Capítulo 1.
10 de septiembre, 2016.
Termino de hacer la maleta que usaré las primeras semanas de mi estancia en Estados Unidos; mi destino, Carolina del Norte.
No sabía muy bien cómo nos había llegado la idea de irnos a otro continente durante un año como mínimo. Yo tenía el pensamiento de ir un año a Galway, Irlanda a cursar un año de mis estudios —traducción de inglés—. Sin embargo, la necesidad de escapar del insufrible divorcio que estaban llevando mis padres fue clave para dejarme convencer por mi mejor amiga, Alicia Navarro, de acompañarla al continente americano.
Me había repetido hasta la saciedad que al haberse incluido una segunda plaza de estudiantes de intercambio en Carolina del Norte no tenía excusa para no ir. Por supuesto, mis ganas por conocer el país tópicamente conocido por los tréboles, los Leprechauns, celebrar Sant Patrick y ser el país de origen de Niall Horan no se me habían ido.
Casualidades de la vida de mi madre y mi padre discutiendo una vez más es lo que me convenció de irme al otro lado del charco.
Suspiro.
Reviso que esté todo en orden en las cajas que la empresa contratada se llevará hacia mi nuevo hogar, dentro de unas horas pasará un camión y mamá no me deja tranquila.
Siempre me pasa lo mismo, dejo las cosas para el último momento y, por supuesto, eso tiende a cabrear a las personas que me rodean.
Otro problema había sido conseguir que me dieran la beca no europea y eso fue todo un logro; el sistema educativo español y estadounidense son muy distintos, por lo que, cuadrar mi nivel de estudios con el que allí se ofrecía fue todo un caos.
Mamá no paraba de repetirme una y otra vez que, si estaba segura de querer irme tan lejos, que era una locura, que por qué no me lo pensaba mejor y me esperaba al año siguiente para solicitar irme a Irlanda. Tenía razón, pero es que, en verdad, irme con Alicia y alejarme un tiempo de lo que me mantenía tensa, se había convertido en una necesidad.
La coordinadora del Grado que estudio se reía, yo creo, que por no llorar del numerito que estábamos montando.
Una madre medio enloquecida y su hija de veintiún años intentando mantener una conversación medianamente adulta sin un desenlace maduro.
Al menos, mamá estaba tranquila porque Alicia, había tomado la misma decisión. O eso creía ella. No sé cómo me las arreglaba para parecer siempre la cabecilla de todo.
—Silvana —Mi madre entra en mi habitación y se lleva una mano a los labios, cubriéndola—, ¡mírate!, ¡cómo has crecido!
—¿Vas a ponerte a llorar, mami? —Sonrío.
—No lo sé. —Se le quiebra un poco la voz.
—¿Necesitas un abrazo? —Abro los brazos, sugiriéndole que se acerque y me envuelva en un cálido achuchón.
—¿Por qué no estás asustada? —cuestiona mientras apoyo mi cabeza en su hombro.
—En realidad lo estoy —Me sincero—, pero también tengo muchísimas ganas. ¡Estoy emocionada!
—¿Has avisado a tu padre? —pregunta con retintín tras separarnos.
No sabía si mamá seguía sintiendo cosas por él, pero envidiaba su temple y su determinación, decidir separarse del amor de tu vida no debe ser fácil. No me pilló por sorpresa su valentía, que la ejecutara, sí. En realidad, mi padre era un gran hombre, nos quería, pero se perdió. Aún desconozco qué fue —o quién— la gota que colmó el vaso. Pero los errores deben pagarse, suponía.
—Sí —Guardo un par de guantes en una de las cajas—, no puede venir a despedirse.
—¿Trabajo? —Su tono me demuestra que sabe la respuesta.
Asiento.
Adoraba a mi padre, sin embargo, desde que mamá y él se separaron hacía ya casi dos años, parecía otro. Entendía que la situación le dolía o incomodaba, pero la actitud que estaba tomando era insana, su adicción al trabajo le estaba volviendo loco y, a mí, me estaba haciendo perder a mi padre.
—Tal vez deberías insistirle un poco. —Sugiere.
—Mamá, él no quiere venir, está abducido en la jodida oficina. No puedo ayudar a una persona a la que no le interesa ser ayudada.
—Pero es tu padre… —dice con cierta tristeza.
—Quien lo diría, ¿eh? —ironizo—, ni que tuviera sus mismos ojos verdosos y la estructura de la cara igual que él. —Pongo los ojos en blanco imitando a las amigas de la abuela cada vez que visitamos el pueblo de papá.
—Anda, termina de recoger y deja todo listo, aún tienes que ir a la copistería a imprimir el billete de avión.
~*~
12 de septiembre, 2016.
—Recordad que haréis escala en Nueva York. —Marina, la madre de Alicia es la que habla—. Tenéis la tarjeta móvil configurada para llamarnos en cuanto lleguéis.
—Mamá, te recuerdo que hay un horario distinto, ¡no voy a despertarte si llegamos a las tantas de la madrugada!
—Alicia Navarro Sandoval —reprocha en cuanto la maleta de su hija ha sido facturada—, me llamas en cuanto llegues a Nueva York, ¡y no hay más que hablar!
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Editado: 04.05.2022