Historia de dos huérfanos
—Muchas gracias, Tora —dijo Takeshi amablemente, cuando el nombrado estaba bajando del roble.
—Me hubiera gustado poder enviarte más guerreros —admitió—. Sin embargo, Kurotora y Kiirotora son dos de los mejores guerreros. Sé que puede contar con sus grandes habilidades.
—Confío en lo que me dices. De todas maneras, si varios de ustedes permanecen aquí, podrán ayudar a los guerreros lunares que dejé protegiendo nuestro territorio.
—Estaremos al tanto de ellos —aseguró—. Enviaré a Akitora a avisarles que si tienen problemas, pueden acudir a nosotros.
—Ustedes también pueden contar con ellos, los he dejado al mando de Tsume.
Makoto escuchaba la conversación de los dos lobos. Luego vio que los dos guerreros atigrados se acercaban a su padre e inclinaban la cabeza, entregándose sumisamente al que sería su nuevo líder, por el periodo de tiempo que llevara derrotar a los Lobos Sombra.
—A partir de ahora estamos a sus órdenes —dijo Kurotora solemnemente.
Takeshi los miró seriamente y asintió con la cabeza.
—Chicos, ¿por qué no les dan un recorrido por el territorio a sus nuevos compañeros? Yo debo hablar algunas cosas con Takeshi, si él está de acuerdo. —Tora observó al macho negro, y este movió la cabeza aprobando su decisión.
Los atigrados se retiraron, y con un gesto instaron al grupo de Takeshi a seguirlos.
Makoto avanzó tras ellos con seguridad, con su amiga y su hermano a su lado. Yukiko y Atsu se mantuvieron un poco más atrás. La de pelaje oscuro giró levemente su cabeza, viendo a su padre tumbándose junto a Tora frente al viejo roble. Al estar distraída, la joven se tropezó con un macho gris azulado. Esta giró la cabeza rápidamente, apenada, mas el guerrero solo rió sutilmente.
—Mucho gusto, soy Aotora, uno de los guerreros de esta manada —se presentó cordialmente.
—E...es un placer conocerlo —respondió Makoto aún algo avergonzada.
—Ellas son Kanetora y Mimitora, dos de nuestras guerreras —informó señalando a dos hembras que se acercaban, Kanetora era de pelaje dorado, muy parecido al de Akitora; la segunda era una loba marrón, con las patas blancas y unas orejas que habían sido cortadas por los humanos, asemejándose a las de un tigre.
La pandilla se presentó, uno por uno, ante los atigrados. Después Kurotora los guió hacia una zona con menor vegetación, donde había una cueva. Durante el recorrido se veían conejos y ardillas correteando a lo lejos, pero Makoto y sus acompañantes habían quedado satisfechos el día anterior, así que no les provocó hambre al ver a aquellas presas.
Llegaron a la entrada de la cueva. El atigrado oscuro ingresó primero, dejando a los demás vigilados por Kiirotora. Poco después, el macho los llamó desde adentro del refugio.
Makoto y Kabu entraron al mismo tiempo. En el centro de la cueva, vieron cómo reposaba un lobo gris con rayas únicamente en su rostro. Este se hallaba cubierto de zarpazos y otras heridas. A su lado, una hembra de pelaje blanco y orejas grises los miraba con curiosidad. A diferencia de los otros miembros del clan, ella no poseía las características rayas. Sin embargo, tenía unas extrañas marcas azules, una en su pata delantera derecha y otra alrededor del ojo izquierdo, idénticas a las de Takeshi.
—Él es nuestro beta, Kaotora —dijo Kurotora apareciendo desde las sombras de la profundidad de la cueva, con los ojos puestos en el macho gris—. Sigue recuperándose de una batalla con un oso.
El beta levantó la cabeza y saludó a los que entraban a la guarida.
—¿Una lucha contra un oso? ¡Increíble! —exclamó Ice con las pupilas dilatadas.
—Y ella es nuestra curandera, Emi —dijo señalando con el hocico a la loba blanca.
—¿Por qué no tiene esas líneas negras, como los demás? —preguntó Ice, quitándole las palabras de la boca a Makoto.
—Ella no es una loba Tora —explicó el guerrero—. Ninguno de los nuestros tiene ni ha tenido las habilidades para ser curandero. Emi se unió a la manada para ejercer ese trabajo.
—He servido a este clan desde hace un par de años —pronunció la curandera con una sonrisa—. Y pienso hacerlo por el resto de mi vida.
—Emi hace muy bien su trabajo —afirmó Kaotora, levantándose con una ligera dificultad del piso rocoso.
—¡No te levantes! —le espetó ella—. Solo descansa por este día, y mañana estarás como nuevo.
El beta volvió a tumbarse con un resoplido. Luego la curandera tomó delicadamente una especie de esponja hecha de musgo, que estaba mojada, y empezó a pasarla por las heridas del lobo. Kaotora cerró sus ojos y apretó los dientes al sentir sus heridas humedeciéndose.
Kiirotora les hizo una señal a los demás para que abandonaran la caverna.
—Buena suerte en su misión —dijo el beta del clan mientras Kurotora se dirigía a la salida, para seguir a sus compañeros.
Editado: 12.05.2019