Capítulo 48
Después de cortar la llamada, Aiko estaba aturdida por la frialdad de la conversación. El aparato volvió a sonar, pero esta vez en la pantalla aparecía un número desconocido. No contestó temiendo que fuera Ran, pero al momento recapacitó. Él no sabía que tenía este número, así que no era él. Respondió al teléfono sin saber qué esperar.
—Aiko, escucha con atención. Tu esposo tiene mi teléfono pinchado, por eso no podía apoyarte. Estuvo en la universidad a buscarte pensando que yo sabía algo y por fortuna no era así. No sé qué pasó, pero imagino que si ya te encerró una vez algo gordo habrá pasado para que tú escapes. —Le soltó todo eso de un tirón y sin respirar—. Ahora dime, ¿Qué necesitas? Lo que esté en mi mano hacer, lo haré.
—¿Cómo está él?
Kaito hizo un mohín, aunque a través de la línea no era posible detectarlo
—¿Aún te preocupa ese hombre?
—No, no es eso. Me refiero a… que sí estaba muy furioso contigo.
—Ya te contaré mejor, pero terminamos a la piña, si es lo que quieres saber. Fue con la pretensión de advertirme que no te ayudara si te contactaba. Por mi cara se dio cuenta de que tú no habías llamado, ni yo sabía nada del tema y por eso se fue, no sin antes amenazarme. Como si a mí me importara lo que él quiera —terminó despectivo.
Aiko sintió un escalofrío. Tuvo la esperanza de que Ran renunciara a ella. Que no quisiera hacer aquello más grande aún, pero parecía que no estaba en sus cabales. Se estaba comportando como un maldito mafioso y al parecer no le importaba ni lo que ella quisiera ni lo que su familia dijera. Iba a peor a cada minuto que pasaba.
—Me está ayudando la familia —explicó—. Mi cuñado y su familia, mejor dicho.
—¿Tus padres?
—No saben nada y es mejor así. De seguro, Ran ya habrá ido por allí a hacer lo mismo que hizo contigo, advertirlos. Aunque espero que no se le ocurriera amenazarlos porque entonces me va a conocer.
Aiko sonaba enfadada ahora. Ese tipo realmente la estaba cabreando. Se portaba como si el mismo no fuera el causante de todo esto. Al parecer se creía Dios para decidir por ella y por todo el mundo sobre lo que debían hacer o no.
—No te preocupes. Estoy dispuesto a ayudarte a desaparecer. Necesitarás un lugar seguro donde esconderte. Tengo algunos contactos que pueden ayudarnos a conseguir una identidad nueva y alejarte de todo esto. Solo dime que quieres hacer.
La oferta de Kaito le resultaba extraña. ¿Reamente debía cambiar de identidad y llegar a esos extremos por el zopenco de su esposo? Ella estaba acostumbrada al estatus que su familia siempre le había dispensado. Siempre vivió entre dinero y lujos, pero sus padres nunca hicieron una gran ostentación material, ni de poder. En realidad eran bastante discretos.
Ahora se dio cuenta de que eso no era así con Ran Masaharu. Él era poderoso, uno de los más en Japón, gracias no solo a su dinero y sus empresas, sino sobre todo a sus relaciones y sus contactos. En estos últimos años, había pasado de ser un chico sencillo con un gran futuro como empresario, a ser un gran tiburón blanco en el escenario socioeconómico del país.
En otras palabras. Tenía el poder para encontrarla y devolverla a ese encierro permanente si quisiera, y nadie, ni siquiera su hermano, podría hacer nada para detenerlo. El mayor podría tener ascendiente moral sobre él, pero su marido ya no era el lindo chico inexperto y afable que había conocido años antes. Ni siquiera ella se había dado cuenta del todo, porque acostumbraba a que la tratara diferente al resto. Porque la amaba. Pero si se distanciaba un poco de su relación y observaba el panorama fríamente, había visto muchas pequeñas señales.
El modo en que trataba a los demás, sobre todo a los subordinados, era un ejemplo. No es que los tratara mal, no era eso. Era la altivez que desprendía y la manera en que se movía frente a todos, rodeado de un aura poderosa y más grande que él. Los demás se inclinaban y le rendía pleitesía casi sin proponérselo. Y él no lo pedía tampoco. Solo sucedía. Ran Masaharu, era aquel hombre que aparecía casi cada día en portadas de periódicos y revistas, señalado como uno de los hombres más grandes de su tiempo en los negocios, y uno de los más relevantes dentro del entramado político, social y económico de Japón.
Ese ya no era el hombre del que se enamoró.
Todo esto le vino a la cabeza al mismo tiempo y fue como una luz. Siendo ese el caso, no era descabellado lo que Kaito proponía, pues precisamente él, que era experto en economía y políticas económicas, tenía mayor conciencia de quién era el hombre que se decía su esposo. Levantó la cabeza decidida y le dio la dirección de la habitación donde se encontraban las tres.
—Acepto. Date prisa. Mi esposo está a punto de llegar.
—Estamos cerca, no temas —contestó el hombre y jadeaba como si fuera corriendo, así que Aiko lo creyó.
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—Señor, hemos sabido que su hermano y su amigo Aron acaban de llegar al aeropuerto privado de Narita. Al parecer su mujer, su cuñada y la hermana están llegando allí para embarcar. Sabe que ahí no tenemos jurisdicción y no podemos detenerlos, ¿verdad?
«Te atrapé, querida esposa», pensó ansiosamente. Por fin la encontraba y está vez no se le escaparía.
—Manda a tus hombres allí. No me importa lo que hagas, pero ese avión no va a despegar —ordenó—. Tú sígueme.
Ran hablaba mientras caminaba con todo su séquito corriendo detrás de él, y al terminar de hablar se subió a su Ferrari y salió disparado. Estaba a 60 kilómetros del aeropuerto internacional de Narita, pero no le importaba la distancia, iba a recoger a su esposa y a arreglar las cosas para que ella volviera por las buenas. O por las malas. Que su hermano estuviera en el medio de todo le parecía imperdonable, pero ya se ocuparía de eso también. Él jamás se ocupó de los asuntos de su hermano y no iba a permitirle esta injerencia, por mucho que fuera su mayor y el cabecilla del clan a falta de sus padres.