Capítulo 10.
20 de diciembre, 2016.
El vuelo de papá ya había puesto rumbo Carolina del Norte, lo sabía porque esta mañana me había despertado con un WhatsApp suyo que así lo indicaba.
¡Aleluya! David González Ramírez se estaba empezando a modernizar, supongo que entre el Roaming y que no quería pagar el triple por enviar un simple mensaje había acabado claudicando a las nuevas tecnologías.
Mi padre era un hombre inteligente, no lo decía porque fuera mi padre, es que había sido más listo que nosotras. Nada más aterrizar en Estados Unidos ya había contratado una tarifa especial y no iba a tener que pagar un pastizal. Él se había encargado de lo mismo cuando yo llegué; Ali no había corrido la misma suerte. ¡Ay, Dios! No me quiero imaginar la cara de su madre cuando vio la primera factura de teléfono…, no les faltaba dinero, los Navarro Sandoval eran de clase acomodada, media podríamos decir, pero tirando a alta. Eran del barrio Malasaña, un barrio universitario y considerado como vintage. Desde luego que tenía su encanto y vivir en Madrid de por sí ya era costoso, pero en zona donde había negocios…, ya superaba lo normal.
Papá se defendía con el inglés, bueno, más o menos; sabía vocabulario, sabía cómo conseguir que le entendieran, pero su pronunciación era nefasta. Él siempre decía que a mí se me daba bien por mi descendencia irlandesa, la cual, por desgracia, se iba perdiendo poco a poco.
El vuelo había despegado desde España el 19 de diciembre a casi última hora, lo que se traducía en que aquí, en Greensboro era por la tarde, pero ya estábamos a día 20 y a él aún le quedaban varias horas para llegar. Me sorprendía que no hubiera decidido hacer noche en algún hotel de las escalas que tenía que hacer, pero le entendía. Íbamos a estar solo 7 días juntos.
Le esperaban algo más de 7 horas de vuelo hasta aterrizar en Filadelfia y luego uno más corto —y menos mal, pobre hombre— hasta Carolina del Norte.
¿Honestamente? Estaba muy emocionada, él había tenido la iniciativa de venir, de tomarse un descanso del trabajo y eso me hacía jodidamente feliz.
Aun así, debía mantener la calma, era martes y de normal no me tocaba trabajar, sin embargo, había pedido un cambio de turno para poder disfrutar de mis vacaciones con mi padre sin interrupción. Era mi último turno hasta el 2017 (si la baja que cubría seguía disponible).
Miro la hora del móvil, son las 8 y pico, tengo un mensaje de Nash. Lleva dos días hablándome con total naturalidad, con cierta distancia, pero siendo insistente mientras que yo le respondo con sequedad.
Quiero —necesito— hablar con él, pero también necesito despejarme y pensar en mi padre y en mí.
En su mensaje me da los buenos días y me pregunta si podemos vernos. Soy esquiva y le respondo con brevedad indicándole que trabajo y que por la tarde me gustaría descansar para ir a recoger a mi padre.
Una ráfaga de viento me hace recordar que el invierno ya está instaurado en la ciudad y tiemblo un poco. ¡Hora de levantarse!
Una vez me ducho y me acicalo, salgo a la calle, espero al autobús mientras me fumo el primer cigarro del día.
***
La mañana está transcurriendo con relativa tranquilidad, algo lógico siendo martes, además aún no terminaba de empezar la locura de la época navideña. El tópico de que los estadounidenses dejan todo para el último momento me parecía totalmente cierto.
—¡Hola! —saluda una voz femenina mientras termina de colocar su compra.
—Buenos días. —hablo con educación sin prestar mucha atención de quién se trata.
Empiezo a pasar los artículos y a guardarlos en la bolsa de cartón, queda uno y antes de pasarlo una de sus manos agarra mi muñeca. Ejerciendo fuerza y clavándome las uñas.
—¿Por qué no me miras a los ojos? —Consigue mi interés y alzo la mirada. La reconozco—. Silvana, ¿verdad?
—Sí —Me pilla desprevenida y en el trabajo, sin embargo, logro recomponerme—. Por desgracia, no recuerdo tu nombre —Aprieta sus uñas, va a quedarme una herida y me controlo para no soltarle un guantazo—, pero te agradecería que soltaras mi mano para poder cobrarte y seguir con mi trabajo.
Sonríe, aunque su sonrisa no llega a sus castaños ojos, es lo que se denomina una sonrisa falsa. Su mirada, en cambio, me desafía. Ella está en alguna clase de competición de la que a mí no se me ha informado, pero que al parecer soy partícipe.
Sigue sin soltarme. Trato de zafarme y ella ejerce un poco más de fuerza en mi muñeca, incluso dejando bien marcaditas sus uñas probablemente acrílicas.
¡¿Está loca?!
—Sadie Dankworth —Trago saliva, ¿qué coño quiere? —. Estaría bien que lo recordaras. —dice y por fin me suelta.
Reviso mi muñeca. ¡Su puta madre! Hay hasta algunas motitas de sangre.
No contesto, es lo más sensato si no quiero montar aquí el numerito del siglo. Paso su último artículo mientras ella saca su tarjeta de crédito. Le digo el total y ella procede a pagar.
—¿Quieres un consejo?
—No.
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Editado: 04.05.2022