Watanabe Chan

Funerales

Capítulo 43

Llegaron al país doce horas después de recibir esa llamada. Ran, Aiko y Raúl desembarcaron del avión privado, desencajados totalmente. En el aeropuerto los esperaba Azaki, pálido y con el rostro transformado debido a la tristeza. Al bajar Ran, su hermano mayor lo abrazó con fuerza y a los dos se les saltaron las lágrimas. El menor todavía no podía aceptar ni creer lo que era ya una realidad. Sus padres estaban muertos. 

Un fatídico accidente se los había llevado por delante instantáneamente. Al parecer regresaban de pasar un día de paseo juntos, cosa que solían hacer con frecuencia. Pasear cogidos de la mano, comer en algún restaurante con encanto y, aun después de tantos años juntos, mimarse el uno al otro mirándose con amor. Siempre fueron una pareja bien avenida, a pesar de que su matrimonio fue por contrato, tal que el de su hijo, el más pequeño. Desde el principio Makoto amó a su esposo y fue correspondida. Tuvieron dos hijos y una buena vida, a pesar de que tuvieran que tomar la decisión de marcharse de su país y prosperar fuera del clan familiar por causa del patriarca. Pero así fueron las cosas y no hay familia que esté exenta de algunos conflictos. 

Ahora yacían en aquellos fríos ataúdes, entre miles de flores y llantos de todas las personas que los apreciaron en vida y que aún no podían creer que en realidad ya no estaban. Entre ellos Doña Margarita, la madre de Rous y Alexa, que lloraba a mares por su amiga. Los últimos años las mujeres se habían convertido en casi hermanas, sin tener en cuenta los diferentes estratos sociales, culturales y de ninguna otra índole. Simplemente, se unieron desde el mismo momento en que se conocieron como si siempre hubieran estado juntas. A veces bromeaban diciendo que se conocían de otras vidas. 

Allí estaba la señora con su esposo, sus hijos, sus yernos y otros cientos de personas que no paraban de llegar hasta el cuarto mortuorio, presentando sus respetos. 

Azaki contó a su hermano lo que sabía sobre el incidente. Un choque en cadena en plena autopista en el que resultaron implicados casi veinte coches, en una catástrofe como no se conocía desde hacía muchos años. Varios muertos y una treintena de heridos fuer el resultado y, como en el caso de sus padres, con un fatal desenlace. Por un breve tiempo, Azaki investigó la posibilidad de que fuera un atentado contras sus progenitores, pero las cámaras de la zona, a las que tuvo acceso, dejaron claro que no. Fue solo eso. Un fatal accidente, como tantos otros, ocurren en cualquier momento en cualquier parte del mundo.

En el funeral de los señores Masaharu, un manto gris de dolor y desolación envolvía a la familia. Las lágrimas de muchos de los presentes fluían como un río desbordado, reflejando el pesar que se había apoderado de los corazones, sobre todo de Ran y Azaki. Las esposas los abrazaban en silencio y lloraban en sus pechos, divididas entre dar y recibir consuelo. El silencio era sepulcral, roto solo por el sollozo ahogado de quienes compartían la pérdida de dos personas tan amadas.

Ran, con la mirada perdida en el féretro que albergaba a sus progenitores, sentía cómo la fuerza de su alma se desvanecía ante esa ausencia. Sus padres, a los que recordaba alegres, entusiastas y amantes de la vida, yacían ahora inertes. Ellos le habían enseñado todo, fue un niño muy querido. Educado con los mejores valores. Ahora estaban ahí, pero sin estar, reducidos a la quietud de la muerte. El nudo en su garganta le impedía articular palabra. Las lágrimas surcaban su rostro, saladas como el dolor que sentía en su pecho.

Azaki, junto a su hermano, compartía el tormento de la pérdida, aun cuando intentaba hacerse el fuerte, pues era el hermano mayor y ahora, el cabeza de familia. Su abuelo, un poco apartado, también acudió al encuentro último de su hijo y su nuera y, sorprendentemente, su cara enrojecida mostraba dolor. Los hermanos no tenían fuerzas para enfrentarse al viejo, ni era apropiado tampoco, pues despeas de todo el finado era su hijo y, dejando de lado lo que sucedió en vida, perder a un hijo siempre es antinatura. Son los padres los que mueren antes y no al revés. 

Eran huérfanos, pensó Ran. No estaba preparado para eso. Aiko notó como el cuerpo de su marido se enfriaba y casi estaba por asegurar que el hombre se iba a desmayar en sus brazos. Tan pequeña como era, intentó sujetarlo y darle su calor. Ninguna palabra de consuelo sonaba adecuada, pues ¿qué puedes decirle a alguien que ha perdido de forma tan brusca una parte tan importante de su vida?

Las flores, que no embellecían la escena, sino al contrario, rodeaban el ataúd de forma tétrica, se movían con la brisa. Todo el cielo, acompañaba la tristeza como testigo mudo del dolor de la familia. Al terminar el servicio funerario, el desfile se encaminó fuera del cementerio. Ran pensó, en medio de su sufrimiento, que abandonaba a sus papás, y en el vehículo cerrado se permitió el lujo de llorar, convulsionado y gritando su aflicción. Aiko, se moría de pena e intentó acercarse y abrazarlo; sin embargo, el hombre se separó de ella, queriendo expresar todo lo que llevaba dentro sin que nadie lo tocara. La chica entendió y se quedó allí en silencio, mientras la limusina recorría el camino de vuelta a la mansión Masaharu, lento, muy lentamente.

................

 

—Azaki… —Rous llamó suavemente a su esposo, que estaba de espaladas a ella, asomado en el balcón y contemplando la fría noche, en medio de un silencio que su esposa sabía, contenía más dolor que si hubiera pegado mil gritos.

—Dime.

—¿Cómo estás, amor? —le dijo ella, desde cierta distancia. No deseaba invadir su espacio. Solo quería hacerle saber que estaba allí para él.

—No muy bien. No te voy a engañar. Voy a… —suspiró como un sollozo antes de seguir— a necesitar un tiempo, para mí. Necesito darme un respiro. Aún estoy encajando que papa y mamá… 

Ya no pudo seguir hablando porque se le quebró la voz a mitad de frase. Su esposa se limitó a abrazarlo por detrás delicadamente. Entendía que su marido no necesitaba palabras, sino abrazos y apoyo silencioso y eso le ofreció.




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