Veía la lluvia correr en mi ventana. Suspiré y el vidrio de la ventana se empañó. Estaba haciendo frío y el cielo estaba oscuro, me puse a pensar en una escena melancólica en medio de la lluvia. Una pareja de adolescentes besándose bajo la lluvia y despedirse que alguno de los dos murieran «¡Wow! Que mente».
Estaba aburrida aquí, no tenía ánimos de ver televisión, tampoco de escuchar música. No tenía inspiración para hacer nada, oh, espera si la tengo.
Busqué mi libreta de debajo de mi almohada y destapé el bolígrafo.
Recuérdame la razón del por qué sigo aquí
No quiero vivir esperando mi fin
No quiero vivir pero no tengo el valor de ponerle fin
Perdón, papá. Soy una cobarde
Perdón mamá, no quiero vivir
Perdón Dios, no disfruto estar aquí
Solo espero el día en que esto termine
Solo quiero dejar de sentir
Tiré el bolígrafo y la libreta y estos chocaron en la pared. Llevé mis manos a mi corazón como si este doliera y me hice un ovillo en el suelo, mientras dejaba que doliera y que las lágrimas de dolor salieran.
Llegar a este punto era doloroso y aún lo sigue siendo, como si el dolor y las lágrimas nunca terminarán y el vacío fuera creciendo cada vez más. Dolía respirar, dolía mirar, dolía sentir. «Como quisiera ya no sentir», algo que muchos queremos dejar de hacer cuando duele. Todo deja de tener sentido y todo deja de importar. ¿Hasta que punto hemos llegado? Refugiarnos en música, libros, pensamientos.
Lloré hasta que me dolió la cabeza, hasta que mis párpados pesaban y hasta que sentí que podía levantarme del suelo.
–Solo quiero que no duela –susurré. La lluvia pareció escuchar y se hizo más fuerte su caída.
La miré por un momento sin pensar. Me levanté del suelo y caminé hasta la puerta principal saliendo debajo de lluvia. Caminé hasta llegar al parque donde siempre visitaba, miré un árbol y decidí subirme a este.
No sé cuánto tiempo pasé ahí en el árbol mientras llovía. Unas lágrimas más se derramaron de mis ojos, confundiéndose con la lluvia y me sorprendía el tener aún lágrimas que derramar.
Estaba sentada de una de las ramas, mi ropa estaba mojada y la lluvia era fría, sin embargo no sentía frío en mi cuerpo, como si mi cuerpo ya estuviera más frío que la lluvia. Me recosté en el tronco del árbol y cerré los ojos mientras la lluvia caía por mis rostro y hacía su recorrido sobre mi cuerpo.
Me sentía tan pérdida y tan sola que pensaba que si moría ahí nadie se daría cuenta. Extendí mis brazos como si fuera una paloma encima de una rama lista para emprender su vuelo. Sonreí, no tenía idea del porque sonreía pero eso fue como un apoyo para volver a estar un poco mejor.
Suspiré y abrí mis ojos, no podía ver de tan borrosa que estaba mi vista por las lágrimas, pase mis manos por mis ojos pero la lluvia cayendo no me dejaba ver muy bien.
Un ruido como de una rama quebrándose me puso en alerta pensando que sería en la que estaba sentada. Miré hacia abajo y era alguien que llevaba un impermeable negro, se quitó el gorro y miró hacia arriba donde me encontraba, era un chico.
«El momento de irme había llegado», tenía que irme ahora que ya me habían visto, además no sabía qué hora era y papá podía llegar a casa y preocuparse porque yo no estuviera en ella.
–¿Estás bien? –preguntó, «preguntas estúpidas».
Me bajé del árbol lentamente intentando no resbalar y caer, me di la vuelta y solo lo miré asintiendo, dí la vuelta y comencé a caminar alejándome de ahí. Mi ropa pesaba por lo mojada que estaba.
Llegué a casa y afortunadamente papá aún no había llegado. Subí a mi habitación y me quité la ropa, secando mi cuerpo. El vacío había vuelto y me quedé viendo mi reflejo en el espejo; mis ojos estaban hinchados de tanto llorar, ojeras oscura debajo de mis ojos causadas por el no poder dormir, mi piel estaba pálida por la helada lluvia que había bañado mi piel, mi cabello negro enredado y mojado por la lluvia. Pasé mis manos por mi rostro y cuando llegaron a mi cabello lo hale un poco. Me alejé del espejo odiando su reflejo, me vestí de prisa y baje hacia la sala encendiendo la televisión, esperaría a que llegara papá fuera de mi habitación, si lo esperaba en mi habitación el monstruo se apoderaría de mí y no quería que eso pasara.
Pasaron los minutos y el sueño se fue apoderando de mí, me dejé vencer por el sueño. Escuché a lo lejos que decían mi nombre pero podía más el sueño, sentí como papá me envolvía en sus brazos y caminaba. Sentí como me dejaba en la cama, abrí un poco mis ojos y pude ver qué estaba nuevamente en mi habitación dónde minutos antes no quería regresar pero no hice nada por levantarme y salir de ahí.
Mi padre besó mi frente y acaricio mi mejilla con amor.
–Descansa mi niña, y luego te sentirás mejor. «Si papá, quisiera sentirme mejor o solamente dejar de sentir», quería decirle que no estaba bien y posiblemente, nunca lo estaría. Quería preguntarle cómo era que sabía que no me sentía bien pero era mi padre y debía conocerme. La pesadez que sentía me pudo, dejándome llevar por el sueño y soñé un lugar donde era feliz, como hubiera querido que ese sueño fuera real pero aún soñando mi pensamiento fue, «esto no es real, pero lo disfrutaré mientras dure», aún en sueños seguía consciente que esa felicidad no era real, solo era real y lo que hubiera dado porque lo fuera.