Capítulo 16.
16 de enero, 2017.
Alicia y yo caminamos juntas hasta la entrada de la universidad, tenemos examen en 20 minutos; nos encontramos con Anne en el camino. Tenemos examen de Terminología bilingüe del inglés – español.
No estoy nerviosa, no es una asignatura muy complicada, pero sí que me hacían falta los textos que estaban guardados donde Harrison Sellers se encontraba apoyado. Qué puta manía tiene este chaval con ser guardaespaldas de mi taquilla.
Teníamos esa misma información en un archivo PDF que nos había proporcionado el profesor, sin embargo, para el examen sólo podíamos usar algo en papel.
—¿Llevas los manuales? —pregunta Alicia.
—En la taquilla —Hago un gesto señalándola—. ¿Puedes guardarme un sitio? —Le pregunto.
—Claro —Se despide de Anne—. No tardes.
—¿Y yo qué hago ahora? —Me quejo.
—Me encargo yo sin problema. —Sonríe con suficiencia Anne Irwin.
Esta chica es una caja de sorpresas muy positiva. Aunque parecía mi guardaespaldas, hasta parecía que me daba miedo enfrentarme a Harrison Sellers sola, no era cierto. Pero me tensaba. Obviamente era incómodo. Cuando dices no y les da igual…, es lógico que puede incluso darte miedo.
Suspiro. Mi vida, mis normas. ¿Por qué no lo entendía?
La sigo y llegamos donde está Harrison.
—¡Sissi! —Saluda él efusivamente—. ¡Qué sorpresa!
—No lo creo, estás ocupando su taquilla y tiene un examen. —Anne se adelanta antes de que pueda decir nada.
—¿Eres ahora su guardaespaldas? —La mira con desprecio, como si fuera menos que él.
Vaya idiota.
—Mira, Sellers —hablo—. Me he cansado de ser amable contigo, tengo examen en 15 minutos. Apártate de mi puta taquilla.
Tras un intercambio de palabras y que Anne le amenace con dejarle sin descendencia lo consigo. Cojo el archivador donde tengo todo y compruebo que tomo los archivos correctos, ya me jodería equivocarme.
Me despido de ella rápidamente y salgo corriendo, sintiéndome ridícula porque a ver, correr con una mochila en los hombros pues no es muy atractivo.
Me la suda. Tengo que llegar al examen.
***
Me había salido bastante bien; eso sí, para llegar a clase, había sudado como una cerda y tuve que quitarme varias capas de ropa hasta quedarme con una interior fina que llevaba. ¡Había sido horrible encontrar la clase en solo 10 minutos! Menos mal que leí el WhatsApp de Ali indicándome que tenía que subir a la segunda planta.
Ahora me encontraba en el centro comercial porque habíamos quedado en que yo iría a recoger el regalo de Elleine, ya que tenía cita para depilarme y arreglarme la manicura. Como no la conocíamos tanto y Albs sí, se había encargado de decirnos lo que más podría gustarle.
Nada de perfumes. Creo que las únicas que entendíamos eso éramos ella y yo. Ellos odiaban que el olor se camuflase. Odio eso porque yo realmente amo el aroma de los perfumes, Alicia también. Tal vez es una costumbre española o vete tú a saber, pero nos encanta echarnos potingues y olores por el cuerpo, para que luego venga Victoria Beckham y diga que España huele a ajo, en fin.
Me detengo en la tienda y recojo la cesta. Hay un peluche de un lobo, un marco con la foto que nos hicimos, alguna bolsa de golosinas y dos pintalabios.
Me gusta el concepto de esta tienda. Planificar regalos de aniversario, cumpleaños o lo que fuera necesario y te hacían un presupuesto. Ya me habían hecho un Bizum así que no me debían nada. Bueno, usábamos otra aplicación porque realmente aquí en Estados Unidos no era esa aplicación la conocida, pero la función es la misma.
Una vez salgo voy caminando y me paro frente a un escaparate. Me quedo ensimismada por una camisa de botones, a cuadros de poliéster y parece ceñida, color azul mar claro, idéntica al color de sus ojos. No otra tonalidad, sino la suya.
Tengo que llevármela. Es tan él, tan varonil y dulce a la vez que sólo me falta impregnarla de la esencia de lavanda para que sea él.
Le pregunto a uno de los dependientes y me indica dónde está, juraría que Nash usa la talla L, sobre todo porque está musculado y la M le quedaría un poco ceñida de más, si no es su talla, pues le tocará ir a cambiarla. La tomo en mis manos. No tengo dudas. Quiero llevármela.
—¿Puedo ayudarte en algo, bella? —Creo que es uno de los dependientes el que me habla.
—No…, sólo estaba mirando. —Me giro para verle.
Ríe un poco y no sé por qué. Tiene los colmillos más prominentes que he visto nunca, y aquí en Carolina del Norte había visto demasiados. Por alguna razón me da la sensación de que se mueve con más ligereza de lo normal, como si fuera a cámara rápida o tuviera los reflejos más desarrollados. Tal vez es sólo mi impresión. Pero es que ya no me fío ni de mi sexto sentido.
—Bueno, yo creo que tienes algo entre manos. —Señala la percha con la camisa que llevo en la mano.
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Editado: 04.05.2022