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Un río de lágrimas frustradas asoma por mis ojos cuando asumo que todo el esfuerzo que emplee en escapar del firme agarre de sus manos en mi cuello es en vano. Dejo de luchar y observo cómo su rostro dibuja una satisfecha sonrisa macabra. Después, me libera no sin antes lanzarme una mirada de advertencia.
Aaron no es malo. No, él está loco. Aquel chico de sonrisa amable y palabras dulces no es más que el gran telón que oculta el verdadero escenario de este gran teatro al que le llamamos vida. Es un psicópata, alguien con serios problemas de personalidad. Quizás, si hubiera reconocido su naturaleza a tiempo, podría haberlo ayudado. Pero, ahora, no dispongo de más herramientas que el diálogo.
El hombre camina dos pasos por delante de mí, insistiendo en que vaya más rápido cuando no puedo.
— No disponemos de todo el día —agrega indiferente—. Me gustaría probar mi juguete nuevo un poco antes de que vengan los demás. Dime, Ares, ¿eres virgen?
Su lengua repasa su labio inferior a la vez que sus ojos se oscurecen. Respiro con dificultad intentando detener la bilis que asciende por mi garganta. Aaron me observa impaciente en busca de una respuesta que le doy al negar lentamente con la cabeza y mirando hacia otro lado. Entonces, bufa cuando dice:
— Me esperaba algo más de ti, pero al fin y al cabo eres una mujer. Todas sois iguales.
Sus palabras hieren mi orgullo y debo morderme la lengua para no debatir su actitud machista con mis cientos de argumentos sobre la igualdad de género. Cuento hasta tres para tranquilizarme mientras pienso en que, si no tuviera una pistola, ya le habría roto todas y cada una de sus costillas.
—¿No piensas decir nada? —pregunta y lo ignoro—. Eres una puta. No, espera; eres mi puta.
Aaron ríe de su propia broma sin gracia y retoma su marcha. Sin embargo, yo me quedo estática en el mismo lugar. Sus palabras, tan poco meditadas como hirientes, reviven malas experiencias en la Residencia de Cazadores. Intentando disuadir las imágenes del cuerpo de Z cubriendo el mío, doy pequeños pasos detrás de Aaron.
El oscuro terciopelo del cielo nocturno hoy no ilumina con sus estrellas mi visión. Tampoco me alegra esta noche la nieve bajo mis pies ni el melódico susurro de la naturaleza llegando hasta mis oídos. Esta fatídica noche no tiene solución ni nada bueno que mostrar. En menos de cinco horas, Hunter y yo nos hemos separado; Trevor ha muerto; y yo he sido secuestrada. Estoy secuestrada.
Mi instinto me grita alto y claro que corra en dirección contraria. Que huya lo más rápido que pueda. No obstante, el sentido común me explica razonadamente los motivos por los cuáles no es una buena idea. El primero de ellos es el obvio: estoy en un bosque que no conozco. Por mucho que corra y me esconda, Aaron se ha criado en las tierras de Silver, por lo que nunca lograría huir. Además, gracias a la gran audición de los hombres lobo, me oiría en cuanto diera un paso. Por último, pero no menos importante, tiene un arma. Guarda en la cinturilla de sus vaqueros un revolver con el que no dudará en dispararme.
Mi entrenamiento como cazadora no me hizo más fuerte contra el dolor, sino que me enseñó a manejar situaciones de alto riesgo.
No soy débil, soy fuerte e inteligente. Saldré de esto.
Asiento conforme con mi conciencia y planeo la forma con la que puedo derrotarlo. Recuerdo sus palabras y en cómo me ha llamado: juguete. Miro la herida sangrante de mi muslo. Ningún niño quiere jugar con un juguete roto.
— Aaron, me duele la pierna — digo inocentemente y hago un puchero cuando me mira—.¿Puedes queda mucho? No creo que pueda caminar mucho más.
Un destello de compasión ingenua y deslumbrante aparece en su mirada cuando asiente y me carga sobre su espalda. Sonrío victoriosa. Después, repaso con la punta de mis dedos sus huesos faciales. Necesito ganarme su confianza.
— Cuando lleguemos a la caseta curaré tu herida. No quería hacerte daño, lo siento.
Su actitud me recuerda a la de un niño buscando el perdón de sus padres y, por un momento, llego a pensar en que tal vez solo necesite un poco de cariño y atención. Asiento sobre su cabeza y vuelvo a acariciar su rostro.
La caseta será en donde nos quedemos. Aaron será un psicópata, pero eso no quiere decir que no sea inteligente. Él lo es, y por ello sabe que en el primer sitio en el que me buscarán, si descubren su implicación, será en su casa. Pienso bien en la próxima pregunta que debo plantear. Debe ser discreta, pero contundente. Tiene que ser una parte más de la pequeña conversación que logre improvisar.
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Editado: 16.05.2018