Capítulo 50
Kaito Yamada se encontraba en su casa del barrio Roppongi. La habitación estaba envuelta en un silencio pesado y solo se oían los murmullos de algunos amantes de la noche que aún invadían las calles. Aiko Watanabe, la pequeña que le había robado el sentido desde que la conoció, estaba lejos y sola. Sin poder comunicarse, por su seguridad. Y eso no lo tenía contento.
Kaito suspiró profundamente mientras pasaba una mano por su cabello oscuro y desordenado. Recordó lo sucedido el día anterior cuando la sacó a toda prisa de la habitación del hotel y la llevó directamente al aeropuerto y a su libertad. Por el camino, mientras uno de sus hombres conducía, él iba entregándole a la chica sus nuevos papeles y algunas prendas que la ayudarían a pasar desapercibida.
—Lo siento, Aiko-chan —dijo con voz suave pero firme—. Me encantaría acompañarte en este viaje, pero sabes que no puedo. No puedo ponerte en riesgo, y tampoco puedo abandonar mis responsabilidades aquí.
Aiko bajó la mirada, entendiendo la difícil posición de Kaito. Ella tenía miedo de irse sola. Sería la primera vez en su vida que no tendría a nadie, pero entendía lo que él decía. No podía pedirle más de lo que ya estaba haciendo.
—Kaito-san, entiendo —respondió Aiko con voz temblorosa—. Gracias por todo lo que has hecho por mí. Nunca olvidaré esto.
Kaito le ofreció una pequeña sonrisa, tratando de infundirle un poco de consuelo. Le hubiera gustado volver a abrazarla y sentirla. Ella era la mujer más tierna y fuerte que había conocido jamás. No entendía como el estúpido que era su marido, no la valoraba.
—Ten cuidado. Sigue las instrucciones que te di y mantente a salvo. Haré todo lo posible desde aquí para asegurarme de que no te encuentre. Me hubiera gustado…
En ese punto, el hombre se detuvo dándose cuenta de que casi habla de más, así que se calló y miró a través de la ventanilla del coche, comprobando que se acercaban a su destino. Ese efecto tenía Watanabe sobre él. Lo ponía vulnerable. El hombre la esperó para bajar y se dirigió hacia la puerta, llevando consigo la mochila de Aiko. Después de eso apenas se dijeron nada.
Ella estaba nerviosa y se notaba. Él tampoco estuvo tranquilo hasta que por fin la vio atravesar las puertas que la llevaban hasta el avión. Cuando la perdió de vista se alejó y esperó en la sala acristalada que permitía la visión de las enormes pistas de aterrizaje y despegue. Por fin, el que llevaba a la mujer consigo, se perdió en el cielo. Fue entonces que pudo respirar.
—Cuídate, pequeña Watanabe. Nos volveremos a encontrar, te lo prometo —susurró.
Esa noche sintió la necesidad de salir. Abandonó la modesta vivienda, cerrando la puerta tras de sí. Hoy especialmente estaba sintiendo el peso de la soledad, que normalmente no era para él un problema, sino al contrario. Lo llamaba libertad. No era un hombre al que le gustara dar explicaciones sobre sus movimientos, ni le apetecía rendir cuentas. Por eso sus relaciones eran inexistentes. Solo duraban unas pocas noches o solo una.
La única mujer a la que deseó tener por una vida entera fue precisamente la Watanabe. Al principio, no fue así, desde luego. Él solo quería venganza. Pero sin saber que eso iba a convertirse en un terrible error, quiso acercarse a ella y ganarse su confianza para luego llevársela y matarla. No sin antes acabar con sus padres y toda su familia. Ella iba a ser su carta de triunfo. Lo que pasó no fue eso en absoluto
Se acercó a ella pensando enamorarla sonriendo y resulta que ella fue la que sonrió y él quien se enamoró. No es que Kaito fuera romántico en absoluto. En realidad, estaba acostumbrado a ser un hombre sin emociones. Su padre, que era su única familia, le fue arrebatado de pequeño y a partir de ahí su vida se volvió un infierno. Aprendió de la vida, que todo aquel que tiene la oportunidad de abusar de un débil, lo hace. Una noche decidió que algún día él sería el que tendría ese poder y se hizo fuerte. El más fuerte. Así es como llegó a hacerse un nombre en la yakuza y finalmente se convirtió en uno de los jefes. No era la suya una de las facciones más grandes, pero tenían cierto peso y un amplio dominio.
Mientras avanzaba por las calles nocturnas de Tokio, su mente estaba dividida. Estuvo tentado de abandonarlo todo y correr con Aiko por el mundo sin importarle nada. Lo único que lo detuvo es el conocimiento claro de que ella no lo amaba. No como a Ran. Y él no iba a convertirse en el segundo plato de nadie. Si alguien día ella olvidara al otro hombre, entonces si estaría más que dispuesto a dejarlo todo por ella. No siendo el caso, abandonar todo indefinidamente no era una opción que estuviera dispuesto a considerar.
—Lo siento, Aiko-chan —murmuró para sí mismo mientras caminaba a paso rápido, con los brazos apretados sobre su cuerpo. La noche era fría. —Quisiera poder hacer más, pero no es el momento y mi deber está aquí.
Llegó a un oscuro callejón donde un miembro de su clan lo esperaba. Tenía varias cosas que tratar allí, además de a trazar un plan para borrar cualquier rastro que pudiera llevar hasta Aiko. Sabía que esto debía actuar rapidez para despistar lo más que pudiera a Ran y sus secuaces.
Trajo a la misma mujer parecida a la chica, que los ayudó antes. Tenía una complexión parecida y el cabello y la postura similar. El siguiente encargo era que tomara el tren hacia la otra punta del país, usando la verdadera identificación de Aiko. Eso haría saltar las alarmas del equipo de seguridad de Masaharu. Pero para cuando llegaran allí, la mujer ya estaría de vuelta con su verdadera identidad. Perderían muchos días buscándola inútilmente, mientras Watanabe estaba en dios sabe que parte del mundo. Kaito término sus quehaceres y retomó las calles iluminadas por la luna de Tokio, de vuelta a su piso.
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Azaki y Ran mantenían una larga conversación a solas en el despacho. Los demás esperaban ansiosos afuera, tratando de especular sobre el contenido de esa reunión privada. Rous, Alexa, Aron y Raúl intercambiaban miradas inquietas, preguntándose qué estaba sucediendo dentro entre los dos hermanos.