaba de pleno. Raúl se presentó con su abogado y la demanda en la mano. O aceptaba lo que le ofrecían o la que iba a salir malparada era ella.

—¿Qué es esto? —preguntó Hikari, tratando de mantener la compostura, aunque su voz temblaba ligeramente.

Raúl le lanzó una mirada feroz, como nunca antes la miró. El chico, ahora que la veía sin su máscara, se preguntó como pudo ser tan estúpido de enredarse con semejante mujer. Lo consideró una importante lección de vida. No volvería a cometer el mismo error.

—Es una denuncia. En ella se detalla, con testigos y partes médicos, lo que me hiciste. ¿Quieres verlo o directamente se lo enseñamos al juez? Esto es algo con lo que tendrás que lidiar en el tribunal si no llegas a un acuerdo aquí y ahora.

Alexa y Rous intercambiaron una mirada triunfante. Sabían que tenían la ventaja y no iban a desperdiciar la oportunidad de poner a esa mujer en su sitio. ¡Menuda descarada!

—Te hemos ofrecido un acuerdo razonable —dijo Alexa con calma, aunque sus ojos destilaban determinación—. Ahora tú decides. Vamos a juicio y te arriesgas a lo que el juez decida darte, teniendo en cuenta lo que tú hiciste primero, o aceptas esta cantidad y nos vamos todos a casa.

Rous asintió, reforzando las palabras de su hermana. Hikari, sintiendo la presión y viendo que la evidencia estaba en su contra, se mordió la lengua de rabia. Quería que esas dos mujeres malditas pagaran y además fueran presas. Miró a su abogado que negó con la cabeza levemente. Lo mejor era aceptar el acuerdo y dejarlo ir por la paz. 

—¿Qué garantía tengo de que pagarán si acepto su trato? —preguntó Hikari, aun tratando de molestar a los hermanos poniendo en duda su integridad.

Los tres se miraron entre sí. Tremenda desfachatez tenía la mujer. Como si no supiera quiénes eran ellos y su poderío económico. Ese trato para ellos no era dinero en realidad. Ni siquiera contestaron a eso. No iban a caer en tan estúpido juego de egos. En ese momento, Raúl intervino con una sonrisa sardónica. 

—La única garantía que tienes es que queremos libranos de ti y que te vayas lo más lejos de nosotros posible. No sabes cuanto me arrepiento de haber tocado a una… —El chico no terminó la frase. Todo el mundo entendió a lo que se refería y la otra enrojeció de humillación y vergüenza.

No le quedó más y aceptó el acuerdo propuesto por Alexa y Rous. Las chicas abandonaron la sala del tribunal con una sensación de victoria. Hikari, por otro lado, se quedó con un amargo sabor de boca. Afuera la esperaba el tipo que era su amante y en cuanto la vio le pidió el cheque con el dinero. Ella no lo sabía, pero esa misma tarde, el hombre se marchaba del país con otra mujer, y lo hizo robándole todo lo que tenía, incluido el dinero. El karma no perdona.

Los chicos y el abogado se fueron juntos a comer y a celebrar, por supuesto. Y ahí, en medio del almuerzo, es que se enteraron por boca de Raúl, que no es capaz de guardar un secreto con ellas, de los tejemanejes que se traían sus esposos con Ran. Así supieron que al parecer les pidió ayuda para retenerlas en Tokio el mayor tiempo posible mientras él reconquistaba a su querida cerecita.

Las dos estaban boquiabiertas. Con razón, el detective no encontraba nada anormal, después de días y días de seguir, tanto al marido de Rous, Azaki, como a Aron, el esposo de Alexa. Los anormales eran ellos dos, desde luego, que a estas alturas del partido no eran capaces de sincerarse con sus mujeres y simplemente contarles el plan y pedirles ayuda. Ambas hubieran colaborado gustosas porque realmente deseaban el bien de esa pareja que se veía a la legua que se amaban.

—Cada día me quedo más boba —comentó Alexa en cuanto se quedaron a solas, su hermana y ella. 

Antes de eso no quisieron decir nada para no poner a Raúl sobre aviso por su indiscreción, ni comentar un tema familiar frente al abogado japonés que las asistió en el juzgado.

—Siempre te he dicho que tu marido y el mío son para echarles de comer aparte. —La morena rodó los ojos, indignada. 

—Ay, hermana, pero esto no se queda así, como Alex que me llamo —respondió la rubia.

—No te llamas Alex. Te llamas Alexa —puntualizó la mayor. Alexa la miró fijamente.

—¿Quieres que te incluya en el club de subnormales con Aron y Azaki? —le espetó de malas. 

—No…

—Entonces no digas bobadas, ¿sí? —la cortó, Alexa. 

—Vale.

Rous no quería que su hermana la metiera en el mismo saco que a los dos elementos esos. No, señor. Así que se mantuvo calladita y dejó que fuera la otra la que llevara la voz cantante en lo que iban a hacer para devolverla. En realidad ella no estaba tan molesta, porque sabía que el tontorrón de su marido no podía decir que no a su hermano pequeño. Pero su hermana era harina de otro costal y se tomaba muy mal que Aron no le contara todo lo que acontecía en su vida. Era una maldita controladora. Lo era cuando fue su asistente y seguía siéndolo ahora que era su esposa.

A Rous en realidad lo que le gustaba era irse con su hermana de parranda y vivir aventuras que la sacaran de lo rutinario. Era feliz con su vida, sin duda. Con sus niños y su esposo, su trabajo, su familia. Pero le faltaba la emoción de experimentar cosas nuevas que la sacaran de la zona de confort. Así que, sí. Iba a seguir a su hermanita hasta el fin del mundo si era necesario.




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