𝘛𝘳á𝘨𝘪𝘤𝘰𝘴 𝘙𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘰𝘴.
Fue el 13 de noviembre de 1956. El día que el mundo conoció el odio desatado de un corazón herido.
—Abre los ojos Eddie.
Eddie despierta de un susto, su corazón estaba latiendo con intensidad, acababa de salir de su pesadilla. Recuerda las cenizas del fuego rodeando los edificios, mientras se derrumbaban. Aún podía escuchar los gritos y llantos desesperados de las personas, huían entre lágrimas del caos que sucedía rodeados de innumerables cuerpos ya sin vida. El caos que Eddie creó. Observaba con una sonrisa satisfecha lo que pasaba frente sus ojos. Volvió a soñar con aquello.
—Que bueno que has despertado—Le dijo aquella voz que se encontraba a su lado.
Eddie estaba en su habitación, su vista se topaba primero con el techo, luego desvío su mirada a un lado. Contempló la silueta de esa cosa, realmente, él no tenía idea de lo que era, la primera vez que lo vio casi huía de miedo y porque pensaba que estaba loco, pero no fue así, era real a sus ojos y era él único que podía verlo. No estaba loco. Formaba una silueta blanca masculina que resaltaba un intenso brillo. Se comunicaba a través de la mente con Eddie.
—Tú otra vez—Dijo Eddie—de nuevo, volví a tener esos sueños.
—¿Estas arrepentido por lo qué hiciste? —Preguntó—han pasado seis años desde lo ocurrido. Falta poco para que el mundo entero se destruya.
—Lo sé. Fui feliz por un momento, en este jodido y horrible mundo—Eddie suspiro—pero solo por un momento, pude ser feliz.
—No queda tiempo Eddie, ¿qué piensas hacer ahora?
—Esperar a morir—respondió—cumpli mi objetivo.
—El mundo es tan grande Eddie y estoy seguro que aún te sientes insatisfecho contigo mismo, ¿realmente quieres morir pronto?
Eddie permaneció en silencio. Toda su vida fue así, un esclavo de las mentiras y la corrupción en el mundo que lo rodeaba desde su infancia. Un niño, que desde lejos tenía que admirar a las personas de alta sociedad complacidas y gozando de sus riquezas, detrás de sus sonrisas, guardaban arrogancia y maldad.
Solo por un momento disfrutó del sufrimiento de esas personas, mismo que él había hecho y aunque eso cambió su vida, nada mejoró. Sentía que algo hacía falta para llenar su vacío, tal vez, su deseó de correr por el campo una mañana soleada, de conocer bellos paisajes y ver desde sus ojos las maravillas de la tierra, sentir aquel aire de libertad puro, escuchar las olas del mar y conocer el océano, ver una aurora boreal , pero sus actos lo único que provocaron fueron destrucción y marchitaron hasta la última flor. Solo creó un mundo gris, triste, sin nada que admirar. Perdió su belleza. Eddie pensaba que ya no tenía nada esta tierra, ¿quién podría ser feliz en este lugar tan depresivo?, el mundo había perdido su color. ¿Qué sentido tenía vivir ahora?
—Eddie, acompáñame a un recorrido de tus recuerdos—se dio la vuelta abriendo la puerta de la habitación—hagamos un repasó.
Eddie alzó una ceja confundido y se puso de pie. Camino hasta la puerta de la habitación y al salir, vio la nieve caer, en frente suyo había una cabaña sola, a pesar de lo helado que estaba siendo en ese lugar, Eddie no podía sentir el frío, no temblaba como alguien suele hacerlo. Observó a un hombre salir de la cabaña con sus maletas, cubriendo su nariz con la bufanda. Se sorprendió al mirar la cara de aquel tipo, se parecía mucho a él. Tuvo una sospecha, la cual pudo confirmar cuándo vio a su madre salir de la cabaña yendo tras de él. Ella lloraba y rogaba con que se quedara, fue un momento desgarrador para su mamá, sus gritos de súplica se partían, fueron insoportables para aquel hombre que furioso le soltó una abofetada.
—Ese hombre de ahí, debe ser mi padre—Afirmó Eddie. Sabía que su papá lo abandono desde su nacimiento.
—Te abandono justo en el momento que diste luz. Este día tú habías nacido.
Aquello caminó hasta la puerta de la cabaña y la abrió para presentar otro escenario. Eddie se quedó un momento observando lo sucedido, mientras analizaba el rostro de su padre, era indiferente y fría hacia su madre, quien seguía de rodillas abrazando sus piernas. Le causó repulsión unos segundos, pero al final se dio cuenta, que ahora compartía esa misma expresión de frialdad. Eddie tenía un corazón frío, se volvió una persona indiferente, incluso, algunos lo consideraban cruel, el mismo diablo por lo que había hecho. Alguien que perdió sus sentimientos, aún así, muy en su interior algo se movía cuando miro aquella escena de su madre arrastrándose en la nieve y gritando el nombre de su marido, que incluso no quiso seguir viendolo. Se dio la vuelta sin nada que decir, manteniendo su semblante serio e impotente.
Se acercó a la puerta de la cabaña y entró para ver otro de sus recuerdos. Ahora se encontraba en una habitación oscura. Alguien entró con mucho cuidado, un joven alegre, con una sonrisa espléndida, de lindas pecas y mirada juguetona. Se acercó a la cama y quito la sabana, encontrándose con un pequeño niño hermoso. Ambos empezaron a reír.
—¡Te encontré! —El joven lo abrazo y empezó hacerle cosquillas.
—¡No es justo!—El pequeño infló sus mejillas e hizo un puchero.
—Vaya, tu hermano fue él único que estuvo contigo desde entonces—Le dijo aquello mientras se ponía delante de Eddie quién miraba la escena.
—Si... —Este muestra una mirada nostálgica y se contiene al no mostrarse sensible con lo que veía. Las risas de su hermano y él.
Dio un paso mientras todo se borraba a su alrededor para ver otro escenario. Un recuerdo en el que veía a su hermano y él ver las estrellas juntos una noche, mientras se encontraban en el techo. Su mamá lo llamaba para bajar ese día, la cena ya estaba lista. Eddie sigue el recuerdo, mirando como ambos bajaban a cenar, ese día era navidad. Estaba su mamá recibidolos con una sonrisa, su abuelo, tíos y sus primos.
—¡Abuelo! —El pequeño Eddie se balanceo en los abrazos de su abuelo mientras este le recibía con una sonrisa.