Wolf Hunter

V

 La clase transcurre entre comentarios irónicos y sonoras risas. Lo mismo ocurre en las tres siguientes asignaturas, las cuales son Historia, Biología y Literatura. Además, en cada una de ellas me encuentro a  dos o más chicas del mismo grupo de las de Cultura. Y para colmo, todas actúan de la misma manera: mirándome con desprecio y superioridad y soltando comentarios que intentan ser hirientes. 

  ¿Me duele su actitud? No. Bueno, quizás. No logro comprender cómo alguien que no me conoce y nunca ha hablado conmigo puede parecer odiarme tan rápido. Sin embargo, aunque sienta el horrible peso del rechazo cada vez más dentro de mí, actúo como si nada me importase. Esto parece molestarlas aún más, ya que cuando suena el timbre que marca la llegada del almuerzo, esperan a que salga del aula para enganchar sus brazos y reír exageradamente. Me lo tomo como un ''Las barbies unidas, jamás serán vencidas'' y sigo mi camino. 

  Después de varios pasos, comienzo a pensar en los grupos que ya se habrán formado en la cafetería y en las muy posibles negaciones que obtendré cuando les pregunte si puedo sentarme junto a ellos. La sola idea hace que mi estómago se sacuda con fuerza y pierda cualquier atisbo de hambre que pudiera haber tenido hacía tan solo unos segundos. Es por esto que decido cambiar el rumbo y dirigirme a la biblioteca. Una traviesa sonrisa se dibuja en mi cara al imaginarme las robustas y brillantes estanterías rebosantes de historias por contar.

   Acelero el paso y atravieso infinidad de pasillos hasta llegar a unas grandes escaleras de mármol blanco. Más tarde, con la respiración y el pulso acelerado, abro la doble puerta que me lleva hasta el paraíso. Cualquier imaginación anterior de este lugar se queda a la altura del lodo al compararlo con la visión real.  Una sala que parece infinita me da la bienvenida.  Camino sobre la bonita alfombra roja del suelo hasta un gran mostrador de suave madera clara.  Allí, un anciano escribe algo sobre un gran libro de hojas amarillentas. Cuando me encuentro a dos pasos de él, este levanta la mirada hasta verme y ofrecerme una de esas sonrisas que te estrujan el corazón y te obligan a sonreír de la misma forma. 

  —Usted es la nueva, ¿verdad, jovencita? —pregunta el anciano y yo asiento algo tímida—. Aquí las noticias vuelan—ríe ante mi expresión desconcertada—.  ¿Necesita algún libro, señorita...?

    —Ares—termino por él—. Me gustaría conocer el lugar y ver los ejemplares que tienen.

  No sé en qué momento mi mirada ha acabado clavada en el suelo. Maldita sea, ¿no puedo aguantar la mirada a nadie? Vuelvo a maldecir mentalmente al motivo de mi actitud nerviosa y asustadiza. Tal vez si las todo hubiera sido diferente yo no sería tan débil. 

  —¡Por supuesto! No hay demasiados estudiantes interesados en la lectura. Me alegro de que tengamos a una más entre nuestras filas. 

  Le sonrío por última vez y comienzo a caminar entre los estrechos pasillos de novelas. Amor, acción, terror, drama, suspense... Cualquier género que se busque se encuentra en esta biblioteca. 

  Observo embelesada todos y cada uno de los títulos que posan dignos sobre la fuerte madera. En la Residencia no había libros, estaban prohibidos. Según Ankar, el líder de los cazadores, no eran más que una pérdida de tiempo.

' 'No hay tiempo para andar fantaseando sobre mundos perfectos o amores de instituto. ¡Patrañas! Nada de eso existe. Aquí, solo nos podemos regir por la ley del más fuerte. Y para serlo hay que luchar y trabajar duro. El mundo real es este. La realidad es lo que tenéis delante''

  Había dicho señalando el cuerpo ensangrentado de un hombre sin vida. Aquel hombre no había matado ni herido a nadie. ¡Ni siquiera había traspasado las fronteras de su territorio! Pero para ellos, los cazadores, su pecado era peor que todo eso. Él era un lobo, y merecía morir de la forma más dolorosa. 

  Tres grandes cortes surcaban su torso. Heridas realizadas con un recién afilado cuchillo de plata. Por si no fuera todavía suficiente, continuaron agrediéndolo con fuertes patadas y puñetazos. Finalmente, cuando el pobre hombre comenzaba a desvanecerse, Ankar levantó su revolver y disparó una de sus balas en el centro de su frente. 

  Recuerdo que en aquel momento la bilis ascendió por mi garganta y llevé mis manos hasta mi estómago en un intento de detener las nauseas. No comprendía cómo podían ver aquello y aplaudir emocionados. No estaba bien. No era correcto. ¿Tendría aquel pobre hombre familia? ¿Una mujer y dos hijos esperando su llegada? Quería irme y salir corriendo de allí; deseaba llorar y no parar; ir a su casa y suplicar de rodillas su perdón; pero sabía que no podía. Lo había aprendido por las malas y no volvería a cometer el mismo error. Así que continué allí, de pie, observando como la tierra se manchaba del rojo carmesí de su sangre.




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