White Mind

4. Reencuentros

 

Región Autónoma del Tíbet.

La tranquila noche fue interrumpida de un segundo a otro en el solemne templo de Theravãda. Los proyectiles silbando entre el gélido aire de la madrugada buscaban encasquetarse en la piel de cada alma que habitaba el venerable lugar excepto en Carla Harper; el nuevo objetivo de HYDRA.

La joven abrió los ojos con sobresalto al escuchar el alboroto en los pisos inferiores de la pagoda que ella misma ocupaba. Al ser un templo budista en el que supuestamente no podían vivir mujeres, la morena gozaba del nivel más alto de la edificación para ella sola.

Con tremenda preocupación y más que alerta, se movió con rapidez para ponerse los ropajes que solía llevar en sus entrenamientos con el maestro Tenzei, unos totalmente blancos que bien podían confundirse con la nieve de las montañas. Aunque de poco camuflaje le servirían en plena noche.

Cargó también con su ahora inseparable hoja de Dao tomándola por la empuñadura y se asomó cautelosamente por la ventana.

Dos aéreos se habían posado en el gran patio dando pie a un puñado de soldados a abrir fuego contra quien fuera que se les cruzase. Algunos monjes derramaban ya entonces su sangre sobre la nieve acumulada en el claustro tras intentar defenderse sin más armas que las que podían ser sus propios cuerpos.

A Carla le tembló la mano que sujetaba el Dao al ver a sus compañeros caídos.

Lǎoshī... —musitó arrancando a correr hacia niveles inferiores de la pagoda, topándose de frente con su mentor.

Tenzei posó las manos en sus hombros, apretándoselos al detener el impacto entre ambos.

—Huye, Sem Karpo. —Elevó su mirada gris buscando verla directamente a los ojos.

—No. —Cabeceó ella, negada a abandonarlos—. Puedo protegeros, lãoshï. Puedo hacerlo. -Aseguró con un tinte blanquecino cruzándole con rapidez sus iris castaños—. Haré que se detengan... Y pagarán por lo que han hecho.

Carla cerró los ojos con fuerza dejando que su poder encontrase resquicios por los que colarse en las mentes de los atacantes al templo. Le resultaba fácil moverse entre ellas, casi algo natural.

Una media sonrisa se curvó en los labios de la morena al ordenarles desde dentro que se detuvieran y abandonasen las armas. Los soldados de HYDRA obedecieron como meras marionetas bajo sus directrices. Todos excepto uno: El Soldado de Invierno.

—No... No, no puede ser. —Tembló la chica al verlo a través de los ojos de uno de los atacantes inmovilizados.

Invierno llevaba media máscara cubriéndole parte del rostro, pero hubiera reconocido aquel porte y mirada asesina en cualquier lugar.

Carla salió del trance fijándose entonces de nuevo en el maestro Tenzei.

—Es él. Es el hombre que intentó matarme.

—Vete. —Se limitó a ordenarle el monje, empujándola al ver que no reaccionaba—. ¡Ahora, Carla! ¡Vete!

No obstante, la chica se quedó quieta aun y cuando el sabio descendió los dos pisos que restaban para salir al encuentro del más frío asesino de HYDRA.

Tenzei era todo un maestro en la disciplina del Kung-Fu, aunque algo le decía al buen hombre que eso no sería suficiente para detener al enemigo. De todos modos, estaba listo para brindarle la más mínima ventaja a Sem Karpo. Ella merecía ser protegida a cualquier coste.

Pero Carla no estaba dispuesta a que nadie más muriese por su culpa, y fue por ello que terminó reaccionando a tiempo saliendo de su breve estado de shock.

Así pues, antes de que Tenzei cruzase la puerta de la pagoda para enfrentarse al cruel asesino de HYDRA, Sem Karpo avanzó por el lateral de la cornisa lanzándose desde las alturas sobre el Soldado de Invierno con el sable por delante.

—¡Cuidado! —Exclamó el monje al percibir el movimiento del enemigo.

La sorpresa para la chica llegó cuando el mismo se giró con rapidez y alzó su puño de metal para aferrar la hoja del Dao, deteniéndolo y lanzándolo tras de sí contra la nieve. La fuerza con la que lo hizo provocó que la espalda de Carla chocase también contra el gélido suelo del patio al no haber soltado todavía la empuñadura del arma.

La joven tosió un par de veces tratando de recomponerse con rapidez, pero con una mirada fría como el hielo, Invierno se abalanzó antes sobre ella, que no tuvo tiempo de interponer el sable entre los dos cuerpos para detener el ataque.

Aunque sí pudo propinarle un rodillazo en el pecho que lo hizo retroceder apenas un ápice.

El golpe que debía de haberlo lanzado hacia detrás con fuerza, solo consiguió arrancar una leve expresión de sorpresa en el asesino. Carla aprovechó esa milésima de segundo para propinarle un certero puñetazo en el rostro mientras conseguía alzar la hoja del Dao contra su cuello.




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