Echo un último vistazo al terrible reflejo que me muestra el espejo. Acomodo bien mi cazadora de desgastado cuero negro, asegurándome de que las marcas de mis brazos sean ocultadas bajo la fría tela. Normalmente no me preocupo por ellas y su visibilidad. Ya estoy acostumbrada al dolor y a ver mi blanca piel teñida de rojo o morado. Sin embargo, esta noche planeo escapar para asistir a un concierto que llevo esperando bastante tiempo. Y sé, que la gente de allí fuera, personas normales y corrientes ajenas a mi mundo, se alarmarían al ver mi estado o me tacharían de suicida.
Cojo mi mochila y compruebo que llevo la entrada y algo de dinero para el bus. Miro por última vez el espejo y me encuentro, esta vez, con mi mirada vacía, triste y rota. No es un problema para mí, ya que no recuerdo que hubiera sido de otra forma. He leído libros en los que se describen los ojos de los personajes como algo vivaz y brillante, pero por más que busco ese brillo en mí, no consigo encontrarlo.
Después, abro la ventana y muevo uno de los barrotes hacia la izquierda. Le asesto un golpe sordo y este cede y cae sobre mis manos.Cuelo mi delgado cuerpo entre los demás trozos metálicos y me sujeto a la marquesina de la ventana. Mi habitación está en el tercer piso, pero ya lo he hecho otras veces por lo que no temo hacerme daño. Entonces, salto y, cuando noto la solidez del suelo bajo mis pies, abro los ojos y comienzo a caminar con sigilo. Me escondo de los hombres que patrullan el edificio y consigo saltar la valla.
Corro hasta la parada más cercana y tomo el primer bus que pasa por ella. Dentro de él hay tres personas más. Dos de ellas ríen en alto, mientras que la otra suspira pesadamente contra las hojas del libro que sus manos sostienen.
Diez minutos más tarde, me encuentro frente a un hombre que revisa mi entrada. Alterna su mirada entre la documentación y mi cuerpo. Por supuesto que la documentación es totalmente falsa. Aún no soy mayor de edad, todavía faltan dos meses para que cumpla los dieciocho años. Además, no puedo permitirme que en ningún momento me reconozcan. Si algo llegara a pasar y preguntaran por mí, no sería bonito que este hombre dijera que había estado allí tan solo unas horas antes. Quizás lo peor de todo esto sea que no solo salta a la vista que no soy mayor de edad, sino que aparento ser uno o dos años más joven de lo que en realidad soy.
Recuerdo como muchas veces me han confundido con una niña de quince años, y de cómo me ha servido esto en algunas de mis misiones. La mirada del gorila recorre mi cuerpo de arriba abajo una última vez, al mismo tiempo que se forma una sonrisa extraña en su rostro. No soy una mujer atractiva. Soy alguien normal, del ''montón''. Tampoco es que me esfuerce demasiado en cambiar mi imagen. Soy morena con la piel tan blanca y pálida como la porcelana. Si algo es aceptable en mi físico es mi estatura: mido un metro setenta y tres, lo que para una mujer se considera alta.
Sin embargo, cuando entro en la sala, me siento pequeña y vulnerable. Los hombres son más altos y corpulentos que yo; y las mujeres calzan tacones de vértigo que hacen que se vean por lo menos diez centímetros más altas. He llegado una hora tarde, por lo que el concierto ya ha empezado.
La estricta seguridad de la Residencia me imposibilita salir antes de las once y media, cuando se realiza el cambio de turno y es más fácil salir de allí. La música, el olor a alcohol y una multitud de cuerpos danzantes se amontonan frente el escenario. No tardo en unirme a ellos, pero, antes, me dirijo a la barra y pido un vaso de vodka. Trago rápidamente el contenido del vaso y noto como el líquido cristalino quema mi garganta conforme se desliza por ella.
Más tarde, voy hasta el centro de la sala, donde canto y bailo las canciones de la banda rock del escenario. El alcohol inunda mi organismo gracias a las numerosas rondas de copas que me permito tomar. De un momento a otro, siento un cuerpo pegado a mi espalda. El calor que emana él es casi molesto, pero decido ignorarlo y seguir bailando como si sus manos no se hubieran posado en mi cintura. El extraño pega su cuerpo al mío cada vez más y llegó a notar como estos se rozan. De repente, noto su aliento en mi cuello, y poco después, una punzante succión en él. Es una sensación agobiante, por lo que dejo de bailar y decido que ha llegado la hora de marcharme. Aparto al hombre de mi lado y camino hasta la salida.
Una vez que he cruzado la puerta, vuelvo a admirar al mismo hombre de antes. Parece que las "eses" que marcan mis piernas le divierten. Vuelvo a coger un bus y me siento en uno de los asientos. Son casi las dos de la mañana. Me siento mareada y muy cansada. Creo que esta vez me consumido demasiado alcohol.
El conductor para y me indica que he llegado a mi parada. Inclino mi cabeza a modo de despedida y bajo del autobús. Luego, decido que es mejor caminar y esperar a que se me pase un poco la borrachera. También creo que me merezco un respiro y, como dentro de la casa está prohibido, saco un cigarrillo y mezclo mi aliento con su humo. Veinte minutos más tarde me encuentro mucho mejor. Por tanto, vuelvo hasta la casa que tanto anhelo abandonar.
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Editado: 16.05.2018