El intenso brillo de su malvada mirada me persigue cuando me adentro en terreno desconocido de experiencias ya vividas. El recuerdo de la sonrisa del cazador se proyecta en mi mente mientras intento descifrar el enigma de toda esta enrevesada situación. La noche en la que encontramos a Collins, en la misma cabaña en la que ahora me retienen, vi a Ankar y a aquella asquerosa expresión victoriosa dibujada en su rostro. Tal había sido mi miedo y terror, que había corrido despavorida por el bosque sin ni siquiera conocer el camino de vuelta. Durante largas y angustiosas horas, mis pies chocaron con rocas y ramas; mi larga melena oscura se enredó en las finas ramas de los árboles; y algo dentro de mí, en mi pecho, había vuelto a romperse.
Tal vez fue la esperanza lo que se quebró. Quizás fue la desesperación lo que asfixió mi alma y condenó la poca seguridad que había conseguido ganar. Puede ser que el infierno quisiera regresar a mí; pero lo que es seguro, es que yo lo vi. Observé con temor cómo mismísimo diablo ascendía desde el submundo rodeado de una neblina impregnada con el hedor de la muerte y los gritos de desesperación. Y, no obstante, parece que todos lo demás intentan convencerme de lo contrario. ¿Cómo puedo llegar a la verdad si todo lo que creía conocer se desmorona a mi alrededor?
El molesto, pero elegante, chocar de los tacones de Katherine contra la madera me arrebata mi momento de meditación. Confundida y enfadada, dirijo mi mirada hasta sus grandes ojos. Aquellos que una vez deseé que me miraran con amor.
—Oigo el incesante burbujeo de tus pensamientos desde aquí—comenta con ironía—. Debes creer que miento, pero esta vez, no lo hago. Ankar murió hace casi un año, la misma noche en la que te encontraron los lobos. Fue decapitado e incinerado. No hay ninguna manera viable en la que él pudo haber sobrevivido.
Asiento al mismo tiempo que asimilo sus palabras. Si fue así como el líder de los cazadores murió, yo no pude haberlo visto.
—Yo lo vi. ¿Cómo explicas eso?—pregunto mientras me aseguro de que Amber no haga nada que pueda ponerme en riesgo.
La rubia de largos rizos sonríe por milésima vez en el día y camina hasta arrodillarse frente a mí.
—Es lo que el acónito produce, Ares. Mareos, fuertes migrañas, alucinaciones y, en el peor de los casos, la muerte. Cuando mandé a Freud a la feria para acabar contigo, él solo consiguió envenenarte. Creíste que los médicos habían extraído el veneno, ¿verdad?—ríe y niega—. Ser un híbrido tiene sus ventajas, y una de ellas es que el acónito no te afecta de la misma manera que a los demás lobos.
Amber acerca una silla de madera y limpia con la manga de su sudadera el polvo acumulado en ella antes de tomar asiento. Después, cruza sus piernas y nos observa fijamente, como si quisiera hacer o decir algo, pero no pudiera hacerlo.
—Freud te suministró diez veces más de la cantidad necesaria para asesinar a un lobo. Y tú, tan solo sufriste un pequeño paro cardíaco y alucinaciones. No viste a Ankar, imaginaste lo que yo quise que presenciaras. Te quería asustada y lo conseguí. Huiste y caíste por aquel dichoso precipicio. ¡Pude haberte matado! Pero no, el pequeño bastardo tuvo que aparecer y salvarte. Sin embargo, no podrá ayudarte esta vez. Tu organismo no solo no ha eliminado el veneno de Freud, sino que ahora también debe combatir el de Aaron.
Katherine se levanta rápidamente para correr y aplaudir por toda la sala. Su cabellera de oro se balancea al ritmo de sus caderas cuando comienza a bailar y clamar victoria. Por otro lado, Amber niega avergonzada e intenta detenerla sin mucho éxito.
—¡Vas a morir! ¡Vas a morir!—exclama eufórica la mujer— ¡Sí!
Siento el molesto ardor de las lágrimas en mis ojos cuando los cierro y pienso en lo miserable que es la historia de mi vida. Nacida como una mentira para unos y la clave del exterminio para otros; criada en la enseñanza de la violencia y el desprecio de la familia; siempre fuera de lugar; subestimada; rota. Tan quebrada por dentro como las ruinas de Pompeya.
Entonces, de nuevo, un intenso dolor agónico se expande por mi piel hasta infiltrarse en mi cuerpo. Mi interior arde, mi alma llora, y mi orgullo batalla como nunca por una victoria agridulce. Si lo que Katherine dice es cierto, no lograré sobrevivir, aunque acabe con ella y sus secuaces. Han sido meses en los que el veneno de acónito, la planta más letal para los lobos, ha navegado libre por mis venas, infectando cada rincón de mi organismo.
Niego lentamente al mismo tiempo que dejo escapar una sonrisa triste por mis labios. El trato que Katherine y Ankar hicieron fue el de conseguir un bebé, un espécimen de hombre lobo con el que investigar y experimentar. Con incredulidad, río mientras encuentro la respuesta a la pregunta que durante tanto tiempo rondó por mis pensamientos: ¿por qué Ankar me odiaba tanto? En un principio, la respuesta parecía obvia. La razón de su odio era mi naturaleza, aunque por muchos años creí que tan solo se trataba de no ser hija directa de cazadores, sino de un humano con una cazadora; aunque más tarde, comencé a pensar que la verdadera razón era la sangre de alfa, de un hombre lobo, que corría viva y libre por mis venas. Pero ahora, comprendo que no es este el verdadero motivo, sino el no tener aquello que Ankar buscó.
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Editado: 16.05.2018