Ya es costumbre despertar confundida entre el bullicio de susurros curiosos y voces preocupadas. Ahora, es un hábito para mí perder el conocimiento ante situaciones que distan mucho del peligro de las anteriormente vividas con los cazadores.
¿Qué me ocurre? ¿Será que en verdad soy débil?
Trato de convencer a todos con mi gran estructurado muro de sonrisas forzadas y palabras goteantes de sarcasmo. Juro que lo hago. Pero, si esta actitud logra engañar a todo aquel que me rodea, ¿por qué conmigo no lo hace? Cada hora, minuto y segundo que pasa con la vida logra añadir un poco más de culpabilidad en mi pecho. Culpable de vivir cuando muchos otros no lo hacen; de sonreír cuando a algunos les es imposible.
Las voces suenan con más intensidad en mis tímpanos y mis sienes comienzan a palpitar con dolor. Una acalorada discusión se está llevando a cabo mientras yo sigo tumbada en la mullida superficie del colchón. Oigo gritos, insultos e incluso alguna que otra amenaza; pero lo que más me preocupa es que solo distingo dos voces en la conversación. Seth y Hunter están peleando por algún motivo que no sé ni me incumbe.
—¡Basta! —exclama una voz fuerte y varonil.
Después, solo se escucha el sonido de las respiraciones agitadas de los hombres. Una mano suave y cálida acaricia con devoción mi mejilla. Abro los ojos repentinamente y no dejo que la momentánea ceguera que me nubla me impida alejarme de su tacto. No quiero nada más. Hunter, Seth, Rafael, Martha... ¡Hasta Collins me ha fallado!
Giro mi cuerpo y salgo poco a poco de la camilla en la que estaba tumbada. La furia e ira recorren cada centímetro de mí y mis puños amenazan con golpear al primero que se interponga en mi camino. Con la mandíbula fuertemente cerrada me acerco hasta aquel que comenzaba a querer. En sus ojos verdes brilla el arrepentimiento, pero no puedo dejarme llevar por sus encantos. Esto no es una novela romántica en la que la protagonista perdona al idiota de su novio que acaba de engañarla porque aún lo quiere. No, esto es la cruda realidad. Tal y como Ankar me advirtió.
¿Cómo pude si quiera pensar que todo sería distinto? Al menos con los cazadores no me sentía engañada. Ellos no mentían, tan solo iban de frente y te decían la verdad, fuera buena o mala. No había tacto ni cuidado en las palabras que seleccionaban para hablar, pero al menos, no jugaban con los sentimientos de los demás.
El complicado rompecabezas de esta historia cobra sentido con una sencilla respuesta: ÉL. Él es la fuente de mis problemas. Y yo ya no voy a permitir nada más.
—Ares —dice cuando quedo a un paso suyo de distancia.
Sin embargo, no dejo que diga nada más. Golpeo con toda la fuerza que poseo su cara contra mi puño de acero. Un golpe, por cada vez que me ha mentido al irse.
Todos los de la habitación, que son Seth, mis padres y los reyes; ahogan un grito de horror al escuchar el inconfundible crujido de un hueso roto. Hunter, que ha chocado contra el sillón y caído tumbado sobre el suelo, se incorpora con ambas manos sujetando su nariz. Llega de nuevo hasta mí y me mira.
—Ares —suplica.
Esta vez, arremeto contra su boca. El color carmesí de su sangre brota otra vez y escurre desde su labio inferior, baja por su barbilla y acaba en el blanco de su camisa. Mis nudillos tiemblan y no sé si la sangre que los cubre es suya o mía. Hunter se levanta otra vez y vuelve a la misma posición de antes.
—Ares, por favor —implora y las lágrimas caen por mis mejillas cuando vuelvo a golpearlo.
Su rostro está girado a un lado por el impacto, pero no me detengo ahí. Ataco una y otra vez sin descanso. Necesito que sufra como yo lo estoy haciendo. No quiero golpearlo más, pero mis manos actúan por sí solas y no soy capaz de hacer otra cosa que dejar a las lágrimas correr.
Han pasado diez minutos cuando me detengo con la respiración entrecortada por ligeros sollozos. Él intenta levantarse mientras tose sangre y su cuerpo se sacude entre pequeños temblores. Puedo ser una mujer, pero sé cómo golpear y herir. En ningún momento se ha defendido, lo que me ha enfadado aún más.
Segundos después, cuando está de nuevo parado frente a mí, logro distinguir lágrimas sin derramar en sus tristes ojos. Su rostro porta todo el daño que le he causado. La visión de su pómulo amoratado, su nariz y labio partidos, el río de sangre de discurre por su barbilla... El terror en su mirada. Por primera vez lo veo vulnerable y perdido como un niño. Abre su boca para hablar, pero no quiero oír más mentiras de los mismo labios que una vez besé y amé. De los que sigo amando.
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Editado: 16.05.2018