Esa mañana el silencio y la tranquilidad en las calles de la ciudad habían sido interrumpidos por el gran sonido del Nagak, el Jipsa vestido con su mejor traje en tono carmín para resaltarse de entre los demás guardias reales que solo vestían de color oro y sus tradicionales plumas de faisán. Seguido de aquel particular sonido de caracola la voz en cuello del Jipsa se encargó de hacer la primera orden: “Myeonggeum-il-ha-daechwita” (-Al sonar el gong debe presentarse el daechwita) A lo que recibe la respuesta de los guardias (-A sus órdenes), el gong resuena haciendo eco en el aire y los primeros golpes sobre las cajas de madera de los Yong-go (용고 tambores) decorados con ilustraciones de dragones comienzan a sonar, a su par se unen los sonidos de los Nabal (나발 un tipo de corneta) y los Taepyeongso (태평소 es parecido a un clarinete) que son soplados con fervor entre los intermitentes estruendos de los Jabara (자바라 platillos) Captando la atención así de todos los presentes quienes se han puesto su mejor traje para recibir al nuevo emperador. El sol desde su altura recibe con celos al heredero Min quien parece querer brillar más que él luciendo su “Sibiryumyeon” corona decorada con doce cuerdas vendadas, y “Sibijangbok”, vestimenta real adornada con doce símbolos, como son el propio sol, la luna, las estrellas, las montañas y un dragón. Todos tienen las miradas puestas en él quien parece ir en cámara lenta como la escena de una película, rodeado de magnificencia y gloria, nadie puede apartar su atención de él. Unos con amor y otros con odio, pero al final todos mirándolo a él.
El Jipsa da la orden: Heon-hwa-geum (-Al sonido del gong se debe detener la música) deteniendo la marcha y dejando el lugar nuevamente en silencio. El joven príncipe sube hasta la parte más elevada del palacio para continuar con el ritual “Gocheonje” para informar a los dioses del cielo que el emperador había sido coronado. A continuación, siguieron la coronación, la proclamación del Imperio Min, y la oración del bienestar del pueblo, “Hwangudaeje”. Entre murmullos todos reciben las oraciones y tras dar los debidos cultos al cielo por sus bendiciones se da fin a la primera parte de la coronación.
Tras las puertas del enorme palacio los demás pueblerinos esperaban la salida del nuevo emperador, emocionados sabiendo que sería la primera y probablemente la última vez que pudiesen contemplar su presencia. Entre las mujeres del pueblo se habían regado varias historias sobre el emperador Min, unas buenas otras malas y unas que cruzaban la exageración. Muchas decían que se trataba de un joven hermoso de cabellos dorados que había sido regalo de los dioses, otras que era feo tan feo que por eso jamás le habían visto u oído hablar de su físico. Lo cierto fue que cuando hizo su aparición en las calles en su palanquín todos quedaron sorprendidos y extasiados por la belleza que el joven poseía, tal vez Yoongi no era hijo de ningún dios, pero su presencia era muy semejante a la leyenda logrando cautivar los corazones de todas las jóvenes doncellas y porque no, el de las más maduras también. Los hombres no podían ocultar su envidia y celos que claramente se reflejaba en sus miradas y rostros amargos como de quien chupa un limón. Preocupados trataban de llamar la atención de sus novias que totalmente embelesadas seguían al heredero con la mirada intentando que este les devolviera las miradas coquetas, cosa que jamás sucedió por el simple hecho de que estaba demasiado ocupado siguiendo con la mirada al castaño soldado dueño de sus amores.
Gracias a su flexibilidad los soldados habían podido ser parte de aquella celebración admirando desde la multitud a quien sería su líder supremo. Taehyung por su parte era uno de los que no podía sacar de encima su mirada, tal vez porque no podía ignorar la majestad con la que lucía el rubio, o tal vez porque le extrañaba que aquella persona aparentemente inalcanzable le había dado algo de su favor y un beso además. ¿Quién era realmente la persona que estaba tras tantas apariencias? Era algo que probablemente jamás llegaría a conocer. Así mismo el emperador Min no apartó su vista del castaño sino hasta que este salió de su marco de visión, con la diferencia de que sus pensamientos eran un poco menos incompresibles de lo que eran los de Taehyung. No sabía que sentimiento era mejor para ese momento y solo sentía que quería bajar de aquel palanquín y regresar a su habitación quizá, o solo ir a algún lugar alejado junto a este para poder admirarlo en silencio. Tantos protocolos le hartaban, más cuando la mitad de aquellas personas no lo consideraban capaz de gobernar el reino, algo que solo le motivaba a querer escupirles en la cara.
Una vez todo el protocolo termino el pueblo continuo la celebración con una gran fiesta mientras que el emperador regreso tras las murallas de su gran palacio. Taehyung y sus compañeros tomaron caminos separados para cada uno reencontrarse con sus familias. Hoseok en particular tenía la tarea de cuidar los pasos de Taehyung, una extraña orden dictada por su superior. La casa de Taehyung quedaba cerca al bosque casi a las afueras del pueblo, sin embargo su abuela no estaba allí algo que Hoseok no había tenido en cuenta adelantándose a llegar hasta allí encontrándose con la extraña sorpresa de que alguien más estaba en la casa, suponiendo que era un ladrón le espero para emboscarlo con su espada.
El pelinegro que había salido tranquilamente con algunas cosas en su costal se asustó al ser apuntado por la espada del guardia real quien parecía igual de sorprendido al toparse nuevamente con él.
— ¿Qué hace aquí? ¿Es usted un ladrón acaso? – Cuestionó con rostro serio sin dejar de apuntarle con la espada.
—Lo mismo podría yo preguntarle a usted, yo soy amigo de Taehyung, esta también es mi casa y he venido a buscar algunas cosas. –Respondió igual de serio como si no le tuviese suficiente respeto a aquel guardia imperial.